Bilbao - Hubo un tiempo que pertenecía al amanecer del siglo pasado, en el que los carteles de los toros, los trajes de luces y las muletas eran un festejo sin parangón en Bilbao. A las bicicletas, transporte obrero, les tapaba el polvo del albero, la arena negra de Vista Alegre. La Vuelta apareció en Bilbao en 1935. Uno de mayo. Día del trabajador. Después de aquello enraizó, fue un vergel, se marchitó y se secó durante tres décadas hasta que floreció cinco años atrás con fuerza. Primavera en septiembre. El chupinazo de Igor Antón, rey de Bilbao. Al galdakoztarra le arrancó la enfermedad de la capital vizcaina, que recibe las bicicletas entre confeti y serpentinas, mientras las corridas de toros generan más muecas que aplausos. Rueda el imperio del ciclismo por una tierra que venera a los corredores, que no visten de luces, aunque sus trajes son llamativos, brillantes; neones de pasión que reclaman la atención de una cuneta que se enciende. En la Gran Vía, la artería más aristocrática, se arremolinó el pueblo como en tiempos pretéritos, cuando el ciclismo era un tsunami tremendo. Las olas de esa marea gigante llevaron a Keukeleire hasta la orilla del triunfo cuando dejó de ser la nanny de Simon Yates, del que cuidó en El Vivero, el sofoco del día, un acelerador de partículas, donde los favoritos firmaron la paz. Armisticio. Allí, en el primer paso, al belga se le secó la garganta, pero recuperó el resuello tras un final en la montaña rusa: un viaje rápido y con vértigo que le posó en los brazos de su mujer y su hijo, de apenas un mes. Un triunfo en familia en el corazón de Bilbao, que latió con fuerza.

En su skyline, en El Vivero, un carrejo de pasión, la afición estrechando el paso, Elissonde, Meintjes, Brambilla, Kennaugh y David López, -los dos Sky que querían que trabajara el Movistar en la guerra del desgaste-, compartieron vagoneta al lado del difunto parque de atracciones que a tantas infancias les cinceló una sonrisa. El parque de atracciones se quedó sin respiración hace muchas lunas. Es el pasado de una ciudad acorazada por el titanio del Guggenheim, la brillante armadura de una villa que se expande hacia el futuro. Tiempos modernos. Los de la Vuelta por Bilbao son los de siempre.

En El Vivero sufrió David López, que resistió la embestida porque conoce cada recoveco del puerto, donde los favoritos, en su primer paso, se vigilaban. Check point Charlie. Omar Fraile, doblado, no precisaba vigilantes. Al de Santurtzi, que quería honrar al ausente Antón, le pesaba el dorsal, tostado al sol. Los dispendios del amanecer tratando de ensillar una fuga, le esquilmaron la fuerza a la hora de la merienda. Desteñido el rey de la montaña por la lavadora del Astana, una centrifugadora. Los kazajos pintaron de celeste el asfalto, estrujado por el pueblo, en avalancha en El Vivero. David López cortó la cinta de la Gran Vía. Inauguró el paso. Todavía pudo observar la ría. Abandoibarra, un carril bici. Acabado el bidegorri, otra vez el repunte de El Vivero, la zona cero del día. Allí se extinguió la lumbre de los fugados. Bajo un túnel, la oscuridad. Réquiem.

carrera lanzada Devenyns alargó la zancada en el primer escalón del puerto. Su pértiga le dio vuelo, aire y esperanza. Zeits se afiló, pero Devenyns, al que perseguía Bennet, solo recaudaba tiempo. Un botín de medio minuto. Contador también quería alguna moneda en una Vuelta que le niega. Una doblón al menos. Bailó los hombros para mostrarse, pero al madrileño no le conceden nada. “Lo he intentado de cara luego al descenso, pero sé que no voy a tener nada de libertad de movimientos”, apuntó. Contador y su Quijote. Quintana y su Froome. “No podemos descuidar a Froome, al igual que a Contador aunque esté a tres minutos. En la montaña, si es posible, vamos a intentar distanciar más a Froome de cara a la crono”, dijo el líder. Valverde, Froome y Quintana le pusieron el cepo al madrileño mientras se agitaba el avispero, siempre veloz la carrera, en la chepa de El Vivero con Dani Moreno, Luis León Sanchéz...

El amotinamiento lo aplacó el pelotón con la suela de la bota, que siempre es grande y pesada. A Devenyns, que fue segundo en el Naranco, cuando se clavó ante la cruz de David de La Cruz, le crucificó Simon Yates, punta de lanza del pelotón, puntiagudo e hiriente, siempre contrario a las aventuras, a los zapadores y el romanticismo. La victoria es prosaica.

pello bilbao, sexto Rearmado el grupo, esperaba el escaparate esplendoroso de la Gran Vía. El Sagrado Corazón, dorado, al fondo, dispuesto a abrir el champán del sprint. Pello Bilbao se coló en la pelea para tomar Bilbao. El gernikarra quiso medirse en el mejor escenario posible. Bilbao se quedó sin Bilbao. Demasiados galgos. Entre ellos, Keukeleire, un belga con reprís que fue un cohete. Keukeleire se desprendió por el costado y nadie le dio réplica, como a Matthews, su compañero, un año antes en la misma llegada. Luis León Sánchez, encarcelado entre los codos del sprint, se quedó sin horizonte. Descartado. Fundido a negro. Bouet y Felline, piernas rápidas las suyas, le quisieron echar el lazo, pero Keukeleire, que fue futbolista antes que ciclista -una lesión de rodilla le sentó sobre una bicicleta- regateó el marcaje al hombre. Fintó el belga y dibujó una bicicleta en carrera. Se quedo solo y remató a puerta vacía en los aledaños de San Mamés. Gol. Su otro gol tiene cuatro semanas. Es su hijo, que le esperaba en brazos de su mujer. La familia para mantearle con cariño el triunfo. No hay mejor recibimiento. Tampoco en la Gran Vía. En la huella de Antón, Keukeleire acunó Bilbao.