bilbao - La Vuelta retorna a Bilbao esta tarde, pero lo hará sin uno de sus protagonistas. Igor Antón (Galdakao, 1983) fue el último corredor que ganó en la Gran Vía, pero en esta edición no podrá intentar repetir su victoria después de que los problemas estomacales le dejaran demasiado débil y fuera de la carrera el pasado domingo.

Septiembre de 2011. ¿Qué es lo primero que le viene a la cabeza?

-Fue una Vuelta que se había complicado. Iba a luchar por la general pero tuve que recalcular y guardar fuerzas. Para la última semana empecé a recuperar. Y Bilbao fue la guinda del pastel de todo el año. Seguro que si hubiese estado disputando la general, no hubiese ganado la etapa. Para mí es el día D. Un recuerdo imborrable.

¿Cómo encaró aquel día?

-Los compañeros me decían que tenía que hacer algo bonito porque pasaba cerca de casa, por El Vivero, que es donde suelo entrenar. En el equipo había un grupo de vizcainos y más que buscar la victoria, el objetivo era estar en la fuga, estar presentes en carrera. Además, los amigos me hicieron pintadas y me esperaba allí la familia. Solo por pasar por ahí, merecía la pena. Pero cuando vi que podía ganar, lo hice. Delante de los de casa y después de un montón de años en los que la Vuelta no pasaba por aquí. Mejor imposible.

Le costó coger la escapada.

-Sí. No soy un corredor con facilidad para coger las escapadas. De hecho, tiene que haber subida, una montaña previa. Aquel día tenía que entrar en el corte sí o sí. Me acuerdo que la primera se me fue. Me dio mucha rabia porque quería estar, pero en la segunda me pude meter. Fui el primero en entrar a Euskadi, por la frontera de Bizkaia y eso para mí ya fue algo bonito. Luego mi pensamiento era llegar a El Vivero, pero aún no pensaba en ganar en Bilbao.

Vivió varias etapas en un solo día antes de la gloria.

-Sí. En la misma etapa alcancé pequeñas metas. Desde coger la escapada hasta la victoria llegando solo por la recta de la Gran Vía. Aquella fue la etapa de mi vida.

¿Cuándo estuvo convencido de que podía ganar?

-La clave está en la segunda pasada por El Vivero, que hay que salir pedaleando fuerte aunque pica para abajo. A tres kilómetros de meta está el alto de Begoña, pues hasta que no pasé por ahí no supe que ganaba. Hasta ese momento puede que te vengas abajo o que haya un movimiento fuerte atrás y te cojan, porque el pelotón no estaba lejos. Pero una vez que pasé aquello, solo quedaba una bajada y pasar el puente de La Salve. Así que pude disfrutar aquello con tiempo. Es un recuerdo que no olvidaré jamás.

Ha entrenado miles de veces por El Vivero, ¿cómo recuerda aquella jornada?

-Recuerdo que en la primera pasada por El Vivero, ni sufrí. Iba allí y disfrutaba. Todavía quedaban cuarenta kilómetros para que acabara la etapa y yo iba viendo a los amigos, a algún familiar... todos me animaban porque sabían que iba escapado. Ya en la segunda fue diferente. Iba solo, dándolo todo. A tope. No me fijaba tanto en la afición, pero sí notaba cómo me empujaban. Este año seguro que también habrá un montón de gente porque se sabe la afición que hay en Euskadi.

Pero este año no podrá llegar a Bilbao e intentar repetir su victoria.

-La gente me preguntaba si podría volver a ganar. Mi intención era estar delante, pasar por El Vivero y disfrutar de ese ambiente. Da mucha rabia porque se te escapa todo por algo que no controlas.

¿Fue el día que más ha disfrutado sobre la bicicleta?

-Se puede decir que sí. Aunque ha habido otros momentos, bien en el Giro cuando gané en Zoncolan, o alguna etapa de la Vuelta que gané, poniéndome líder; pero sí que la de Bilbao ha sido la más importante para mí.

¿Vio peligrar el triunfo en algún momento?

-Hubo un momento crítico en la última pasada por El Vivero. Mi compañero Verdugo había pinchado y pensé: “Esto se complica”. Uno de los de la fuga ya se había quedado, pero Bruseghin estaba también en la fuga y se portó bastante bien. No dejó de dar relevos. Pinchó, le cambiaron rápido y se vació hasta la primera rampa de El Vivero para que pudiera luego atacar.

¿Se sintió invencible una vez arrancó en El Vivero?

-Nunca sabes qué puede pasar porque el pelotón no venía muy lejos. Estaban Froome, Wiggings, Cobo, que se estaba jugando la Vuelta... Pero era la etapa 19 y las fuerzas estaban más justas para todos.

Y de repente, la Gran Vía fue suya. Entró solo. ¿Es lo más surrealista que le ha pasado?

-Fue muy especial. Entras allí solo, con todo el mundo mirándote en la Gran Vía. Bilbao para mí tiene mucho significado. Es nuestra capital y el final es solo para ti, en la calle más importante de la ciudad. Te ves allí y es algo irreal. Luego, además, el premio me lo dio Iñaki Azkuna, que me tenía mucho aprecio. Recuerdo que le dije en broma: “Después de esto me puedo retirar”.

¿Cuál fue la felicitación que más le llegó?

-Hay un frutero que siempre me ha ayudado muchísimo, en los malos y en los buenos momentos y me alegré también por él porque este hombre siempre se ha dedicado a los chavales que quieren hacer deporte, ayudándoles en la preparación física sin ningún tipo de interés. Fue el primero que me hizo una prueba de esfuerzo hace veinte años.

También tuvo que pagar una alubiada por el triunfo.

-Sí, era una apuesta con los amigos. Me lo recordaron con una pintada en la subida de El Vivero. Semanas después en La Arboleda hicimos una juerga a todo trapo.

Volvía la carrera a Bilbao tras tres décadas, corría en Euskaltel-Euskadi... Era un día con mucha simbología.

-Sí. Se juntaron muchos ingredientes y eso le dio aún más valor a la victoria. Son momentos que solo pasan una vez y hay que aprovecharlos. Miguel Madariaga suele decir que el tren solo pasa una vez y hay que cogerlo. Y ese día lo cogí.

¿Se sintió inspirado?

-Se puede decir que sí porque lo intenté con todas mis fuerzas. No era fácil dar la vuelta a la tortilla y lo conseguí. No tiré la toalla en ese momento. En los días previos ya me había encontrado mejor y sabía que podía estar delante.

Además fue una revancha de la Vuelta.

-Seguro. La carrera me devolvía algo que perdí el año anterior. Quizás cerré un círculo. El hotel donde dormimos fue el mismo en el que el año anterior me retiré. Por la caída no pude dormir allí. Parece que retomé la historia en el mismo punto donde la dejé.

¿Cómo se vivió el triunfo en el equipo?

-En el hotel se brindó. El día siguiente, en la salida de Bilbao, fue una gozada. Toda la gente que me vino a animar, a darme la enhorabuena.

¿Pudo dormir ese día?

-Con un sonrisa, supongo. Ese día disfruté como un enano. No sé si se pueden vivir tantas emociones en tan poco tiempo. Fue todo perfecto.

¿Ha vuelto a ver aquella etapa, cuando fue el rey de Bilbao?

-Sí. Está bien para motivarte cuando no estás pasando buenos momentos. Me gusta volver a verlo, experimentar todo aquello. Recuerdo que un niño me pidió los guantes en meta y, dos semanas después, apareció en un acto de Euskaltel con los guantes para que se los firmara.

¿Guardó el maillot con el que ganó?

-Pues no lo sé. Lo que sí guardé fue la bicicleta con la que gané en Bilbao, los dorsales, el libro de ruta...

Aunque en esta ocasión no pueda correr, seguro que no falta en la llegada a Bilbao.

-Sí, como espectador, aunque será una sensación rara. Iré a la meta en lugar de a El Vivero para poder visitar a mis compañeros en el autobús del equipo.

¿Fue este triunfo el Oscar de Igor Antón?

-Sí. La verdad es que no tengo muchas victorias, así que las guardo como oro en paño. Hay unos recuerdos muy bonitos ahí.