bilbao - “Yo recuerdo cuando tuve mi primera bici. Yo no tenía un coche, me sentí libre con mi primera bicicleta. Yo podría ir a cualquier lugar que quisiera. Esta es una de las mejores cosas. Tu propio cuerpo te da la libertad de ir a cualquier parte. A las montañas, adonde sea”. Pongamos que el Naranco, donde David puso su cruz. De la Cruz, otro apellido para la biografía de la cumbre que abraza Oviedo y que recibió a David para vestirle del líder. “El maillot rojo me permitirá tener algún seguidor más en twitter”, dijo con humor. Una sonrisa. Carpe Diem. La vida, que es “una montaña rusa”, le colocó en la cima después de un curso ojeroso, con una cruz a cuestas. Como la de Igor Antón, que no tomó la salida por el virus estomacal que le ha dejado sin vida en la Vuelta. De la Cruz recuperó la suya. Se quitó de encima la cruz ayer el catalán en una ascensión prodigiosa que dejó encharcado a Devenyns, varado cuando De la Cruz soltó el látigo y al belga se le vieron las costuras, ovillado con el cambio, que se le quedó en suspenso, en estado de shock. De la Cruz no giró el cuello. Siempre hacia adelante, como aquella tarde en la que se levantó del pupitre que ocupaba en un instituto de Sabadell y se largó en mitad de la clase, con el profesor con la lección en la boca. David, que amaba el atletismo, -su mejor prueba eran los 3.000 metros obstáculos-, quiso saltar otra barrera, la de la rutina que le comía la vida, un triatlón de trabajo, estudios y atletismo. Por la mañana trabajaba en el supermercado y por la tarde estudiaba un grado medio hasta que se largó de clase. Acostumbrado a los obstáculos, superó otro valla y aterrizó frente al escaparate de una tienda de bicicletas. Un día y 500 euros después, lo que le costó una BH Iseran, el ciclismo entró en su vida al sprint.
Años después, De la Cruz, el corredor del Etixx, monta sobre una Specialized, que seguro no cuesta 500 euros, probablemente sea veinte veces más cara, pero la montura cumple la misma misión con la que se subió a la BH: ensillarle sobre la inigualable sensación de libertad que proporciona una bici. Por eso compró su primera bicicleta. Libre, sin esposas, subió el Naranco, una cumbre trenzada a la memoria de la Vuelta desde hace más de cuarenta años, cuando José Manuel Fuente, el Tarangu, mandaba en las cimas. El último morador del simbólico puerto fue Purito Rodríguez, que cerró su carrera en Río, bajo el Cristo Redentor. En el Naranco le vio vencer el Sagrado Corazón en 2013. Tres años más tarde, David de la Cruz, pisó la misma tierra con la bandera de la conquista. Un obsequió para Purito. “Fue una persona clave para pasar a profesional. Siempre me apoyó y habló de mí al Caja Rural. Es el número uno del mundo y una referencia para mi como corredor y como persona”, le describe David, pura dicha después que el pasado año tuviera que abandonar la carrera en la primera semana. En esta edición acabará la semana con el maillot de líder, el que arrebató a Quintana.
La escapada, de la que brotó el doblete de David de la Cruz, dejó sin efecto la casaca roja de Nairo en el Naranco, donde apenas hubo fogueo. El colombiano, Froome y Contador se enrolaron en la calma. Nada de ruido. Si acaso una nana. La subida, sosegada, no invitaba a los motines. Los favoritos pensaban en el día después, en la mística de los Lagos de Covadonga, territorio comanche, un escenario para disparos a quemarropa. El Naranco, atestada la cuneta, observó la tregua de Quintana, Froome y Contador, eslabones de la misma cadena. El debate hostil, a gritos, se produjo entre la docena de fugados, repleta de galgos y un León, Luisle, al que todos miraban y quién pastoreaba al resto. En tierra de mineros, el barreno de De la Cruz y Devenyns deslumbró a Luis León Sánchez y al resto de reparto, entre ellos Pello Bilbao, noveno en meta, donde no faltaban frontales .
“Se queda, se Queda” La más brillante fue la de David de la Cruz, que apagó a Devenyns a falta de una kilómetro. “Devenyns que era un compañero duro de roer. Por suerte al final he tenido mejores piernas y le he podido vencer. El público me ha ayudado un poquito: me iban diciendo “se queda, se queda” y tiré al máximo. El jersey de líder es un premio increíble, veremos hasta donde podemos defenderlo ya que mañana es una etapa muy dura. Ahora toca disfrutar del momento. El catalán enterró su cruz -clavícula rota, una apendicitis por el camino a la gloria- para levantarse con fuerza y marcar la Vuelta con la cruz de su apellido en la placa que talla el Naranco y el liderato. Un par de cruces para el recuerdo.