bilbao - Con el cuerpo ardiendo, el costado izquierdo desollado desde el hombro hasta el gemelo, no tardó ni un minuto Contador en diagnosticarse. “Todavía estoy caliente, pero tengo reventado el lado izquierdo y el gemelo lo tengo muy mal”. La caída la sufrió en La Puebla de Sanabria, pero antes, en julio, fue en Cherburgo y en Utah Beach. Escenarios bélico. Campos de dolor. Lugares comunes para el madrileño. De idéntica sintomatología. Contador, cosido a caídas. En bucle. Cada caída, sin embargo, respira su propia historia y escribe su parte médico. “Solo tiene cortes y moratones”, aseveró Sean Yates, su director. La caída del madrileño tuvo que ver con el ciclismo que corre enclaustrado en el vértigo y la ansiedad. No es San Fermín ni lo cuenta la pluma desbordante de Ernest Hemingway, pero el final fue un encierro. A Contador le derribaron en la huida hacia delante, en la estampida de la manada. Embestido el madrileño en una curva a derechas en ese maridaje entre quienes opositan a la etapa, -se la llevo el belga Van Genechten-, y quienes invierten a largo plazo, en el parqué de la general.

Contador miraba ese neón, al igual que Samuel Sánchez, que también besó el suelo, -el asturiano llegó sin laceraciones-, y por eso se situó en el remolino del peligro. “He entrado por dentro y se ve que hay algunos que entran en las curvas sin tocar el freno y me he ido al suelo”. No hay paz para Contador. Tampoco consuelo. El madrileño parece un muñeco de vudú aguijoneado con saña. En precario equilibrio en la Vuelta, con retardo después de la crono por equipos y la metralla de Ézaro, el madrileño pareció inmunizarse en Lugo, donde libró el gaznate de la guillotina. Frente a las murallas, un bolardo fusiló a Kruijswijk. Contador se salvó. Sin embargo, en el embudo hacia La Puebla de Sanabria le placó el mal fario. De guardia las 24 horas. Huye la buena fortuna de Contador, gafado, atrapado en la espiral de la impotencia. “Se está poniendo complicada la cosa”, determinó el madrileño ante el campo base del tríptico montañés que aguarda con La Camperona como primer escollo.

Froome fintó el suelo una vez más. “No sé cómo le puede afectar mañana la caída a Alberto Contador, depende de la gravedad de las lesiones, pero no es algo bueno para los próximos días. Estos accidentes suelen tener una serie de reacciones, ya veremos”, dijo el británico. El cuerpo resplandeciente; el rostro, preocupado. El susto le duró a Froome hasta que descolgó las piernas sobre el rodillo para deshinchar el ácido láctico. Froome sobrevivió al tiroteo de Lugo, el que enterró a Kruijswijk, pero le dejó el miedo clavado en la retina de los ojos y en el gesto, el ceño fruncido. Pensó el británico que él pudo ser Kruijswijk o Contador. Esa misma sensación recorrió la espina dorsal de Nairo Quintana. El colombiano estuvo a un dedo acompañar a Contador. En Movistar hablaban de un milagro cuando abrieron los ojos antes las imágenes. Contador tuvo que cerrarlos por el dolor. La noche, decidirá si amanece para asaltar La Camperona, un puerto con enjundia que los corredores avistarán trillados tras otro día al galope. A Galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar. En la Puebla de Sanabria no hay mar pero sí un lago, en el que se escuchó el tañido las de campanas que anuncian despedidas y derrotas.

el sufrimiento de antón Esa sonido de réquiem persiguió a 50 kilómetros de meta a Igor Antón, sin fuerzas, el estómago débil, el organismo laminado, agonizante. Omar Fraile, que también ha tenido que luchar contra una salud precaria en el prólogo de la Vuelta, acompañó en el sufrimiento a Antón. Un amigo como consuelo, como medicina anímica. Un hombro en el que llorar el padecimiento. Antón, de luto. El desconsuelo también alcanzó a Luis León Sánchez, impecable su etapa, arrebatadora su puesta en escena dirigida por el Astana que guionizó un libreto incómodo para el resto una vez que Miguel Ángel López, su superhéroe, no tiene cabina para ponerse la capa en la Vuelta.

A Luis León Sánchez, que rodaba con Simon Clarke, a por un imposible en el cierre, le arrancaron la sonrisa sin anestesia a una nariz de meta, donde sonó la marcha nupcial para Van Genechten, el más rápido y estudioso. “He hecho los deberes antes de la etapa y conocía el final porque lo he mirado en Google Earth”. Por eso lloró de alegría. El belga estaba en el cielo, golpeando a sus puertas. Contador estaba en el suelo, por el que rodó. El suelo y el cielo miden la vida. El madrileño, que siempre se pegó la gran vida en la Vuelta, -tres apariciones, tres laureles-, malvive en este edición arrastrando una cruz y enroscado en una corona de espinas. Contador ensangrentado. Desde el hombro hasta el gemelo. El goteo de una carrera a contrapelo. De castigo. La maldición de Contador.