Síguenos en redes sociales:

El belga Gianni Meersman enseña la nariz

El belga vence al sprint una etapa de asueto que sitúa a Kwiatkowski como nuevo líder de la carrera

El belga Gianni Meersman enseña la narizEFE

bilbao - Desde que alguien acuñó aquello de que la mirada es el espejo del alma, los ojos han sido glosados profusamente en películas, poemas, canciones y pinturas. A Meersman no se le vieron los ojos porque los llevaba protegidos con las gafas de competición, una pantalla para cuidarse la vista. No se sabe si los ojos del belga eran de gato o de tigre cuando su velocidad de guepardo le elevó al triunfo en Baiona en un sprint que empaquetó cómodamente. De la nariz existen menos tratados que de los ojos, tan fotogénicos ellos. Quevedo le escribió una oda paradiando el apéndice nasal de Góngora, Cyrano de Bergerac le dio personalidad y Pinocho evidenció que la nariz crece con las mentiras. Las narices son carne de rinoplastia. Con menos capacidad de enamoramiento que los ojos, nada imprime, sin embargo, más personalidad y perfil al rostro que la nariz. El carácter crece en la nariz. Meersman, que posee una nariz contenida y recta, se la señaló después de elevar los brazos entre la brisa y el sol de Baiona, puerto refugio para el turismo. Ante los ojos de los bañistas mostró su nariz, la primera en cruzar la meta. El belga, un sprinter a una nariz pegada.

Gianni, hijo de Luc y nieto de Maurice Meersaman, ambos destacados profesionales, olfateó el triunfo por el aroma que desprendía el acelerante del Ettix, un equipo acostumbrado a ensamblar un tren para Marcel Kittel, su velocista de cabecera. Sin la presencia del apolineo alemán en la Vuelta, Meersman heredó los galones de Kittel para hacer carambola en la segunda etapa. El belga, que había apilado varios puestos de honor en lo que va de curso, encontró su mejor laurel en Baiona, donde derrotó a Schwarzmann y Nielsen con la solvencia en la que se maneja en el bumper pool, un billar con obstáculos y en el que cada uno de los dos oponentes deben marcar en el la portería rival, que es un agujero en el que embocar bolas. Ese es el principal hobby del belga. En la recta de meta, donde cayó fulminado Ryan Anderson y un escalofrío recorrió a la despreoucpada Baiona, Meersman no necesitó de trigonometría para cantar bingo. Fue recto. Le alcanzó con su batido de piernas, inaccesible para el resto.

Hasta la aparición de la intriga que barniza los asuntos de velocidad, la jornada flotó sobre la burbujas de un jacuzzi. De Ourense a Baiona. De las aguas termales a la playa y las Islas Cíes mirando. Un día de excursión, de relax y de cháchara. La calma y el asueto, la hamaca del pelotón, la revolvieron Laurent Pichon (FDJ), Cesare Benedetti (Bora) y Bryan Nauleau (Direct Energie), que tenían ganas de ganar la costa ahora que agosto se encamina a septiembre y los días son más cortos. Después del esfuerzo de la contrarreloj por equipos, en el grupo descidieron caminar al trote. Vigilaron con el catalejo a los huidos, los primeros en saludar a los pueblos, una caravana al estilo de Bienvenido Mister Marshall pero sin alcalde que anunciaba desde el balcón la llegada de los ciclistas. Así que entre el ánimo de los lugareños a la hora de la siesta y la marcheta, el balneario se fue acercando a los bañistas con Nauleau, Benedetti y Pichon meneando el esqueleto con cierto ritmo. Al baile del trío se sumó Gilbert. El campeón belga recogió tres segundos de bonificación para acercarse a la casaca roja de la Vuelta, que lució Peter Kennaugh antes de posarse sobre la percha de su compañero Kwiatkowski, cuarto en la volata.

Una corazonada Contra el destino, representado en un sprint subrayado con un post-it, se rebeló Thiago Machado una vez que al cuarteto le enfriaron la esperanza. El portugués aligeró el paso en un repecho y braceó algunos kilómetros. A él se le unió Elissonde. La jauría, azuzada por los equipos de los velocistas y salpimentada por el metódico Sky, escudando a Froome y la zamarra roja de Peter Kennaugh, les cayó encima. Sonó el despertador que espabiló el desenlance. Compitieron los esprinters y asomó la potencia de Meersman, que de buena mañana se olía la victoria de la tarde. Acertó en su presagio. Antes de que arrancara la etapa, el corredor habló por telefono con su mujer y le invitó a seguir la carrera por la tele. “He hablado por teléfono con mi mujer y le he pedido que mirase la televisión porque hoy me sentía bien. tenía la corazonada de que iba a ganar”, dijo. Le dio en la nariz a Meersman. Después la enseñó.