bilbao - Repantingado, relajado, el calor de Estepona calentándole el lomo, lagartija al sol, sentado en una banco disfrutando del il paciere del dolce far niente en la salida, Valverde eleva sus piernas, en barbecho, descansadas. Piensa en Vejer, en su colina blanca. Contempla Valverde el paisaje desde la mecedora, hamacado en su inagotable clase, después de ojear internet. Allí asoma el lugar en el que vencerá horas después. Lo ha visto sin estar en él. Es la postal, virtual, de su gloria. “¿Reconocer el final? Esta mañana, por internet, con el Google Maps, eso es la rehostia”, bromeó en meta. Otra muesca. “Sabía que los últimos 400 metros eran durísimos y he esperado”, dice Valverde horas después, cuando en Vejer de La Frontera, derriba otra aduana e iguala al Chava Jiménez en triunfos en la Vuelta: nueve. “He esperado, me he mantenido frío”, sugirió el murciano con ese aire de ciclista único que gasta, de tipo despistado que no pierde detalle; un bohemio amante de la victoria. Es Valverde un verso suelto en constante idilio con las flores de meta. Valverde, blanca la bicicleta, se subió al triunfo por delante de Peter Sagan, que volvió al recuerdo de julio tras el paréntesis de Málaga. El tonelaje de la rutina.
Para Alejandro Valverde, -un genio, un maestro, el Bala-, la victoria es algo natural, un extremidad más de su cuerpo, un río que fluye por sus piernas, siempre en estado de alerta, hambrientas. La vitrina del murciano es insaciable, la solitaria parasita en su deseo. Nunca se conforma. No se cansa de ganar Valverde, alguien capaz de hacer de lo extraordinario, para lo que algunos es una quimera, un milagro o un hecho aislado, un asunto ordinario. Venció Valverde a su manera, que es de todas las formas, tal es su dominio de la escena.
duro final Hombre orquesta, depredador, intuitivo, no balbuceó el murciano en la sala de espera para salir disparado. Puntual a su cita con el laurel. Acodado en la barandilla de su clase, bizqueó por un momento, y vio el verde de Sagan, ayer sin esperanza en Vejer de la Frontera, un pueblo enjuto, blanco puro, escarpado, abrupto, que agitó el final del día, condensado en cuatro kilómetros. Un final con ese suspense de los thriller de sobremesa cuando merodea Valverde. Pello Bilbao, desvergonzando, repleto de arrojo, intentó alterar la partitura. Giró la manivela para voltear la subida, que entró en fase de centrifugado una vez el pelotón, capitaneado por Tinkoff, que pensaba en Sagan, capturó a Markel Irizar, -fenomenal etapa la del oñatiarra, premiado con el título de la combatividad y líder virtual durante un tramo de la etapa- y Engoulvent (Europcar), los últimos estertores de la fuga en la que se aliaron Durasek (Lampre), Maes (Etixx), Lindeman (Lotto-Jumbo) y Delagé (FDJ). El ataque de Pello, kamikaze por la lejanía, resultó conmovedor en unas rampas asfaltadas con velcro. El pelotón, reducido a las cuentas de un rosario, boqueaba agonía ante las paredes que deletreaban el tramo definitivo. Pello Bilbao derribó un par de muros cargado con el martillo de la ilusión. Apenas tuvo uno metros de ventaja en su bandolera, pero no capituló. Camina o revienta pensó. Al gernikarra, el aliento le abandonó a 2 kilómetros de meta. Era hora del ajedrez. Samuel Sánchez, un resorte, movió ficha, y le acompañó Nicolas Roche, que ya se mostró en el Caminito del Rey.
Valverde, vigilante, sereno, esperaba a la llegada de su metro, sin prisa, como esos paseantes que recorren las calles con las manos en los bolsillos, ajenos al bullicio y al estrés del resto de los ciudadanos. Sabía Valverde, competitivo de punta a punta del calendario, que no tenía que precipitarse, un error común en los que no saben ganar. No es de esa tipología el murciano, un excelso francotirador. Aguardó paciente y se descubrió Majka, cuyo acelerón fue el mejor compinche para Valverde, al resolver la escaramuza de Samuel y Roche, derrotados cuando se descorchó el champán, burbujeante. “Ya veía que tanto Bilbao como Samuel Sánchez y Roche no abrían excesivo hueco”, narró el murciano. En ebullición, con la meta enfocada, Valverde miró al suelo y reconoció el perfil de Sagan, su sombra, su cabellera revoltosa que sobresale por el casco. “Tenía controlado a Sagan. Por la sombra que se reflejaba en el suelo sabía por su coletilla que era él”. Valverde Belmonte, apellido de torero el suyo, le cortó la coletilla a Sagan. De tajo. Así gana Valverde. Como de costumbre.