Bilbao da la salida a la Vuelta al País Vasco
El Bilbao ciclista, repleto de mitología, gestas y memoria colectiva, da la salida a la Vuelta al País Vasco como lo hiciera en la primera edición de 1924
bilbao - “He visto muchas cosas en el ciclismo, pero ninguna como aquella subida a Sollube en la Vuelta de 1956. Jamás vi tanta gente en una carretera como entonces”, recita la memoria de Antón Barrutia, compañero y amigo de Jesús Loroño, el mito, un terremoto que sacudía los corazones y las entrañas de la afición. Loroño, un gigante en bicicleta, movilizaba a las masas como ningún otro hizo antes. En el ciclismo de mediados del pasado siglo, Jesús calentaba los gaznates de los entusiastas, gargantas de ánimo, asombro y cuneta. Era el ídolo imbatible para los vizcainos que se asomaban por miles a las carreras. “Había tres o cuatro más veces afición que ahora”, rememora Félix Castañondo, que junto a sus amigos se desplazaba desde Zeberio, un pueblo encauzado entre montañas, por la traviesa carretera, para gozar del ciclismo en Bilbao y alrededores. “No había muchas cosas. Fútbol, ciclismo y pelota. Eran otros tiempos. Nada que ver con todo lo que hay ahora”, dice. Cuenta Félix, un muchacho de 19 años por aquel entonces, ahora camina hacia los 80, cómo colgaban las bicicletas en el Riojano, que fue un bar de Miraballes. “Nos cobraban dinero por dejar las bicis allí. Nos las cuidaban. Luego cogíamos el tren o el autobús e íbamos a ver las carreras”. En Miraballes, durante una Vuelta a España, “no sé de qué año”, pinchó Jacques Anquetil, Messie Crono, cuando atravesaba el paso a nivel. “Para cuando Anquetil se bajó de la bicicleta, un compañero de equipo ya le había prestado la rueda”. Euskadi siempre fue fiel a la rueda del ciclismo. Antes que Loroño, el gran icono de la afición fue el no menos grande Federico Ezquerra. Era un ciclismo anterior a la maldita Guerra Civil, un desastre que borró millones de sonrisas e instauró un drama durante décadas. El ciclismo sobrevivió a duras penas.
En los años veinte del pasado siglo, Bilbao era el epítome del ciclismo, el lugar donde se inventó la Vuelta al País Vasco. Surgió la carrera, que arranca el lunes desde la capital vizcaina, entre la tipografía del periódico deportivo Excelsior, que en 1924 dio el pistoletazo de salida a una prueba que enraizó con vigor. Contribuyó a ello la nómina de grandes ciclistas, el empeño de la organización, que tomó el ejemplo del diario francés L’Auto, organizador del Tour, y el sentido comercial de Automoto, un fabricante de bicicletas que contaba con los mejores ciclistas franceses de la época. La marca de bicicletas vio en la Vuelta al País Vasco el escaparate ideal para dar a conocer sus productos. Con el abrigo del Excelsior se celebraron ocho ediciones.
A la carrera, que nació en agosto de 1924, “le llamaba el pequeño Tour”, explica Javi Bodegas, profesor y editor de Urtekaria. Aquella primera edición partió de El Arenal de Bilbao y tras enlazar con Donostia e Iruñea se servía en Bilbao. El ciclismo, un deporte de tipos duros, solitarios, más próximo a la minería por su dureza que a una modalidad deportiva, era una fiesta incluso en las jornadas de tajo. “La gente salía de las fábricas para ver pasar a los corredores y después de verles, volvía al trabajo”, describe Félix, que como la mayoría se desplazaba en bicicleta para ver a los corredores, héroes en una sociedad donde la despensa estaba repleta de escasez, más si cabe en la posguerra. Faltaba de todo. En un ambiente opresivo, bajo el yugo de la dictadura franquista, el ciclismo era una rendija por la que asomarse a la libertad, al deleite y a la ensoñación. “A las carreras se iba con mucha ilusión”, describe Fernando Ibáñez, nieto de uno de los organizadores de la Vuelta a España y todo tipo de pruebas ciclistas que acogía Bizkaia. Aquella primera edición de la Vuelta (1935), aún primitiva, con bicis que pesaban un quintal, recorrió cuatro etapas: desde Madrid hasta su desembocadura en la villa.
arde la afición En Bilbao ardió la edición de 1956, que finalizaba en la capital vizcaina. “La de Loroño y Conterno, el italiano”, lanza sin pensarlo Félix. En la 17º etapa, entre Gasteiz y Bilbao, de 190 kilómetros, una hoguera de pasiones atravesó la carrera. Medio siglo después aún quedan los rescoldos de aquella pira. El día que Loroño, en medio de la tormenta, atacó en Sollube. Le separaban 43 segundos de Conterno, que era un espectro sobre la bicicleta. Llovía a mares, pero el océano, el oleaje estaba en las cunetas, atestadas. “Mientras Loroño atacaba, Van Steenbergen ayudaba a Conterno y claro, Bahamontes, que empujó al italiano. De lo contrario no hubiese ganado la carrera”. En realidad, Bahamontes, némesis de Loroño, remolcó al italiano en Sollube. La mano del Águila de Toledo logró que Conterno pudiera sobrevivir a la ofensiva de Loroño. En meta, los jueces sancionaron con 30 segundos a Conterno, campeón de la Vuelta en medio de la polémica. “Fue vergonzoso”, rememora Félix. La dolorosa derrota hizo que la devoción por Loroño creciera aún más. “Más de uno bebía brandy Majestad porque patrocinaba a Loroño”.
Bilbao, que mezclaba trajes y txapelas, era la ciudad ciclista por excelencia en un tiempo donde las carreras eran un asunto muy familiar. En un piso de la calle Hernani se alimentaba Miguel Poblet, ganador de la Milán-San Remo, cuando no lo hacía en el restaurante Laga del Casco Viejo. “De hecho, en ocasiones, los organizadores de las carreras daban de comer a los ciclistas en sus propias casas”, apunta Fernando. “En casa de mi abuela comió más de una vez Miguel Poblet. Era algo normal. La relación entre organizadores y ciclistas era más estrecha y, evidentemente, el ciclismo no estaba tan profesionalizado como ahora”. La Gran Vía, la principal arteria de la ciudad, era la alfombra roja por la que pedalearon todas las grandes figuras internacionales: Anquetil, Gimondi, Poulidor, Coppi, Hinault, Bartali, Merckx... “En los dos lados ponían tribunas y estaban repletas de gente, el ciclismo tenía muchísimo tirón”, añade Félix.
Bilbao se echaba a la calle. “Aquí el ciclismo siempre ha tenido un arraigo enorme”, reivindica Javi Bodegas. La capital vizcaina fue testigo de la última victoria profesional del inolvidable Anquetil. El francés y su ciclismo champán conquistaron la Vuelta al País Vasco de 1969. En la contrarreloj, Anquetil derrocó del trono Galera y templó a Patxi Gabica, el hombre que jaleaba la afición. Poulidor ganó la etapa contra el tiempo sobre un recorrido de 43 kilómetros que enlazaba Gernika con Bilbao. Otra contrarreloj, esta de la Vuelta, entre Llodio y Bilbao, de 29 kilómetros, asistió al primer hito de Luis Ocaña. La carrera se decidió en el callejero de la capital vizcaina. Era 1970. Ahí se paró la Vuelta a España, la glaciación de la política, el miedo, las balas... La capital vizcaina comenzó a perder peso. La Vuelta al País Vasco había virado hacia Eibar, polo industrial y cuna de la Bicicleta Eibarresa, una prueba que convivía con su hermana mayor hasta que se fusionaron años después. “Bilbao, que fue la capital del ciclismo vasco antes y después de la guerra, cedió protagonismo”, relata Javi Bodegas. Lo que era un hábito, un paisaje costumbrista, de más de cincuenta años de un Bilbao encartelado con imágenes de ciclistas; voces y aplausos en los márgenes, se transformó en un asunto puntual. Como la victoria en 1986 de Anselmo Fuerte, que se destacó en Bilbao en medio del aguacero en una jornada épica.
Sin lluvia, el sol fortachón, mostrando bíceps, se articuló la genial victoria de Joane Somarriba, la novia de Bizkaia, en la salida del Tour femenino de 2001. También lucía el sol en septiembre de 2011, el último año que una gran prueba se posaba con tanta fuerza sobre la Gran Vía. Allí, en el pasillo de la memoria, de los miles y miles que aplaudieron y animaron antes, durante décadas, a los más esforzados, Igor Antón escribió uno de los más bellos pasajes de la historia de las carreras en Bilbao. Impulsado por un mar naranja en el alto del Vivero, Antón agarró el ramo de flores en la Gran Vía de Bilbao, en la ciudad que bebía Majestad.