Froome se salva sin explicación
Contador, Valverde y Purito no se arreglan para alejar al inglés, que sufre en Covadonga pero resiste
El ciclismo es lo inexplicable. ¿Qué es la pájara? Que de repente te quedas vacío y no puedes más. Te tiene que haber pasado para entenderlo. Si no, por mucho que lo expliques, no se comprende como no se comprende a Valverde cuando explica lo de los Lagos. “Arrancas tú, arranco yo. Y Froome como siempre, voy, pero no voy”. Y ese resulta ser el mejor resumen.
No hay explicación. Lo explica bien Valverde.
Inexplicable que Niemiec, uno de los chicos de Matxín, ganase en los Lagos, merecido, por supuesto, todas las victorias lo son, y, sobre todo, que Froome salvase el día e incluso su puesto en el podio con apenas unos segundos de brecha que no son nada si se imagina uno lo que pudo haber sido para el británico, resucitado en La Camperona, la subida a Covadonga, cuya leyenda -Marino, sobre todo eso, Marino- es más grande que su realidad como si el tiempo, qué cosas dicen los periodistas, hubiese encogido la montaña que desde hace más de una década mezcla en su palmarés a los geniales de otra época con meritorios de esta, nombres tan difíciles de pronunciar y reconocer como el del polaco de Matxín, o Piedra o Barredo antes que él. Y la luz de la montaña cuya magia, dijeron, era comparable a la del Alpe d’Huez, se ha ido apagando en cada crónica como si los años la afeasen, hiciesen más corva y menos brava su Huesera, y su Mirador de la Reina.
Quizás fuese por la bruma que amenazaba los Lagos de Covadonga, o la lluvia repentina todo el día, o los bosques negros de la bajada oscura e inquietante del Torno que seguro hubiese imaginado Hitchcock y se comió literalmente a Castroviejo, su bicicleta tirada en la carretera y él desaparecido, engullido por la espesura del bosque y rescatado después de su estómago para que quedase todo en un susto de los que no se olvidan; quizás fuese eso por lo que, tan tenso el descenso y tan tensa la espera hasta La Huesera, lo más duro, se esperaba algo de magia en los Lagos pese a que todo el mundo asume ya que las genialidad ciclistas, las bellas locuras, están sometidas al control tecnológico, el ciclista marioneta de la máquina, como recuerda Froome cada vez que mete la cabeza entre los codos y clava su mirada en el potenciómetro, que vaya usted a saber lo que le dice -cuentan que le marca su límite y el ritmo que debe seguir para no explotar-, pero que le hace correr de esa manera que nadie comprende, quedándose sin quedarse. Como, tirando de algún recuerdo, Jaskula, aquel polaco dientudo y rubio que llegó así, haciendo la goma cada día, al podio del Tour del 93, cuando no existían potenciómetros. Así, Froome, entró ahogado en La Huesera. Y se quedó con el primer ataque serio, claro, de Contador, para, en lugar de alimentar la batalla, las ganas de tirar para arriba y distanciarle, hundirle y acabar con él, muerte al enemigo, sembrar el desconcierto.
Contador, que habla de Froome con tanta admiración y respeto que hasta dice que es el rival más fuerte con el que ha luchado siempre, se encontró cuando miró para atrás con Valverde y Purito, dos que, tras tantos años, conocen al madrileño y no se fían. El líder les debió proponer, o eso contó, una especie de acuerdo para acabar con Froome. Una unión hoy, colaboramos, nos lo quitamos de encima y mañana cuando amanezca hablamos de lo nuestro. Del reinado de la Vuelta que los tres desean y creen que pueden conquistar. Por eso, quizás, no se entendieron. Valverde, escarmentado por la precipitación de la víspera en La Camperona, decidió esta vez ser conservador y limitarse a responder a los ataques de Contador, que desplegaba las alas con fuerza, se giraba al poco, veía al murciano y a Purito a su estela, les pedía colaboración, empuje y ganas para perder de vista a Froome, y al no encontrar respuesta se replegaba y se desesperaba. Pasaba, así lo vio él, que intentaba tirar y ponía un ojo en el cielo, sobre los Lagos, pero otro en el cogote para vigilar a Valverde y Purito, que le seguían como, casi perdido en la curva anterior, Froome y su pedaleo mecánico. Dubitativo, se paraba. Nadie se fiaba de nadie. Valverde, quieto en la sombra de Contador, reconoció que desconfiaba del líder y que por eso no colaboró. Y a Purito no le sentaron bien las quejas porque, cada uno ve la historia a su manera, lamentó más que la poca colaboración que echó en falta Contador, el poco interés de este por mantener el ritmo que acusaba Froome desde La Huesera y que imponían sus fieles Dani Moreno y Caruso. “Y cada vez que nos poníamos nos atacaba”, se defendió Purito, a quien la situación, los tres ahí en cabeza, los ataques ininterrumpidos de Contador, le recuerdan al paisaje de la Vuelta de hace dos años, la de 2012, aunque solo en parte, porque entonces él era el líder y el más fuerte, y aún así perdió, y ahora el madrileño está mejor, es favorito y nadie se fía de él. Por eso, quizás, no se entendieron ni colaboraron y perdieron la etapa que ganó Niemiec y podría haber sido, fácilmente, de Valverde, y por eso también, Froome, que apenas cedió 12’’ con Valverde y Purito y siete con Contador, que se atascó en el repecho final, asoma hoy al infierno minero asturiano sin que nadie sepa explicar cómo es posible que siga vivo en la Vuelta.