La voz de un gregario
“La dictadura rusa se instala en Ucrania mientras yo andoen bicicleta”, dice Andriy Grivko, guardaespaldas deVincenzo Nibali en el Tour y patriota ucraniano
AAndriy Grivko su padre, corredor de la selección de la antigua Unión Soviética en los 80, le echó de casa. Le dijo que si quería ser ciclista tenía que marcharse de Ucrania y buscase un futuro en la Europa ciclista. Eligió Italia. Allí se hizo profesional en 2005. Desde entonces ha ganado cinco veces el Campeonato de Ucrania contrarreloj y alguna otra carrera, pero sabe bien cuál es su función. Es gregario. La primera lección se la dio Armstrong en el Tour de 2005, el primero que corrió. Le impresionó comprobar cómo el miedo que se le tenía al texano le dejaba moverse por el pelotón como en el pasillo de su casa. Se apartaban a su paso. Desde entonces, él se encarga de que se respete a su líder. Tiene fama de duro. Trabajó para Aleksandr Vinokourov, después para Alberto Contador y ahora es el guardaespaldas de Vincenzo Nibali. En el Tour hace lo que no se ve. Le gusta estar ahí. En la sombra. Trabajo mudo. “Pero cuando me bajo de la bicicleta reclamo mi derecho a defender mis ideas políticas”.
Grivko es bilingüe. Durante el régimen soviético en Ucrania estaban obligados a aprender y hablar ruso. Es el idioma que usa para hablar, por ejemplo, con la familia de su mujer. El ucraniano que también domina es más simbólico. “Es como una reivindicación de mi nacionalidad”, dice. Con ocho años vivió la desintegración de la antigua Unión Soviética y recuerda el grito de libertad que se extendió entonces por todo el país que veía la puerta abierta a Europa. “Siempre, ahora también, nos hemos sentido más identificados con Europa que con Moscú, pero ya en esa época se nos mentía y se nos hacía creer cosas que no eran verdad. Casi nada ha cambiado en 20 años”.
Se refiere a Crimea, la región ucraniana que el 11 de marzo proclamó su independencia en un referéndum para abrazarse a la Rusia de Putin. “Pero fue una parodia. Conozco mucha gente en Crimea que ese día no pudo votar. Muchas de las carreteras estaban bloqueadas para provocar embotellamientos en torno a los colegios electorales y que la gente no llegase a votar”, protesta Grivko en una entrevista en el diario L’Equipe, en la que proclama su patriotismo ucraniano y se reconoce contrario al régimen ruso, al que acusa, también, de querer manipular el atentado en el que murieron 298 personas después de que un misil tierra-aire derribase el Boeing 777 de las Líneas Aéreas de Malasia culpabilizando a Ucrania de la tragedia para dañar su honor ante el resto del mundo.
El mundo entero podría ser el Tour, donde ondean tantas banderas. Algunos se le acercan a Grivko cada mañana queriendo saber un poco más de lo que está pasando en Ucrania. Otros, los rusos, algunos, le preguntan si ha recibido ya su nuevo pasaporte que ha impuesto Moscú a todos los habitantes de Crimea. “Yo prefiero no decirles nada”. Le duele. Tampoco habla de este asunto en el equipo. Corre en el Astana, la estructura kazaja, “un país más ligado a Rusia. Comprendo que la política no debe enturbiar el ambiente del equipo”. El Astana va camino de ganar el Tour. Y el papel de Grivko es proteger a Nibali en el llano, hacer que se le respete, meter codos y, si es necesario, morder a los que tratan de perturbar la paz del líder. Ese es su trabajo. Morder y callar.
Con un ojo en Ucrania Y sin embargo, reconoce que es difícil concentrarse en la carrera cuando las cosas están tan mal allí, en Crimea. Corre con un ojo en Francia y otro en Ucrania. Algunas mañana habla con sus padres. Sabe que su hermana está decidida a rechazar el pasaporte ruso. Le preocupa lo que pueda pasar. Cuando el presidente Viktor Ianoukovitch se refugió en Rusia tras los incidentes de la plaza Maidán de Kiev, supo la tormenta que se avecinaba. Que el siguiente movimiento de Moscú sería un golpe de autoridad para reprender al pueblo y que es así porque como en Crimea están las bases rusas del Mar Negro, Putin se siente allí como en su casa. “Nuestras libertades y nuestra seguridad están en peligro”, alerta el corredor del Astana, que también ve en riesgo el futuro del país, cuya economía se asentaba en el turismo. “¿Quién va a ir ahora allí? Las imágenes del conflicto están ahora en el recuerdo de todo el mundo”, lamenta.
Le ha costado hablar del asunto porque creía que si abría la boca podría poner en riesgo a su familia. Se mordía la lengua. Por dentro, le hervía la sangre. “Tengo la sensación de que nos están echando de nuestra casa. La dictadura rusa se instala en Ucrania mientras yo pedaleo en las rutas del Tour”, donde echa de menos a Yaroslav Popovych, ucraniano también. “Me encuentro un poco solo”, reconoce; “pero es importante que esté aquí”. Más allá de proteger a Nibali, siente que tiene una misión. Contar lo que pasa en Ucrania. Por eso ha alzado la voz el gregario al que le gusta trabajar en la sombra.