la abuela siempre decía: “Al tío Paco lo mataron”. “Lo repetía de vez en cuando, pero yo pensé que eran cosas suyas, ya sabes. Por eso nunca le di importancia”, dice Álvaro Rey, sobrino-nieto de Francisco Cepeda, el tío Paco, que está en Grenoble cuando el Tour duerme en los Alpes tras la etapa de Chamrousse, pero el cruce con la carrera francesa es mera coincidencia. Le ha llevado allí otra cosa. La canción de la abuela. “Al tío Paco lo mataron”. No le dio importancia pero se le quedó. De la curiosidad parten los caminos más emocionantes.
“Tengo algo que te puede interesar”, dicen al otro lado del teléfono. Es Álvaro Rey y está emocionado. “Es sobre mi tío-abuelo, Cepeda. He descubierto algo. ¿Cuándo y dónde podemos quedar?”. “¿Pero qué es?”. No adelanta nada. “Cuando te vea te lo cuento”. Qué nervios. Qué curiosidad.
La mañana del viernes la pasan Álvaro Rey y Josu de la Maza en el archivo del juzgado de Grenoble, donde les esperan con los brazos abiertos. “Son ustedes los del Tour”, les reciben. El archivo es la última estación de un camino que parte de la curiosidad de Álvaro y se va tropezando con cosas inesperadas. Josu, compañero de la universidad y amigo que vive en Toulouse, es el mejor compañero de viaje. Le va abriendo puertas a Álvaro. Josu rastrea el Archivo Nacional francés en busca de alguna pista. Busca el diario L’Auto, organizador en aquella época del Tour, a ver qué dice del accidente que llevó a la muerte a Cepeda en la edición de 1935, se dice, que en el descenso del Lautaret, en una curva, aunque hay otras versiones que sitúan el suceso más arriba, en el Galibier, o más abajo, cerca de Bourg d’Oissans. Pero no encuentra nada. No hay rastro del periódico parisino. “Al parecer”, cuenta De la Maza, “L’Auto se posicionó con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y quizás por eso, al acabar esta, se destruyeron o no se guardaron, no, al menos, en el Archivo Nacional”. No importa. Sigue husmeando entre papeles hasta encontrar lo que busca. Es una pequeña referencia, apenas unas líneas, en el diario Le Matin, que en su edición del 26 de octubre de 1935, meses después de la muerte de Cepeda en el hospital de Grenoble donde está ingresado ahora Michael Schumacher, habla de la apertura de diligencias judiciales para esclarecer el suceso al encontrar indicios y testimonios de que no había sido una simple caída lo que le había provocado la muerte -se hablaba de que el calor había hecho que, con las nuevas llantas de duraluminio, la pasta que pega el tubular a la llanta se reblandeciese y, despegado, el tubular habría saltado por los aires y, con ello, el corredor vizcaino, que se dio un golpe mortal-.
Era lo que soñaba con encontrar Álvaro Rey. “Al tío Paco lo mataron”.
Estaba en el camino. Si había una investigación abierta tenía que haber un expediente que recogiese todo el material recolectado. En Francia los expedientes relacionados con muertes se desclasifican 75 años después de que esta suceda y Cepeda murió en julio de 1935, con lo que esa investigación se tuvo que hacer pública en 2010. “Por lo tanto”, dice De la Maza, “tenía que estar en el archivo del juzgado de Grenoble, donde se llevó a cabo la investigación”. Allí la encontraron. “¿Son ustedes los del Tour?”. El viernes por la mañana tenían el expediente esperando. “Podíamos haber tardado en encontrarlo quién sabe cuánto, pero a los empleados del archivo también les llamó la atención el caso del primer ciclista muerto en el Tour y buscaron entre quién sabe cuántas carpetas hasta dar con él”.
El expediente era una carpeta con varios documentos que la ley francesa no permite hacer públicos. El primero que encontraron les sacó la primera exclamación. “¡Alaaaaa!”. Echaba por tierra todas las teorías sobre el lugar de la caída. No fue ni en el Lautaret, ni en el Galibier, ni acercándose a Bourg d’Oissans. La caída ocurrió en Rioupéroux, a medio camino entre Bourg d’Oissan y Grenoble, en una curva a la derecha conocida como la de los castaños. Un dibujo a lápiz de los investigadores de la Gendarmerie ubica perfectamente el lugar. “Y con ese mapa de referencia hemos podido encontrar el sitio exacto del accidente”. Fueron allí el viernes por la tarde, tras la etapa del Tour. Lo encontraron gracias a una señora del pueblo y a que la curva se sigue conociendo entre la gente como entonces, la de los castaños. “Ha cambiado porque ya no están las vías del tren, pero sigue escoltada por los castaños”.
De pie en la curva, Álvaro y Josu se imaginaron lo que pudo pasar y cuentan los cuatro testigos que interrogó la policía. El que más lejos estaba era Antoine Vulpiano, un gruista emigrante italiano. Contó lo que vio desde una distancia de unos 200 metros. Que fue testigo del accidente ocurrido en la curva y que esta “fue debida a la imprudencia de un automovilista que seguía la carrera”. Vulpiano relata en su declaración que fue una furgoneta “cerrada y pintada de rojo”, la que golpeó a Cepeda “violentamente” haciéndole caer hacia el lado izquierdo de la calzada. “El conductor no se paró y continuó su camino”, explicó. Y que después pararon otros dos vehículos que seguían al grupo de cinco o seis corredores. Uno se llevó el cuerpo inconsciente de Cepeda -murió tres días después en el hospital sin llegar a despertarse y donde le visitaba Ezequiel Blanco, un emigrante español cuya atención con el vizcaino esos días fue considerada por los trabajadores del hospital como “admirable”-; el otro, la bicicleta. “Repito que este accidente incumbe al conductor del vehículo pintado de rojo”, cierra Vulpiano su declaración.
-Entonces, su abuela tenía razón. A Cepeda lo mataron, aunque fuese un homicidio involuntario.
-No. O no está tan claro. Hay otros tres testigos que no dicen lo mismo. Cada uno tiene su versión.
La que más casa con la de Vulpiano es la de Bernardini, un panadero de 14 años que estaba viendo el paso de los corredores situado a unos 150 metros del lugar del accidente. “Vi muy bien en qué circunstancia el corredor Cepeda tuvo su accidente. El tubular de la rueda trasera del último corredor del grupo -Cepeda- se salió de la llanta”, relata este testigo. Y tras contar que Cepeda cayó al suelo hacia el lado izquierdo, prosigue: “Entonces un coche no pudo esquivarle, le dio otro golpe y lo mandó hacia el lado derecho”. Ese vehículo se detuvo inmediatamente, según esta versión, tres hombres se bajaron, levantaron al herido y lo metieron en el interior. Igualmente, Bernardini habla de que los ocupantes de un segundo coche recogieron la bicicleta.
Sin embargo, un tercer testimonio de una persona que se hallaba más cerca que Bernardini en el momento del accidente es totalmente contradictorio. “Ningún coche adelantó al grupo, lo cual afirmo categóricamente”, declaró este testigo en un relato en el que afirma que después del accidente, que se produjo al salirse el tubular de la rueda delantera y no trasera, un vehículo se detuvo y de él salieron tres hombres que hablaban español y reconocieron a Cepeda. Lo socorrieron y lo metieron en el coche. “Los dos italianos -Bernardini y Vulpiano- no pudieron ver -según él estaban demasiado lejos- cómo se produjo el accidente. Repito que ningún coche tuvo que ver con este accidente”.
El juez del juzgado de Grenoble escuchó a los testigos, que confirmaron su primera declaración, estudió las pruebas recogidas por los investigadores y el 31 de enero de 1936 dio por cerrado el caso abierto por la sospecha de homicidio involuntario. “Ciertamente, no se puede saber lo que pasó por lo diferentes que son las versiones y no se puede buscar más. Al menos hemos logrado saber el lugar exacto del accidente y tenemos varias versiones de lo que ocurrió. Eso es mucho”, cierra también el viaje Álvaro Rey. “Este camino acaba aquí”. Pero qué emocionante.