HOY los corredores de la Vuelta tienen una dura prueba por delante en L'Angliru. Es la subida final de la carrera. Allí acaba todo el sufrimiento, salvo el último esfuerzo de los esprinters y sus lanzadores mañana en Madrid.

No les envidio nada. En mi opinión, estas subidas tan empinadas no son ciclismo. Están bien para la organización porque generan una gran expectación y atraen a mucho público, algo que la Vuelta necesita tras el triste panorama de las etapas de Pirineos, donde apenas había gente.

Por eso, para la L'Angliru les asegura terminar la carrera con una buena acogida de público en la carretera y de audiencia en la televisión.

Pero desde mi punto de vista, estas subidas tan duras se alejan de lo que es el ciclismo. En las subidas tradicionales, tipo Lagos de Covadonga o Tourmalet, los corredores pueden jugar con la estrategia, puede haber ataques, contraataques, cambios de ritmo... Sin embargo, en estas rampas cada uno pone su ritmo y si ha acertado con los desarrollos, sigue así hasta arriba. Apenas puede haber ataques y, al final, las diferencias no son demasiado grandes. Eso sí, para el público queda el morbo de ver a corredores de carretera con desarrollos de Mountain Bike retorciéndose para no caerse de la bici. En fin.

Yo, como cualquier buen cicloturista que se precie, cuando se empezó a hablar de esta subida me dije que tenía que subirla en bici y aproveché que se organizaba una marcha que terminaba en su cima para hacerlo. No era muy larga, unos 80 kms, pero antes de empezar la subida final ya llegábamos con un puerto de tercera y La Cobertoria, un Primera.

Subí hasta arriba tras un esfuerzo muy grande para mí, y eso con un desarrollo de 30x28. Las pulsaciones se me dispararon más de 25 ppm por encima de mi umbral en la Cueña les Cabres, una pared al 24%. Oí a la mujer de un amigo animándome, pero no la vi. Solo pensaba en que me iba a dar un infarto, pero no podía parar ya que eso me obligaría a volver otra vez a subir el puerto, y ni por asomo pienso en repetir. En las rampas del 18% recuperaba el aliento. Con eso está todo dicho.

Luego vino la bajada, donde es casi imposible detener la bici y de frente me venían muchos cicloturistas haciendo eses en esa carretera tan estrecha, así que tuve que bajar un rato con la bici en la mano.

En fin, un puerto donde no disfrutas, no ves el paisaje, suspiras por no caerte de lo lento que vas y estás deseando terminar de bajar para poder relajarte, no es un puerto de los que me gustan. Lo siento L'Angliru, pero no quiero volver a verte debajo de las ruedas de mi bicicleta.