Qué duro el asfalto del Tour
Contador se ve implicado en una caída después de que el autobús de uno de los equipos provocase la histeria al quedarse atascado en la pancarta de meta bajo la que, solucionado el aprieto, gana Kittel
1º Marcel Kittel (Argos)4h 56' 52''
2º Alexander Kristoff (Katusha)m.t.
3º Danny Van Poppel (Vacansoleil)m.t.
GENERAL
1º Marcel Kittel (Argos)4h 56' 52''
2º Alexander Kristoff (Katusha)m.t.
3º Danny Van Poppel (Vacansoleil)m.t.
La etapa de hoy, 2ª: Bastia-Ajaccio, 156 kms. Teledeporte, 15:30.
alain laiseka
Alberto Contador tarda dos años en regresar al Tour (corrió el último en 2011 antes de la sanción por dopaje) y apenas unas horas en comprobar que un centenar de ediciones después todo sigue igual, que el Tour es inmutable. "Qué duro es el asfalto de Francia", dice cuando llega a Bastia. Ese lamento tiene más de cien años.
Contador va con el maillot mordido a la altura del hombro izquierdo y la rodilla arañada. El reloj lleva contados más de dos minutos desde que Marcel Kittel, un alemán forrado de músculo, ganó el sprint de la primera etapa a Kristoff y a Van Poppel, Danny, el hijo de Jean Paul. Eso sí cambia. La gente. Los corredores. Kittel es de los nuevos. Gana su primera etapa en el Tour y, además, es el primer maillot amarillo, el primer maillot verde y el primer maillot blanco de la carrera. Solo deja escapar el de la montaña. Lo recogió Juan José Lobato. Un gaditano vestido de sevillana que corre en Euskaltel-Euskadi. Nada parece encajar en la primera etapa del Tour que cumple cien ediciones.
Sobre todo, la serenidad de Contador. "Nada", dice, "chapa y pintura". Y tan tranquilo. ¿Y el tiempo, Alberto? ¿Y el tiempo? Nada, no cuenta. Todos han llegado juntos, pero desperdigados. De uno en uno. ¿La culpa? Del autobús. ¿Cómo? Esa variable no aparece en ninguno de los manuales de prevención de riesgos que manejan los equipos antes de desembarcar en el Tour.
Pues hay uno, autobús de un equipo australiano de esos de 500 caballos y lunas tintadas, anclado en la meta de Bastia y un enjambre de responsables del Tour con sus camisas negras y la histeria reflejada en el rostro corriendo a su alrededor como pollos sin cabeza. La cosa es seria. Faltan menos de diez kilómetros y el vehículo, que ocupa toda la recta de meta, está atascado porque ha hecho tope con la estructura maciza de la meta. Diez kilómetros para un pelotón del Tour que busca el sprint son... No había tiempo para nada.
Es lo que pensó Vicente Tortajada, el español que preside el jurado del Tour. Calculó, imaginó el peor de los escenarios, una manada de ciclistas empotrados contra la carrocería del autobús, y no quiso que ocurriera. Así que lo cambió todo. Situó la meta en la pancarta de tres kilómetros y ordenó que se avisase por radio a todos los directores de equipo. Estos se lo gritaron a sus corredores por el pinganillo. La histeria dio un relevo en el pelotón. El último. Ya no paró.
Un gaditano, de sevillana Llevaban unos kilómetros tensos después de un día plácido por Córcega, ¡qué bonito!, de sur a norte por la carretera de la costa, la caricia del perfume salino del Mediterráneo y la explosión de luz en mil brillos turquesa. Era un día de los que se miran al amanecer por la ventana y apetecen. De los que debió sonreír al levantarse con el sol fue Juanjo Lobato. Nació con él. En Cádiz, donde la luz es diferente y despunta los colores. Es de Trebujena, el pueblo que eligió Steven Spielberg para grabar El imperio del sol después de ver su amanecer en un anuncio de una marca de aceite. Un año después, en 1987, nació Lobato. En Trebujena. Donde el sol.
Uno como el que lucía ayer en Córcega para iluminar el debut de Lobato en el Tour. Es el primer gaditano en 100 ediciones que lo corre. Y el primero, claro, que lidera la montaña. En el podio se vistió de sevillana. Lleva el maillot de los lunares rojos. Le bastó cazar un punto en el único puerto de cuarta de la etapa y luego fue el primero de la escapada que levantó el pie para volver con los demás. Flecha o Lars Boom, que iban con él en la fuga, aguantaron un poco más. Cuando claudicaron más adelante, en el pelotón se mascaba la tensión de los días de miedo.
Se temían los últimos 50 kilómetros, cerquita ya de Bastia, en el sur, una carretera estrecha y serpenteante donde apenas cabía el pelotón de la misma manera que el Tour, la ciudad itinerante más grande del mundo, no cabía en Córcega y el autobús del Orica GreenEdge no pasaba por debajo del arco de meta. Y por eso, porque sabía lo de la carretera estrecha, lo del peligro de mezclar miedo y velocidad, Contador se puso bien delante, el primero a rueda de sus fieles Tosatto y Kreuziger. Y como él, Andy Schleck acorazado entre el viejo y sabio Voigt y el bueno de Irizar, que sirve para todo. Y así también Valverde, que ya sabe de qué va eso de caerse en el Tour. Y Froome, las orejas gachas y la congoja en el cuerpo porque fue el primero en intimar con el suelo, ya en la neutralizada, una caída tonta, dos rasguños, nada serio. Cruzaron rotondas, se metieron por veredas escoltadas por pinos bajos y recorrieron carreteras que eran paseos por playas de arena virgen expuestas al viento malvado que prefirió quedarse sobre la toalla, bajo el sol, y no soplar. Un par de sustos, dos caídas que no atraparon a los favoritos, hicieron a estos confirmarse en su creencia de que habían hecho bien en no fiarse. Y se felicitaban, el relax, el primer día está salvado, misión cumplida, sobrevivimos, cuando llegó por el pinganillo el asunto del autobús que conducía el navarro Garikoitz Atxa atascado bajo la meta, el traslado del sprint final al arco de los últimos tres kilómetros y la decisión de conceder desde ese momento el mismo tiempo a todo el pelotón, ocurriese lo que ocurriese. La notica corrió como la pólvora a través de los pinganillos. Y tardó nada, unos metros, en explotar.
Caída de Egoitz García El detonador fue Gert Steegmans, una mala maniobra del lanzador belga de Cavendish en cabeza del pelotón que le mandó al suelo. Y detrás, un montón de cuerpos más. Entre ellos el de Contador. Entonces recordó. "¡Qué duro es el asfalto de Francia!". Lo mismo pensaron Peter Sagan, Geraint Thomas, Van Garderen o Tony Martin, que la víspera bramó contra el Tour acusándole de querer matar a los ciclistas con bajadas como la del Alpe d'Huez, estrecha y peligrosa, y ayer se quedó un buen rato sentado sobre la carretera, con la mirada perdida y el cuerpo casi desnudo y salpicado de sangre. Hoy quizás salga. Eso dijo. Y quizás salga también Egoitz García, el vizcaino del Cofidis a quien el Tour le dejó la primera huella en una de las rodillas y en la muñeca, que tiene inflamada. Antón, Nieve, los Izagirre, Zubeldia, Castroviejo y los demás salvaron el día sin rasguños y sin ceder tiempo. Nadie lo perdió, pese a que en una decisión desconcertante que encolerizó al director francés del Ag2r Marc Madiot -"cuando nosotros cometemos errores nos ponen multas. Pues este señor español tiene que asumir las consecuencias. Es español, pues que se vaya para su casa", dijo señalando a Tortajada- la meta volvió a su sitió después de que el autobús diera marcha atrás y despejase la llegada donde ganó Kittel la etapa y se vistió de amarillo.
Luego fueron llegando los demás, tensos y desperdigados. Y, finalmente, arañado en el hombro pero tranquilo, Contador. "No tengo nada roto", dijo. "Espero que se pueda curar con hielo, que no vayan a más y que no me impidan acoplarme a la bici en la contrarreloj por equipos". Antes, habrá que salir de Córcega.