La huella vasca en el Tour
La carrera francesa cumple cien ediciones y sus protagonistas rescatan cada día en DEIA los recuerdos de su paso por el gran acontecimiento del verano
Bilbao
EUSEBIO Unzue, navarro de Orkoien, suele contar que la primera huella, la más honda, que le dejó el Tour fue la insoportable sensación de calor y el olor a brea caliente, casi líquida bajo los tubulares, las ruedas de los coches y las suelas de las chancletas, el verano francés volcado en la orilla de una carretera. Así cien veces, cien julios. Imagínense la de huellas de ruedas que hay por toda Francia. Cada una cuenta una historia que rescatan para DEIA durante este Tour -un relato diario- algunos de sus protagonistas. La cuentan como la recuerdan.
En la salida del Tour de Donostia en 1992 Bahamontes iba contando por ahí que la culpa de que no hubiese ganado otro Tour, además del de 1959, fue de Pérez Francés y Patxi Gabica, que tiraron como posesos del pelotón en la etapa de Pirineos de, cree, 1964 para darle caza. Puede ser. Lo que no cuenta el toledano es que ese día había pactado con Julito Jiménez (Kas, el equipo de Pérez Francés y Gabica) tirar juntos para repartirse los trofeos: para él la general del Tour, para el genial abulense, la etapa y la general de la montaña. No recuerda que, efectivamente, marcharon juntos por el Aubisque, el Tourmalet, los templos de piedra los Pirineos, y que alegó fatiga, "no puedo Julio, no puedo", para quedarse a rueda en el llano antes de atacar y marcharse solo ante el cabreo monumental de Langarica, director del Kas, que paró el coche en la cuneta, esperó a que llegase el grupo principal y ordenó tirar a muerte a los suyos. Cuando lo recuerda, Gabica dice que es verdad que ese día Bahamontes tenía el Tour ganado. Pero también que fue él quien lo perdió al romper el pacto con Langarica. Cada uno cuenta su historia.
El mejor equipo del mundo El director del Kas era un tipo duro que no permitía novias en los hoteles del Tour ni Coca-Cola en la mesa durante desayunos y cenas. O agua o vino. Nada más. Langarica fue el ideólogo del, quizás, mejor equipo de la historia del Tour que creó bajo la premisa irrenunciable del poder gremial. El Kas debutó hace 50 años en la carrera francesa (Tour de 1963) y un año después ganó la crono por equipos por delante del bloque que arropaba a Anquetil; en 1965 fue el mejor equipo del Tour. "Lo único que nos faltaba", cuentan a coro Gabica, Carlos Echeverria y Antón Barrutia, los tres miembros de aquel primer Kas del Tour; "era un líder para ganar en Francia". "Es más, si Poulidor hubiese corrido en el Kas, habría ganado más de un Tour", promete Echeverria. "Y si lo hubiese hecho Bahamontes, al menos, cinco", añade convencido Barrutia, que se trajo desde Madrid hasta Bilbao a Loroño aquella tarde antes del Tour del 59 en la que Langarica tomó parte por el toledano y Bizkaia entera le odió por ello.
Ese Tour lo corrió, como el anterior, Luis Otaño, un guipuzcoano grande y duro que odiaba el calor y las cuestas largas y empinadas de Alpes y Pirineos que en su primer Tour había subido con un piñón máximo del 22, con lo que eso duele. Otaño prefería los días oscuros de frío y lluvia como el que esculpió para siempre en piedra a Gaul en su cabalgada por los Alpes. Cuando se le pregunta, ¿quién era mejor subiendo: Gaul o Bahamontes?, Luis, 80 años, se encoge de hombros y dice que no sabe, pero que los dos eran muy buenos, los mejores de la historia seguramente. "Lo que pasa es que Bahamontes era un poco especial como persona". Perdió un Tour por traicionar su propio pacto. Aunque él lo recuerde de otra manera.
El Tour da y quita. Transforma vidas. Roberto Laiseka dice que en la suya hay un antes y un después de Luz Ardiden (2001), la tarde en la que los Pirineos se pintaron de naranja. Desde entonces, el ciclista que representaba como ningún otro la filosofía del Euskadi, el equipo que nació del pueblo, es un icono del ciclismo vasco. Luz Ardiden, uno de sus santuarios. Hautacam, otro. Quién no recuerda a Javi Otxoa.
Laiseka fue uno de los que vio desde esa cuneta junto a su amigo Melón cómo un mozo grande y pesado que decían no tenía cuerpo para ser ciclista se adelantaba unos metros a Lemond y anunciaba su asalto al trono del Tour. Indurain reinó durante cinco años inolvidables para unir su nombre al de Anquetil, Merckx e Hinault en el panteón ciclista. Luego llegó Armstrong, pero la historia del texano no existió. La borraron. Sus siete Tours no son de nadie.
A Jesús Loroño el Tour también le marcó. En su primera participación (1953) ganó una etapa en Cauterets, se llevó la general de la montaña y vino con la huella de la carrera francesa impresa en lo más hondo de sus entrañas. Loroño fue un gran amigo de Jesús Ezquerra, al que visitaba en su taller de la calle Alameda de Rekalde que montó cuando dejó la bicicleta corneado por la carretera: se rompió seis costillas en una caída, su vida pendió de un hilo y al recuperarse supo que esa carrera se había acabado. Se retiró al taller y la huerta junto a la carretera de Sodupe donde su hijo, Federico Ezquerra también, guarda todavía hoy la bicicleta -una Colin que le hicieron a medida en Francia, de hierro, 14 kilos, el sillín Brooks de cuero, los radios negros alemanes y un timbre francés- con la que corrió el Tour en los años 30, aplastó el récord de la subida al Galibier en 1935 y ganó una preciosa etapa en Cannes el día que estalló la Guerra Civil española, un 18 de julio del 36. A Vicente Trueba, La pulga de Torrelavega, le preguntaron una vez maravillados los franceses si podía existir un escalador mejor que él en el mundo. Y el cántabro, viejo y sabio, dijo que sí, que había uno mejor, pero que tenía muy mala leche. Ezquerra corrió en los tiempo de René Vietto, Antonin Magne y su boina calada hasta las orejas y el gran Gino Bartali al que se le quedó la mirada triste cuando le contaron en 1986 que había muerto el vizcaino.
Los insaciables Ese año se despedía del Tour Bernard Hinault, al que recuerdan Marino y Gorospe, heredero de Eddy Merckx en el trono del Tour. Ganó tantos como el belga y Anquetil. Cinco. Cuentan que ambos se parecían en la ambición, insaciable en el caso del belga al que recuerdan esprintando hasta bajo las pancartas de Comisiones Obreras por si acaso había primas. En una etapa del Tour esprintó para ganar y sacó de rueda a Van den Bossche, su gregario. Cuando le preguntaron por qué no le había dejado ganar respondió que de haberlo hecho habría sido una deshonra para el Tour.
Merckx pensaba que su jerarquía le obligaba a luchar por ganarlo todo porque esa era la manera más justa de honrar la leyenda del Tour. Fue igual de digno en la derrota. Consumido tras una caída que solo le permitía alimentarse de papillas, se negó a retirarse en 1975 porque decía que su lugar estaba en el podio, segundo a los pies de Thevenet.
A Merckx solo se enfrentó Luis Ocaña. Y los muchachos del Kas. Fuente, Julito, Galdos... Gandarias suele contar que le tocó vivir en la era del monstruo, pero cada década tuvo el suyo. El de Vicente Blanco El Cojo era el propio Tour, la época. En 1910 salió de Bilbao en bicicleta para estar en la salida de París. Una hazaña, aunque durase un día. La carrera se lo comió. Pero volvió a casa orgulloso. Era el primer ciclista vasco que disputaba la ronda francesa. Suya es la primera huella. El primer relato con el que DEIA cose a diario la historia del Tour.