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Él, que le sintió tan cerca, recuerda a aquel chiquillo que se comía el mundo montado alegre sobre su bicicleta. "Aquel Beñat (Intxausti)", dice Xabier Artetxe, "disfrutaba del ciclismo como pocas veces he visto". El retrato del niño feliz es de hace ocho años. Intxausti era el ciclista aficionado con más proyección del pelotón vasco y Artetxe, su director, preparador, mentor y amigo. Se han reecontrado ahora en el Movistar, donde Xabier, un estudioso del ciclismo con visión moderna que maneja la jerga anglosajona, ejerce de responsable de la preparación física de un grupo de corredores entre los que está el vizcaino, la figura prometida del ciclismo vasco desde que era aquel crío feliz. Aún se le espera. Con 27 años, le falta dar la pedalada definitiva para cruzar la frontera hacia panteón ciclista.

La dará, ya verán, promete con los puños apretados en señal de confianza ciega e inquebrantable la gente de su equipo, su entorno, los amigos fieles y los seguidores apasionados.

En enero, cuando el Movistar presenta el equipo en la sede de la compañía telefónica en Madrid enarbolando la bandera de su gran líder, Valverde el infalible, Pablo Lastras, que habla mucho y bien, fija la lupa sobre los dos ciclistas que, según él, más van a evolucionar esta temporada. Menciona dos: Beñat Intxausti y Jonathan Castroviejo, que tienen en común su condición de vizcainos y su vínculo con Artetxe, su etapa en el Seguros Bilbao y su reencuentro ahora en el Movistar. Lastras lleva tiempo hablando maravillas de Intxausti, de su talento. Suele decir que, simplemente, tiene el don. Entonces, ¿por qué no ha explotado todavía?

Lastras cita la paciencia como una virtud, de los pasos cortos y precisos y evoca sin mencionar su nombre a aquel mozo navarro que no ganó su primer Tour hasta los 27 años.

hecho como ciclista Es la edad de Intxausti, que a la puertas de la Vuelta al País Vasco en la que ya fue segundo en 2010 dice sentir que está hecho como corredor, que ha alcanzado la madurez y se encuentra dispuesto a subir el peldaño que le falta para alcanzar el estrellato ciclista.

"Creo que puedo luchar por la victoria en la Vuelta al País Vasco", cuenta tras disputar ayer el Gran Premio Indurain en el que probó su estado de forma; "estoy en buena condición y espero demostrarlo. Soy valiente y me pongo metas altas porque para conseguir algo así antes hay que soñarlo".

Ese Intxausti que desea comerse el mundo empezando por la Vuelta al País Vasco para darle después otro buen mordisco en el Giro -"Vuelve a ser mi objetivo tras la experiencia del año pasado"-, recuerda a Artetxe a aquel niño feliz con su bicicleta de hace unos años. "Como entonces, tiene ganas de asumir retos y responsabilidades, arriesgar y ser valiente para dar ese paso final que todo el mundo espera", reconoce el preparador vizcaino, que otorga a la estabilidad mental del corredor, la madurez emocional, un papel aún más relevante que la propia evolución física.

"Físicamente, Beñat no es un corredor explotado o agotado", profundiza Artetxe; "ha ido dando pequeños pasos, pero siempre hacia adelante. Nunca se ha estancado. Y, lo que es más importante, aún tiene margen de mejora". Aunque no se atreve a cifrar la capacidad de evolución que le resta a Intxausti, sí cuenta Artetxe que desde que le conoció hace ocho años ha mejorado un vatio por kilo a intensidad umbral, la medida actual del talento, unos 50-60 vatios en todos estos años. "Es la evolución lógica de un profesional". Los buenos motores, dice, se van agigantando con el entrenamiento y las concentraciones en altura, las competiciones y las carreras de tres semanas. Pero, ¿cuánto margen de mejora le queda? "Aunque es cierto que creemos que todavía no ha llegado a su techo físico, no se puede saber cuánto más puede crecer. Es que a este nivel tan alto hablar por ejemplo de 0,1 vatios por kilo de evolución es mucho", opina Artetxe, que, de todas maneras, está convencido de que el salto que le queda por dar a Intxausti tiene más que ver con la madurez psicológica que la física.

La temporada pasada fue clave en ese aspecto. Sobre todo, la Vuelta, en la que acabó décimo, su primera grande entre los diez mejores, pese a estar al servicio de Valverde y, más importante aún, aprendiendo a convivir con los días malos sobre la bicicleta sin hundirse. Mala fue la tarde bochornosa de Valdezcaray, la del jaleo de la caída de Valverde tras un movimiento táctico del Sky, en la que pudo acabar Intxausti como líder de la Vuelta y, sin embargo, se dejó en torno a minuto y medio. "La Vuelta le dio esa madurez que necesitaba", dice Artetxe. Y le da la razón el corredor, que se siente más hecho como corredor, entre otras cosas, porque la temporada pasada corrió el Giro y la Vuelta y eso le da un poso de experiencia, de sabiduría, que complementa su genética. "La evolución física va con la mental", traza por su parte Artetxe, que suma a esa ecuación otra variable, los contratiempos que no ha padecido el vizcaino esta temporada tras una buena preparación en invierno y un arranque de temporada progresivo y sin obstáculos. En la Tirreno-Adriático ya se dejó ver en la etapa infernal de los muros del 30% pese a que apenas acumulaba kilómetros en carrera. A la Vuelta al País Vasco llega con once días de competición. "No estoy al cien por cien porque el objetivo es el Giro, pero no hay excusas".

una mala racha En las temporadas anteriores sí que hubo razones para explicar el aplazamiento de su explosión definitiva. Tras ser segundo en la Vuelta al País Vasco de 2010, la muerte de su amigo Xavi Tondo en mayo de 2011 fue la mayor y la primera de un cúmulo de desgracias. Ese año probó el Tour y se marchó a casa sin apenas catarlo, tras una caída a las puertas de acabar la primera semana. Unzue le emplazó para la Vuelta, en septiembre, y unos días antes de comenzar, en la Vuelta a Burgos, se volvió a rebozar en el asfalto. En la ronda española, de todas maneras, acabó segundo en la etapa de Cabeza de Manzaneda. Fue cuando dijo Lastras que ese chico tenía el don.

Una fiebre que no lograba bajar después de correr la Tirreno-Adriático de la pasada temporada le borró prácticamente de la Vuelta al País Vasco. "Pero los datos antes del Giro", recuerda Artetxe, "nos hablaban de que estaría bien en Italia, quizás como nunca antes". Solo un resfriado que cogió bajando un puerto al finalizar una etapa de montaña le impidió acabar entre los mejores. Antes de la Vuelta, los vatios volvieron a cantar su verdad: estaba de nuevo en una forma excelente. Llegó décimo a Madrid.

Hace unos días que, entrenando, Intxausti miró los datos de su potenciómetro y, satisfecho, pensó que, si esos números eran correctos, estaba en condiciones de pelear por la Vuelta al País Vasco. Esas cifras ahora son secretas en el ciclismo porque cuentan la verdad que esconden las piernas. "Pero es cierto que este año está un poco mejor que otros a estas alturas", revela Artetxe, que, insiste, aparte de la tortilla de datos, vatios, kilos y demás, lo que más confianza le inspira es la sonrisa de niño feliz en bicicleta que ha vuelto a iluminar el rostro de Intxausti. "Significa que ha dejado atrás el miedo a fallar que ha podido tener estos últimos años después de cargar desde joven con la presión de ser una promesa". Ahora, con 27 años, trata de cruzar esa frontera.