"Si no hubiese salido de Euskaltel, igual ahora estaba trabajando en un taller"
Debutó en el Equipo Euskadien 1996 y lo dejó en 2001 paramarcharse al Cofidis, a Francia.Bingen Fernández diceque es una de las decisionesmás importantes de su vida,la que le permitió ser lo que esporque le abrió las puertas delmundo que ahora observadesde la dirección del equipoGarmin
La Toussiere. Simon Gerrans, australiano del Orica-GreenEdge, primer equipo aussie que corre el Tour en 99 ediciones, cuenta estos días cómo desde el triunfo de Evans el año pasado en París, en Australia no se habla de otra cosa que de ciclismo. Que fue viajar a casa al acabar la temporada y sentir que el de la bicicleta empezaba a ser un deporte respetado y admirado. Es, dicen, el primer efecto de la mundialización que propulsa desde hace unos años la UCI para sacar al ciclismo de la cueva de la vieja Europa donde está enraizado. Abundando en lo que los expertos han dado en llamar la anglosajonización del deporte de la bicicleta, Wiggins maneja el Tour con mano de hierro y amenaza con ser el primer inglés en llegar de amarillo a París. Aunque todo lleva su tiempo. La tía de un periodista británico que sigue al líder le llamó el otro día consternada porque no entendía qué hacía Wiggins en Francia, en el Tour, en lugar de estar preparando en casa los Juegos Olímpicos de Londres. Otra muestra de la mundialización: entre los quince primeros clasificados de la general antes de la etapa de ayer había doce nacionalidades diferentes y solo dos italianos, dos belgas, un vasco, pero ni franceses ni holandeses, potencias clásicas de este deporte. "Es lo que la UCI quería", dice Bingen Fernández, paradigma en sí mismo de la globalización porque se trata de un bermeotarra que dirige un equipo estadounidense que hace unos meses llevaba a un canadiense de rosa hasta Milán y se convertía en el primer director vizcaino de la historia que lograba ganar el Giro.
¿Se siente lo mismo ganando una carrera como el Giro sobre la bicicleta que desde el coche?
Creo que siempre se siente más sobre la bicicleta. Es algo más personal. Como director es como si estuvieses al otro lado. Lo disfrutas, ves que tu parte de trabajo es importante, que has tomado buenas decisiones que han llevado al corredor a ganar, pero no son tus piernas las que han empujado la bicicleta. No puedo imaginar lo que ha llegado a sentir Hesjedal en Milán, pero habrá sido algo parecido a estar entre las nubes.
¿Usted cómo lo vivió?
Entre los nervios de los últimos días no me di cuenta de que habíamos ganado hasta que llegué a Milán y me bajé del coche. Cuando acabó la ceremonia y se había ido todo el mundo me quedé sentado cara al Duomo, lo miré, respiré hondo y me dije: "¡Buah!, hemos ganado". Me tomé cinco minutos para disfrutarlo porque pensaba que igual no me pasaba algo así en el resto de mi vida.
¿Envidió a Hesjedal?
Sentía envidia de sentir lo que estaba sintiendo él. Pero era un algo sano.
¿Y usted qué sentía mirándole?
Que estaba viviendo algo diferente. No me atrevo a decir que sea el mejor momento de mi carrera como director porque hay que dar a cada vivencia su lugar y su valor. Recuerdo con mucho cariño, por ejemplo, la primera victoria que conseguí en el Pro Tour. Fue la Vuelta a Polonia y creo que contribuí mucho a que ganara Daniel Martin. El Giro fue algo grande por lo que luchamos con un equipo grande, pero en aquel Tour de Polonia íbamos con un bloque modesto y ganamos. A veces, esas cosas te llenan más que una gran victoria. Aquella, además, fue la primera gran cosa de la que formé parte. Luego, no se me olvida el Tour del año pasado. Ganamos etapas, llevamos el amarillo…
Un bermeotarra que dirige un equipo estadounidense ha ganado el Giro de Italia con un canadiense. ¿De eso va la mundialización?
Por ahí va. Está cambiando todo muy rápido. No hace tanto se corría de manera más local. Los españoles, casi todos en España; los italianos, en Italia; los franceses, los holandeses, los belgas… Todos igual. Ahora hay veces que no sabes dónde estás. Europa sigue siendo el centro, por supuesto, pero un mes estás en Australia, otro en Argentina, al siguiente en China, Estados Unidos o Canadá. El ciclismo se expande y eso tiene sus efectos. Ya no importa tanto de dónde vienen los corredores. En un mismo equipo hay ciclistas de medio planeta.
¿Eso es bueno o es malo?
Es lo que hay. Lo que sí ha conseguido, o está consiguiendo, es abrir el mercado. Las empresas que llegan al ciclismo cada vez son de lugares más diferentes, no solo europeas. China está subiendo mucho económicamente y si el ciclismo les puede llegar a interesar puede ser bueno para este deporte, al menos económicamente.
¿El ciclismo lo acepta?
No creo que se trate tanto de aceptarlo o no como de seguir la corriente. La globalización es algo generalizado que no solo tiene que ver con el ciclismo. Diría incluso que nosotros vamos tarde. Solo hay que mirar lo que compramos a diario. Todo viene de China, Estados Unidos… Antes era el artesano del pueblo el que te hacía las cosas y comprabas bicicletas de la región. Yo siempre digo que hay que seguir la corriente aunque adaptándola todo lo que puedas a tu entorno.
Cuando usted corría, el ciclismo no era así.
Para nada. Corrías todo lo de casa y salíamos un poco a Francia, algo a Italia… No pensábamos para nada en ir más lejos. Era un ciclismo más local.
Usted, en cambio, decidió salir y conocer. Dejó Euskaltel-Euskadi y se fue a Francia, al Cofidis.
Tuve una oferta y, cuando nadie lo hacía, me marché al extranjero. Me iba a un equipo grande sin saber ni una palabra de francés. Solo era capaz de pedir la llave de la habitación y un poco de pasta con tomate. Fue el paso que me ha dado todo lo que tengo ahora. Si no hubiese salido de Euskaltel, igual ahora estaría trabajando en un taller. Quién sabe. Creo que sin ese paso, habría acabado mi carrera en casa, con menos salida al mundo.
¿No se ha arrepentido nunca de aquella decisión?
No, claro, para nada.
¿Qué vivió en Francia?
Conocí a otra gente. Gente de todo el mundo. Australianos, franceses, americanos… Hice amistades, mantuve el contacto y esos mismos fueron los que luego me abrieron las puertas del Garmin. Abrí una y luego, sin querer, se fue abriendo otra, y otra, y otra… Francia fue el principio. Desde el primer momento conocí una manera diferente de ver las cosas. La perspectiva francesa. Conocí su cultura y me integré. Aprendí francés y, a partir de ahí, empecé a hacer contactos. De todas maneras, no quisiera ser injusto y olvidarme de que todo empezó con Miguel Madariaga y la Fundación Euskadi cuando solo era un aficionado que corría en el Baqué. Es más, rectificó: el primer paso de todo esto no fue irme al Cofidis, sino conocer a Madariaga.
¿No es una paradoja? Habla de la mundialización, pero usted no estaría donde está si no existiera algo tan local como el Equipo Euskadi.
Yo mismo convivo con esa paradoja. Soy bastante radical en mi defensa de lo local y, por el contrario, me considero alguien muy globalizado. Valoro las cosas que se hacen en el pueblo, a los artesanos. Las piezas antiguas son las mejores. Tengo dos formas de pensar: siguiendo la corriente de la globalización, me tiran mucho las tradiciones, y las cosas de casa de toda la vida. Creo que no son incompatibles y existe la manera de fusionarlas.
Una mundialización localizada, ¿eso cómo se extrapola al ciclismo?
Es complicado. Creo que la mezcla entre las dos tiene que ver con el orden cronológico.
¿Cómo?
Primero localizar para luego globalizar. Se puede partir de un equipo local que cuida y prepara chavales de la zona y es necesario que haya gente que siga implicada en ese trabajo, pero debe hacerlo desde una perspectiva globalizada.
¿Cómo se convence a los dos extremos, los que no tragan con esta evolución y los que no respetan el pasado?
Hace falta tener una mente abierta.
Usted vive en Bermeo, pero su pareja es norteamericana y ha pasado temporadas viviendo en Estado Unidos. ¿Se le abrió la mente allí?
Sobre todo he pasado inviernos en Portland, Oregón, Kansas, California… Ver mundo te hace ver las cosas de otra manera. Soy de los que intenta integrarse y comprender las demás culturas porque creo que es enriquecedor.
¿Qué se trajo de Estados Unidos?
En relación a la bicicleta, me impactó Portland. Creo que es la ciudad que más kilómetros de carril bici tiene en el mundo. La gente va a trabajar en bicicleta, que está considerado un medio de transporte. Los ejecutivos de las grandes empresas llegan al trabajo, abren una especie de cajones que están en la calle y allí mismo se cambian, se ponen el traje y la corbata y suben a la oficina. Sentí envidia.
¿Es así en todo Estados Unidos?
No, que va. En otros sitios odian a los ciclistas. Te pasan con el coche y te gritan que te quites, que la carretera es para los coches. Me han llegado a tirar hasta latas de Coca-Cola por la ventana. Portland es algo excepcional. Es una ciudad enorme y tiene menos tráfico que Bermeo.
¿Qué más ha visto por el mundo?
Lo último que me ha llamado la atención es lo que está pasando en China. Allí, el que no tiene dinero sigue montando en la vieja bicicleta de hierro de siempre que pesa 20 kilos. Lo hace porque no tiene medios para comprarse un coche. Digamos que el medio de transporte que utilizas define tu estatus social. La bici está degradada, pero con la llegada del ciclismo profesional (el Tour de Pekín el año pasado) está ocurriendo que los chinos, hasta los ricos, empiezan a ver la bicicleta no como un vehículo de pobres, sino como algo que cualquiera puede utilizar. El ciclismo está dignificando la bicicleta en un país tan grande como China. Y eso es gracias a la mundialización de este deporte.