bilbao. "Ahora veo el peligro", dijo hace unos días Koldo Fernández de Larrea, escarmentado y abrazado a la prudencia tras ingresar, después de sufrir un batacazo de infarto en octubre, en un invierno tremendamente reflexivo. Ocurre que, a veces, el peligro no se ve. Llega. De repente. Como ayer en Córdoba.

Surgió como un puñetazo inesperado. Un golpe de viento levantó uno de los carteles de publicidad que cubren las vallas de la recta de meta -a 100 metros- cuando el pelotón volaba a tropecientos por hora. Pasó Freire, un vendaval. Y el francés Jimmy Engoulvent, largo y fuerte. Y Aitor Galdos, que empieza a rentabilizar su trabajado fichaje por el Caja Rural. Casi ninguno más. Por ahí venía Fran Ventoso, que es una bala. El viento le frenó. "Iba detrás de Freire y de Lobato, pegado a las vallas", explicó el cántabro del Movistar, "cuando una pancarta de publicidad que no estaba anclada por debajo se ha levantado y ha provocado la caída". La refriega atrapó a Koldo Fernández de Larrea, que únicamente se había metido en un sprint esta temporada, el primero de la Challenge de Mallorca, y que en su segundo intento se fue al suelo. Cayó a plomo con la parte derecha de su cuerpo. Por la tarde, en el hospital, las radiografías confirmaron que se había fracturado la clavícula.

No se levanta el velocista alavés, que el pasado año esprintó de desgracia en desgracia hasta rozar el hartazgo. En primavera, una infección de oído agudísima -de repente perdió el 80% de la audición y temió por instantes que el problema fuera de una naturaleza más grave que una mera infección- le tuvo apartado unas semanas de la competición. Recuperado, volvió a su mejor nivel en agosto, ganó una etapa de la Vuelta a Burgos, trabajó a destajo en la Vuelta y triunfó de nuevo después, en octubre, en el Tour de Vendée. Luego, encalló. Perdió el equilibrio en el sprint de la París-Bourges y las consecuencias fueron fatales. "Parecía que me había pasado un tren por encima". Tenía la clavícula partida, un pómulo y el metacarpiano fisurados, las cejas agrietadas, las rodillas roídas y tres piezas dentales rotas. Pasó quince días en el hospital. Y no menos de diez consultas durante el invierno para reconstruir su dentadura. Antes de acudir a Andalucía aún llevaba tres piezas dentales provisionales. Y sufría de la espalda porque cada vez que giraba el cuello hacia abajo se le dormían, repentinamente, los brazos y las manos. Por eso, en la Challenge de Mallorca solo corrió dos días y luego volvió a casa, donde se realizó unas pruebas que descartaron que tuviese un pinzamiento en alguna vértebra consecuencia de la caída de octubre.

En la reflexión invernal en la que se sumió mientras se recuperaba de las graves lesiones Koldo maduró para abandonar, explicaba, ese estado de inconsciencia que guía a los jóvenes anegados de adrenalina a esprines suicidas, a maniobras suicidas, a desenlaces suicidas. "Y ahora veo el peligro", dijo el alavés después de levantar el pie junto a Freire en el segundo sprint de la Challenge de Mallorca, cuando el pelotón corría loco hacia Cala Millor por rotondas, curvas y carreteras de gravilla que cuarteaban el grupo. Intuyó el riesgo. Ayer, en Córdoba, no lo vio porque llegó de puntillas. Sigiloso. Disfrazado de viento.