En el alambre
Seco sopesa su retirada tras el cierre ayer, con victoria de Labbe, de la temporada
Ispaster. Bajo la techumbre de titanio que sume Ispaster en la penumbra ruge Arnaud Labbe. El francés, un veterano con correa aún, inoxidable, reparte júbilo vestido de lodo mientras trepa por la estrecha estrada de asfalto hacia la meta en la que espera aterido por el frío de la mañana su segundo triunfo -el primero fue en 2007- en la prueba vizcaina. Por la misma húmeda vereda corre luego Tino Zaballa buscando el remanso del final. Lo cruza y queda en paz el salvaje cántabro, un ciclista de enorme caudal, materia bruta con la que discutió, fue el único, el baile armonioso sobre el barro de Labbe. Luego van cayendo el resto: el virtuoso Isaac Suárez, lastrado por el esfuerzo de la víspera; José Antonio Hermida, que sonríe siempre, ocurra lo que ocurra; Larrinaga, ahogado, una vez más, en el lodazal pastoso, puro cemento, de Ispaster, que desenchufa su zapatilla de la bicicleta y aún jadeando se transporta a los 10º bajo cero que le esperan la próxima semana en el Mundial de Tabor, lo que le hace reflexionar sobre la pista de hielo por la que deberá patinar; también llega Murgoitio maldiciendo su escasa dicha, pues dos averías le han eliminado y se queja, además, de su pierna izquierda, que emite incómodos gemidos de intermitencia preocupante. Bastante después, como seis minutos, surge David Seco. Lo hace bajo la misma techumbre de titanio que había cobijado a Labbe; luce el mismo traje de lodo. Pero no exterioriza nada mientras camina hacia la meta. Su viaje es interno. Le invade una sospecha, un presentimiento que le estremece: "¿Y si cada pedalada fuese la última?".
Pero no lo dice. Apenas se mueven sus labios cuando se fija de nuevo al suelo, se desprende de los guantes y echa un trago corto a un botellín que ha recogido de unas manos sin despegar la mirada del asfalto. Así permanece unos segundos. Reflexivo. Profundo. "Pensaba en esa recta de meta, quizás de manera seria por primera vez, que esta carrera ha podido ser la última", reconoce un rato después, desprendido de lodo y sudor en la caverna de los vestuarios donde se disputan cada metro el barro, los trapos tirados, algún trasto y los ciclistas checos que se restriegan la piel a cachos, incapaces de poner su cuerpo desnudo bajo la alcachofa de la ducha por la que se descuelga un hilo de agua más frío que el propio invierno. "¿Que si eso no lo echaré de menos? No, también. Eso es parte de esto. De su miseria y su encanto", sonríe el busturiarra, el gran dominador del ciclo-cross estatal en la primera década del nuevo siglo, el chico de los seis títulos estatales -récord absoluto junto a José Luis Talamillo-, mientras se le agolpan los recuerdos en la memoria: aquellas duchas heladas, las mangueras, los barrizales, la nieve, el frío... "Sí, puede haber sido mi última carrera. Tengo ganas de seguir corriendo y creo que mi nivel sigue siendo elevado, aunque no como el de hace años. Pero el problema es económico", aclara. La cuestión es que esta temporada Seco, como muchos otros, ha corrido sin patrocinio, con la única ayuda de MMR y Spiuk, lo que le ha llevado a una situación "que de mantenerse, no puedo permitirme el próximo año". El busturiarra se da un plazo máximo de un mes a partir de ahora para encontrar una casa comercial que respalde su continuidad. "Se trata de poder vivir", sintetiza el vizcaino.
De lo contrario, si no surgiera ese apoyo, la retirada sería definitiva. "No es algo que me martirice ni me dé miedo, aunque la gente de mi entorno, hasta mi mujer, insiste en que siga. Siempre he tenido claro que este momento podía llegar. No es la mejor forma, pero es un final. No pasa nada. Puedo asumirlo". Se cerraría, de alcanzar ese extremo, la trayectoria del especialista que mantuvo el latido de un deporte que entró tambaleándose en el nuevo siglo. Carente de recursos, con un discurso obsoleto, surgió Seco, que tiró cuatro años de aficionado en la carretera persiguiendo el sueño de ser Indurain, "ya sabes, entonces era el boom de Miguel". "Todos queríamos ser ciclistas de carretera. Quizás me equivoqué porque perdí cuatro años, pero no me arrepiento. Fue mi decisión, lo que yo elegí", razona el busturiarra, quien recuerda con especial morriña aquella sublime temporada 2002-03 en la que llegó a ser 13º en la clasificación UCI "y estaba sólo un peldaño por detrás de los monstruos belgas" o la 2005-06 en la que logró igualar a Talamillo en Ribadumia después de reponerse del martirio que supuso la muerte, en junio de 2004, de Paul Seco, hermano, amigo y confidente de David. "Me queda la pena de no haber tenido algo más de suerte para poder dar el salto definitivo que me faltaba en aquel 2003. Paul y yo lo teníamos pensado. De nada sirve imaginarse hasta dónde podría haber llegado si Paul siguiese a mi lado, pero... Ahora, por ejemplo, él no dudaría en seguir adelante", dice David desde el alambre sobre el que sopesa su retirada.