El porvenir tocó en Euskalduna Bilbao. Y sonó afinado. Mucho. Si todo el futuro se expresara con la misma armonía que este, no habría de qué preocuparse.
Pudimos ver unos minutos del ensayo previo al concierto de ayer. Instrumentistas espantosamente jóvenes. Las y los Nico Williams del fagot, la trompa, el violín o el contrabajo. Calentando para la Champions de las sinfónicas.
Se trataba de la Euskal Herriko Gazte Orkestra (EGO). Y se ejercitaban para el concierto de las siete y media de la tarde en el gran auditorio. Lo hacían atendiendo las instrucciones de Diego Martin-Etxebarria (Amurrio, 1979), director invitado para esta gira de verano. “En esta parte, mucha oreja”, pidió en cierto punto agitando una mano y levantado la batuta en la otra.
Sentados en el gran auditorio, prestaban atención Rubén Gimeno, director artístico de la EGO, y German Ormazabal, coordinador general. Minutos más tarde saldrían, junto al director general del palacio de la música, Iñigo Iturrate, a recibir a la vicelendakari primera y Consejera de Cultura y Política Lingüística, Ibone Bengoetxea.
Pero, si quienes tocaban como los ángeles tenían toda la juventud por delante, lo del músico tolosarra Jon Esnaola pasaba de castaño oscuro. O de fa sostenido. Se estrenaba ayer su LUUR. Una obra dedicada a la memoria de Nestor Basterretxea que el propio autor describe como “casi un ritual en torno a la tierra, aunque no se refiere directamente al planeta, sino a la tierra que pisamos, danzamos, cultivamos y destruimos. Es por ello que su sonoridad es oscura, sombría y lúgubre”. Jon Esnaola ha cumplido solo 24 años. Y esta no es su primera obra. Con LUUR ganó el premio Eusko Ikaskuntza. Que tampoco es el primero. Ha sido galardonado por dos veces con el Primer Premio de Jóvenes Músicos de Euskadi, con el Premio Italy Percussive Arts Society y con el Premio de Composición del Teatro de la Zarzuela en Madrid.
Todo este futuro, plagado de quienes serán maestras y maestros, reclamó sensatez con su sonido. Lo hizo interpretando, además de LUUR, la ‘Fanfarria por un hombre común’ de Aaron Copland, compuesta en 1942 en plena Guerra Mundial. El autor se la dedicó al “hombre común” como homenaje a la lucha y el sacrificio de la ciudadanía. Para terminar tocaron la sinfonía nº 5 de Dimitri Shostakovich, quien tuvo que manejarse en la dura Unión Soviética de Stalin, lo que no siempre le resultó sencillo. “Se refugió en la música”, apuntó Rubén Gimeno.
Ente quienes asistieron al concierto de la EGO se contaban el actor y dramaturgo Patxo Telleria, con Itziar Bolinaga, amigos de Ernesto Carvajal y Mar Die, padres del joven pianista de la orquesta, Telmo Carvajal.
No se perdieron la función el presidente de Bilbao Historiko, Borja Elorza; María Eena Mendiola, Guilermo Pardavila, el anterior director del FANT, Justo Ecenarro, o el hostelero encartado Jagoba Santesteban, que acudió con Ania López.
Ana Sancho, Josetxo Cabrero, Leonor Notario y Oliver y Martin Cabrera vinieron desde Donostia a ver a la violinista María Cabrera, que charlaba con sus compañeras de la sección de cuerda Rakel Rugama y Africa Ruiz de Alegría.
Por su parte María Bravo. Txema Gómara, Edurne Reoyo y Nerea Bernal se acercaron a escuchar al chelo bilbaino Yeray Gómara, que, según apuntaron, ya ha tocado con la Bilbao Orkestra Sinfonikoa.
Alberto Castro, Ana Fernández, Montse del Río y Sara Salmón, familia del contrabajista Rubén Castro, se desplazaron desde Torrelavega.
Oskitx Azkarateaskasua, Naia Caballero, e Irati Telleriarte llegaron de Bergara para ver al violinista Beñat Azkargorta.
Una lástima la sospecha de que no todo el futuro sonará en la Tierra como la EGO. Faltan buenas partituras. Y abunda el des-concierto.