Se trataba de todo un acontecimiento. Desde luego. Y como tal respondió la ciudad. Se quedaron sin entradas en las taquillas del Teatro Arriaga. El estreno en Bilbao del último montaje de un texto fruto del ingenio del filósofo, matemático y dramaturgo Juan Mayorga es cosa grande. Con el propio autor en funciones de dirección. Un puntazo. La obra más esperada de la temporada, titulaban hace un año las publicaciones especializadas al referirse a La colección. Y no erraban ni una pizca.
Se trata de la historia de Héctor y Berna, un matrimonio sin hijos, que a lo largo de su vida ha reunido una colección por la que sacrificaron todo. Quieren asegurarse de que la colección les sobreviva. Convocan a una experta para examinar la colección. Necesitan un heredero. El planteamiento es un cubo de ácido sulfúrico que desnuda conciencias y trayectorias vitales. Magnífico punto de partida.
Pero buena parte del personal que agotó el papel de las taquillas mostraba otro interés. Era Sacristán. José Sacristán. El protagonista de la función junto a Ana Marzoa, Ignacio Jiménez y Zaira Montes. Cuando nació el ya legendario intérprete de Chinchón, Bilbao acaba de caer en manos de un Franco que aún no había llegado a creerse dictador. Restaban aún dos años de desastre. Y décadas de represión. José Sacristán tiene 87 años.
Por ejemplo, se habían acercado desde Galdakao y Larrabetzu, Mari Carmen y Dori Bartolomé, Práxedes Laguna o una María Ángeles García entregada al actor. “Me encanta; es un fenómeno, alguien que no usa móvil, que sigue recurriendo a su propia mente para buscar los datos que el resto pedimos a internet. Le admiro mucho. Además, le escuché por la radio que está preparando un proyecto sobre las memorias de Fernán Gómez”. María Ángeles y sus amigas no se querían perder ripio del espectáculo, así que embocaron la alfombrada escalinata del teatro a paso de runner.
Sacristán, que fuera galancito cómico del landismo o desgarbado acompañante imberbe de López Vázquez antes de uno de los intérpretes claves de la Transición, dentro y fuera del escenario, en el celuloide y en la calle, ha sido capaz de encarnar como nadie el desencanto posterior. Y se ha convertido en un galán maduro, con pelazo, voz magistral y capacidad interpretativa a prueba de bomba. A su lado, Mick Jagger o Raphael, símbolos de longevidad sobre las tablas, son unos chavales. Y eso es lo que causa admiración. Una admiración sincera, devota y silenciosa. Por cierto, la pareja de Sacristán en la función, Ana Marzoa, es de la quinta de Bruce Sprinsgteen, 75 castañas. Cabe pensar que, en realidad, se trata de una clase magistral de artes escénicas. Un máster en vivo.
Se acercaron al Arriaga el pintor Darío Urzay; el crítico teatral y profesor emérito de la UPV/EHU, Pedro Barea; el exgerente de la Asociación de Comerciantes del Casco Viejo, Jon Aldaiturriaga; el gerente de la asociación Bilbao Centro, Jorge Aio, y la directora creativa de la misma entidad, Olga Zulueta, entre otras personalidades, además de Yolanda Brazal y Emilio Cobos.
Vieron el estreno la inglesa Sandra Davis, María Luisa Ruiz, Cristina Benavent, David Fernández, Mariangeles y Pilar Martín, Felipe Ruiz, Joaquín Dacosta, Eukeni Rui, Javier Artola, Silvina Bilbao, Ayyoub Zuari o Cosme Arandoña.
Acudieron Mónica García, Teresa Sánchez, Rafael Pérez, Joxean Rodríguez, Mentxu Sancho, Amets y Juanma Rodríguez, Virginia Pérez, Marian y Begoña Muro, Lola Álvarez, Marga García, Esther y María López, Josu Lauzirika, Jesús Ibáñez, Jesús Guinea, Nieves Ruiz, Loli Álvarez o Felipe Ruiz.
Mientras tanto, como si de un homenaje a Sacristán se tratara, el Athletic representaba en San Mamés el viaje a ninguna parte de la afición se quedaba con cara de acelga.