Salía a los bosques para sumergirse en ese universo vegetal y orgánico que tanto le atrapaba y que le dibujó un aire ermitaño a su rostro y, como en otros artistas vascos de distintas generaciones –de Jorge Oteiza al escultor Remigio Mendiburu entre otros...–, la orografía, la vegetación, la mitología, la etnografía y el legado de la prehistoria vasca ejercieron en Juan Luis Goenaga una enorme fascinación, El artista donostiarra que amaba Bilbao estaba preparando la exposición junto a sus hijos, Bárbara y Telmo, pero murió de manera repentina a mediados de agosto, lo que convierte a la inauguración de ayer en un homenaje a su trayectoria plástica, a un hombre enjuto, bohemio y de más obras que palabras.
El Museo de Bellas Artes de Bilbao que dirige Miguel Zugaza acogió ayer la inauguración de la exposición Juan Luis Goenaga. Alkiza, 1971-1976, comisariada por el historiador Mikel Lertxundi, autor de la gran monografía sobre el artista publicada en 2018. En esta muestra, patrocinada por Petronor, con Emiliano López Atxurra a la cabeza, y centrada en la obra temprana de Goenaga (San Sebastián, 1950- Madrid, 2024) se reúnen alrededor de un centenar de piezas del citado lustro largo de los años 70. A todos los citados les acompañaron a la hora de encender la luz la vicelehendakari y consejera Cultura, Ibone Bengoetxea; el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto; la diputada general de Gipuzkoa, Eider Mendoza, Andoni Iturbe, y Leixuri Arrizabalaga entre otra gente entregada al don para las artes de Juan Luis. Posaron entre dos obras: Itzal Eriak 1972 e Itzal Eriak 1973.
En una esquina, al fondo de la sala, se situaba Roberto Sáenz de Gorbea y a uno se le ocurrió pensar que era un homenaje al premio Xabier Sáenz de Gorbea a la dedicación artística que le entregaron en 2022 a Juan Luis. Un sinfín de artistas y galeristas paseaban por los salones. Entre ellos se encontraba Jesús Mari Lazkano, Darío Urzay, Daniel Tamayo, Alfonso Gortazar; el actual director de la galería Altxerri de Donostia, Javier Balda, José Ignacio García Velilla, Frantxi López de Landatxe, director del Centro Cultural Koldo Mitxelena durante tantos años; Juanma Arriaga y Yolanda Biscay, de Kur Art Gallery, una galería donostiarra; el director del museo Guggenheim de Bilbao, Juan Ignacio Vidarte, Begoña Pereg, Javier Torán, Emilia Epelde, quien mantiene vivas una galería y un restaurante en su casa; el coleccionista Alberto Ipiña, Marta Arriola, Mariemi Otaola, Miriam Alzuri, el profesor de Historia del Arte Ismael Manterola, Marta G. Maruri, José Julián Bakedano, Guillermo Zuaznaga, Leire Jauregibeitia y un buen número de amantes y practicantes de las artes.
¿Quieren algún detalle curioso con el que recrearse en la gran exposición...? Detengámonos en un land art en el que Goenaga traduce las lecturas de Pío Baroja, de aita José Miguel de Barandiaran y de Jorge Oteiza, que le conectan con el animismo vasco y los enigmas ancestrales. Testigos de lo que les cuento fueron el rector de la Universidad de Deusto, Juan José Etxeberria, Begoña Marañón, Inaxio Azurmendi, Susana Astigarraga, María Zugaza y Pablo Zugaza; los jóvenes Alai Kruse Goenaga, Idoia Arregi y Ane Arregi; José Ignacio Zudaire, de la Cámara de Comercio, Tomás Olano, Begoña Ortuzar, Marta Arzak y un buen número de asistentes.
En aquellos tiempos Juan Luis Goenaga elegía colores terrosos, verdes o grisáceos que conectaban también con esta visión ascética y esencial de la naturaleza y él los aplicaba en composiciones casi monocromas de elementos de figuración mínima. Hierbas y ramas que se sucedían en una reiteración obsesiva hasta cubrir enteramente la superficie del lienzo o papel como un mantra visual. Todo era una belleza.