NADA puede con el mayor espectáculo del mundo. Ayer quedó claro por enésima vez. Suena el silbato del jefe de pista y los artistas materializan, como de costumbre, lo increíble. 

Tres cuartos de hora antes de la función del Circo Tamberlick se había organizado una cola respetable delante de la taquilla. Y eso que amenazaba lluvia en la explanada de Etxebarria. Una explanada en la que, durante Aste Nagusia, la vieja chimenea de ladrillo refactario del alto horno se convierte en un faro adusto que recuerda la existencia de lo cotidiano, sobresaliendo por encima de un mar de luces de colores, voces de tómbola, sirenas de tiovivo y olor dulce a nube de algodón.

Aunque ayer, las de algodón no fueron las únicas nubes presentes. La tormenta se anunció con un par de chaparrones previos de los de gota gorda. No pudieron disolver la fila de adultos y peques que esperaba sacar su entrada para el circo. Prefirieron aguardar su tique en pie a cobijarse bajo cualquier toldo. 

Y, después, a eso de las ocho y media de la tarde, cuando el violinista había dado descanso a su arco, el jefe de pista había llamado al elenco haciendo sonar su silbato y los artistas habían saludado, cayó la mundial. Fue como si el agua que derramaba el cielo tampoco quisiera perderse nada. Y, zas. Apagón.

Pero el suspense jamás le vino mal al circo. En cinco minutos, los inventos de Thomas Alva Edison, en su tiempo calificados también como de circenses, se animaron de nuevo con el regreso de la electricidad. Aplaudió todo el que no tenía el imprescindible paquete de palomitas recién hechas entre las manos. Sonó el silbato otra vez. Y lo habitual se convirtió en mágico.

El vagabundo sentado en su banco del parque, próximo al buzón amarillo, comenzó a imaginar lo extraordinario y los artistas lo transformaron en realidad. Así es la función creada por el director del Circo Tamberlick, el gallego Paulo Medal, que interpretan el clowm Fuman o la acróbata Garazi Pascual, además de Alexandra Ostashina, Valentina Rugayeva, Richard Guerrero, Pedro Torres, Brayan Suchite y Fleuriane Cornet. Se trata de equilibristas, funambulistas y acróbatas. Y a este conjunto se suma un buen puñado de músicos. 

“Circo Tamberlick recupera el espíritu del circo clásico”, explica el jefe de pista, Xandre Vázquez, que aprovecha para agradecer “lo maja que ha sido la gente durante el apagón; por suerte lo resolvimos rápido, son las cosas del directo”.

Entre esa gente maja se contaban los leioarras Eleder Larrazabal y Eider Arroyo, con Naia y Aiun. “Veniamos de pequeños, y ahora venimos por los pequeños” comentaron. De Lezama fueron Ekaitz Legarreta, Maitane López, Jimena Adriel y Txaber. Yuliana Alzate, colombiana residente en Bélgica, acudió con su marido Kristoff Cleesen y sus dos hijos, Lyam y Cristian. “Estamos de viaje y venimos por el chiquito, que nunca asistió a un espectáculo”, relata Yuliana.

De Portugalete llegaron Jesús Rodríguez y Natasha Uriarte junto a Gaizka y Nora. “Nos animamos de vez en cuando con el circo”, señaló Natasha con una sonrisa.

Lo pasaron en grande Diana y Carolina Sánchez, Yaliza Córdoba, Álex Jiménez y los seis peques de la familia. Igual que Unai Castañeda, Ainitze Barragán, Oihane Yuguero y Yeiko Romau. 

Aitzol Echegoyen, de Zarauz, e Idoia Arranz eligieron el circo para “entretener a Nahia y Oinatz y probar qué les parece”. Kizkitze García se declaró “fan del circo; vengo todos los años a los de Aste Nagusia y siempre me han parecido espectáculos estupendos”. Junto a esta inconcidional se sentaron Almike Orue, Esti Ajuria y los peques Ariane, Martina y Peio. Entre bambalinas, Leo trataba de sostenerse en brazos de su madre, Gema Escobar. Es el hijo de Pedro Torres, el equilibrista. El circo sigue.