HE aquí la fiesta que salta por los aires, que grita de alborozo, que quema en el fuego los malos tiempos que ya se fueron. He aquí las fiestas de San Fermín que se abre un hueco en Bilbao como de costumbre en los últimos años. Los cielos de Bilbao que cubren los Jardines de Albia, el último rincón romántico de la ciudad, aún huelen a pólvora. Cada 6 de julio ocurre lo mismo desde hace años: el viejo Café Iruña vive una réplica del terremoto de alegrías vivido a esa misma hora, las doce en punto, en la plaza del Ayuntamiento de Iruñea. La escena se resume fácil. Un bastidor sujeta el cohete y el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, con un puro en la mano prende la mecha para anunciar en las alturas la noticia: San Fermín desciende de su peana de diario e insufla su espíritu de jarana a miles de personas.

Creo que fue Aristóteles, el filósofo, quien nos dijo que lo mejor es salir de la vida como de una fiesta, ni sediento ni bebido. Con sed, lo que se dice sed del desierto, no se fue ayer nadie de la recreación del txupinazo de San Fermín que organizó, como acostumbra, el Café Iruña a partir de las 12.00 del mediodía.

Ni sed ni hambre, porque junto al descorche de las cervezas de La Salve, que este año se han incorporado a la fiesta (Jon Ruiz Ibinarriaga trajo consigo todo un arsenal de botellines...) se sirvieron txistorra y ajoarriero, dos bocados con apellido navarro de pura cepa. Centenares de pañuelicos rojos fueron repartidos en los alrededores del histórico café.

A cada santo le llega su día de fiesta, puede decirse. Así que ayer San Fermín bajó de su hornacina para alcanzar el corazón de los espíritus navarros en Bilbao. En espera de que diesen las 12.00 en punto, Amaia Aseguinolaza esperaba al más puro estilo Sara Montiel, fumándose el puro con el que habría de prenderse la mecha. Julio Alegría, purófilo empedernido, le confesaba, sotto voce, lo mucho de menos que echaba a su madre (Alicia Garmendia ya no está entre nosotros...) y Amaia le susurraba que ya había venido llorada –es de suponer que su hermano, Gaizka Aseguinolaza, también notó la congoja de la emoción y la nostalgia...– mientras sonaban los sones de la fanfarria Dumbots.

El txupinazo no es sino un reconocimiento al promotor navarro Severo Unzué Donamaría, constructor del Café Iruña, rescatado desde 1989, en recuerdo de aquel 6 de julio de 1903 en el que el propio Severo encendió el primero. La ilusión de ayer era la misma que en aquel entonces. Es el verano de la pólvora y la emoción la que corre por las venas de la gente entregada.

A la cita se sumaron gente de raíz navarra como Xabier Aja, Ignacio Agreda y Marisa Marín, entre otros; el viejo profesor Iñaki Iriarte, Sergio Pérez Pablo Sanz , concejales de la talla de Jon Bilbao, Yolanda Díaz o Gabriel Rodrigo entre otros; Alberto Ruiz de Azua; el que fuera árbitro de Primera DIvisión, Xabier Losantos Omar, el mago y hostelero Adolfo Lasarte; la presidenta de Bilbao Basket, Isabel Iturbe, José Ramón Taranco, emisario de Laboral Kutxa, Jujo Ortiz; el presidente de Unicef en el País Vasco, Isidro Elezgarai, Julia Diéguez en nombre de DesutoBizirik, Andrea Pérez, Julio Aristin; Jorge Aio y Olga Zulueta en nombre de BilbaoCentro, Beatriz Marcos, José López de la Manzaneda, Juan Manuel Delgado; Rosa Pardo y Janire Torvisco, emisarias del Casco Viejo, Pedro Granados, Óscar del Hoyo, que se ha dejado un bigote de la vieja escuela; Lucía Arangure, Begoña Iturriaga, María Luisa Artetxe, Aitor Bilbao, Joseba Urrutiai; el poeta José Ramón López, Misere Josephe; María Ángeles García, Idoia Beltrán, José Luis Madariaga o José María Argote, entre otra mucha gente que vivió la emoción del estreno, la esperanza del primer día, cuando todo está aún por escribirse. Algunos de los presentes ya murumuraban que pasarán por Pamplona uno de estos días. Como mandan los cánones.