ASTAN cuatro pinceladas para disfrutar del retablo que ayer se desplegó sobre la terraza del bistró del Museo Guggenheim. Cuatro trazos inspirados en el mágico y trepidante mundo del jazz. Digamos que la presencia del médico trompetista de jazz José Larrakoetxea, y de Bixente Lonigan, quien antes de convertirse en comunicador multiusos llegó a enrolarse en el cuerpo de Bomberos de la Diputación Foral de Bizkaia, la aparición de la bailarina de claqué Laura Lángara, acompañada por Verónica Bedialauneta, el sube y baja trepidante y constante de Tato Gracia, uno de los impulsores del proyecto promotor de jazz, Jazzon (su media naranja profesional, Gorka Reino, está preso de esa cuarentena que tanto se estila...) y el ritmo y personalidad de Aingeru Torre Quartet, una formación de jazz morrocotuda que atrapó a la concurrencia y a quienes se detenían de paso.

Sobre el son que fluye de su arte, perfeccionado en Musikene y la Esmuc, el saxo del propio Aingeru Torre, Nerea Arrieta al piano, Jon Carranza en el contrabajo y Bittor Meabe con la batería pusieron el broche del proyecto Art&Music Km0 propuesto por el Museo Guggenheim que ha perfumado con jazz de casa las tardes de los miércoles de los dos últimos meses. Jazz en verano para saciar el hambre y la sed de los melómanos que han visto cómo este año se han suspendido la inmensa mayoría de los festivales del género. Quizás por ello cada miércoles, como el el de ayer, se han acercado a los conciertos más de un centenar de oyentes. En torno a 120, a falta de un recuento más preciso.

A las siete de la tarde la terraza era un bullir. En una esquina Alberto Santamaría leía una novela de intriga a la espera de que comenzase el recital. Iñaki Arrieta, Pili Ibáñez, Marta Ferrer y Amaia Arrieta esperaban, expectantes, al piano de Nerea que tantas veces habrán escuchado en casa y Sara Martín, Ainhoa Suárez y Miren Etxebarria se sentaban con una sonrisa en sus rostros, sin mascarillas y con el bigote espumoso de la cerveza en su lugar. No fueron los únicos presentes. A la cita también acudieron Nekane Gorostiaga, quien aún recordaba la actuación del pasado miércoles, cuando Carlos Velasco a la guitarra, Israel Santamaría en el piano y Gorka Iraundegi con la batería ya le habían atrapado -"es una pena que tardase tanto en enterarme de este proyecto", se lamentaba en los preámbulos...-. Izaskun Bengoa, Mireia Garai, Alba Martínez, José Luis Martínez, Ander Alonso y un buen número de asistentes que disfrutaron de una tarde para chuparse los dedos musicales, si es que se me permite decirlo así.

El jazz en vivo envuelve, de eso no cabe duda. Muchas de las personas ayer presentes están convencidas de que en cierto modo, la vida es como el jazz... es mejor cuando improvisas, por mucho que insistan una y otra vez en escuchar a los grandes, a gente como Louis Armstrong, Miles Davis, John Coltrane o Thelonious Monk, hasta conocerles de memoria. Ese poder de seducción es peligroso. No en vano, otro de los inolvidables, Duke Ellington, lo advirtió cuando nos dijo que "en general, el jazz siempre ha sido como el tipo de hombre que no te gustaría para tu hija".

En estas y otras ideas como la que nos dijo William Basie ("si tocas una melodía de jazz y las personas no mueven los pies, no la toques más..."), se regodearon Víctor Armendariz, Edurme Armendariz, Tomás Gómez, quien se presentaba como "actor de Hollywood en paro", aplicando unas gotas de humor Chanel Nº 5 a la tarde, Idoia Zabala, Arantza Astrálaga, Verónica Uribe, Joseba Muguruza y un buen número de asistentes que se lamentaron del fin de fiesta, no porque fuese decepcionante, que no lo fue, sino porque el miércoles que viene lo echarán de menos. Luis González se lamentaba de la larga espera que le queda por delante.

En torno a 120 personas acudieron a escuchar a la formación Aingeru Torre Quartet en la terraza del bistró del Guggenheim

La actuación puso el broche al proyecto Art&Music de este verano, una selección de bandas 'kilómetro cero' de jazz