En la noche del 31 de julio de 1944 despegó a bordo de un P-38 sin armamento de una base aérea en Córcega, y no regresó jamás. Se cree que su avión fue derribado cerca de la bahía de Carqueiranne, junto a Tolón, en un lance de guerra, pero nunca se encontró su cadáver. Les hablo de Antoine de Saint-Exupéry, autor de El principito y propietario de una frase que encaja como un guante con la historia que hoy vengo a contarles. A Saint-Exupéry se le atribuye aquello de que se ve solo con el corazón, lo esencial es invisible para los ojos.
Esa misma virtud tienen los fotógrafos de prensa, muchas veces vilipendiados y otras tantas azuzados por los intransigentes, los soberbios que vociferan con un quítate de aquí permanente en la boca. No es un oficio tan romántico como se presume. Es verdad que son testigos de primera fila de la vida, pero de la vida en carne viva. De sus grandezas y de sus miserias. Y tienen las llaves, en estos tiempos donde la imagen reina sobre todas las cosas, de la caja de caudales de la realidad. Ya lo dijo Milan Kundera: la memoria no guarda películas, guarda fotografías.
Ayer se reunieron varios de ellos en el Ein Prosit, donde Enrique Thate y los suyos celebraron su tradicional fiesta blanca de verano -la etiqueta exigía vestir ensabanado...-, homenajeándoles. Quisieron reconocer con ese aplauso el duro trabajo de las guardias y los desprecios, el del ir de acá para allá constante, como puta por rastrojo, sin aliento a veces o haciendo garita de horas en otras ocasiones. En nombre de todos ellos, el más veterano de los presentes, Javier Balledor, fue el encargado de recoger la distinción: una jarra de cerveza, una botella magnum de vino y un mural del propio Balleti en diversas poses, la inmensa mayoría de ellas, canallas. Ahí sí arrastran una merecida fama: la calle les ha curtido y no son madres abadesas.
Quienes lo han vivido lo saben: vivir al vaivén de los caprichos de la calle no es cómodo. A veces la aventura será excitante y otras muchas, agotadora. Se diría que, sin embargo, ayer habían reservado fuerzas para la celebración. En el local se dieron cita Zigor Alkorta, Oskar Martínez, Pablo Viñas y José Mari Martínez, imagen móvil de DEIA; Borja Agudo, en nombre de El Correo; Juan Echevarría, de Marca; Mireya López, de El Mundo Deportivo; Óscar Villaverde, de la web El Desmarque, Bárbara Sarrionandia, de La Ría del Ocio, y otros muchos que llegaron echándose la noche encima. No por nada, el reloj es su enemigo privado número 1: siempre andan contrarreloj. En el patio de vecinos de la profesión se rumorea que llegarán apurados o con retraso a su propio funeral, que ojalá tarde en llegar, dicho sea de paso.
A la cita con estos reporteros gráficos, retratistas, camarógrafos, operadores o artistas de la imagen se sumaron, entre otros, Isidro Elezgarai, José Ángel Pereda, el rey del speaker corner; Iñaki Basabe, con su guitarra; Esther Otero, Estíbaliz Bátiz, Manola Maní, Alfredo Thate, al frente de la tasca, Ainhoa García; la flor de Loto del ikebana, Arantza Ruiz; Jorge Canivell, el diseñador Óscar del Hoyo, Iñigo Urrutia, Paula Ezcurra, Beatriz Marcos, Iraia Pereda, Javier Diago, Maite Arrue, Iñaki Urkiaga, Julio Piñeiro, Ander de Aranbalza, la directora del periódico municipal Bilbao, Elena Puccini; Carmen Thate, Ana Díaz, Virginia Cabia, José Miguel Aranguren, Idoia Olabarri, Cristina Zelaia, Antonio Ruiz, Fernando Gascón, Ana Ybarra y un sinfín de invitados que celebraron el solsticio de verano con una cervecita en la mano. De lo que sucedió después no hay pruebas gráficas. No había un fotógrafo en condiciones para sacarlas.