Hace diez mil años, lo que hoy conocemos como Parque Natural de Gorbeia era el hábitat de una gran variedad de fauna salvaje y de grandes dimensiones, principalmente mamíferos y aves. El cambio climático abocó a la paulatina desaparición de muchas de esas especies, pero en el siglo XIX era aún posible ver y encontrar ejemplares de oso pardo (ursus arctos). En este caso, su extinción no se debió a causas naturales, sino a la acción humana hasta el punto de que su caza era recompensada por ayuntamientos y diputaciones. Así queda constatado en documentos como el hallado en el archivo de la Diputación Foral de Bizkaia y que explica cómo en 1819 el Ayuntamiento de Zuia paga 36 reales a Prudencio Larrazabal por perseguir durante varias jornadas a uno de estos plantígrados, y unos días después es el Ayuntamiento de Orozko el que abona 600 reales a unos cazadores que acabaron con la vida de un ejemplar.

Restos óseos de esta especie han sido encontrados en diferentes puntos de Gorbeia, pero destaca especialmente el localizado en el transcurso de las exploraciones espeleológicas realizadas en la Semana Santa de 1997, en el macizo kárstico de Itzina, por miembros del Grupo de Actividades Espeleológicas de Bilbao (GAES). Se encontraba en la sima siglada como ITX-133, en la zona de Atxerre, a donde se precipitó “a través de un pozo de 33 metros de desnivel” para después avanzar “unos 50 metros de galería hasta precipitarse de nuevo por una vertical de 20 metros”, explica David Diaz Tathe, miembro del GAES presente en esa expedición.

El hallazgo fue puesto en conocimiento del Patronato del Parque Natural del Gorbeia y “dada la buena conservación de los restos óseos, nos proponen su extracción”. Las labores se llevaron a cabo dos años después, los días 22 y 23 de marzo de 1999 a cargo de “un numeroso grupo de miembros del grupo, hasta 15”, recuerda Diaz Tathe. “El transporte por la sima y en el exterior se realizó en cajas de cartón. Cada hueso estaba individualmente protegido por láminas de poliestireno y separados entre ellos por papel de periódico. Las cajas además se envolvieron en plástico. También procedimos a un cribado del lecho de sedimentos sobre el que descansaba la osamenta para recuperar el máximo de materiales que por su menor dimensión pudieran haber pasado”, precisa el espeleólogo.

El arduo proceso, y sobre todo la posición en la que se encontraban los huesos, fue fotografiado pormenorizadamente. “Finalmente todo el material recuperado adquirió unas dimensiones considerables, que luego izamos por los pozos de la sima con sumo cuidado y con técnica de rescate espeleológico, como si de una camilla se tratase”. Una vez en el exterior, las cajas fueron transportadas en bastidores, durante una hora y media hasta alcanzar la campa de Arraba en donde aguardaba un vehículo todo terreno que llevó todo el material al local de la GAES. Allí, se procedió al secado de las piezas, la retirada de restos de barro de cada hueso y su consolidación para evitar agrietamientos por paso de alta humedad a secado, una labor que duró semanas y que contó con el apoyo y asesoramiento, entre otros de, “Pedro Castaños, autor del estudio de los restos y Javier Sánchez Eguiluz, restaurador del Museo Arqueológico Etnográfico e Histórico Vasco, que dio consejos para el tratado y conservación de los huesos”, agradece Diaz Tathe.

Los restos del oso pardo quedaron, después, bajo custodia de Gobierno vasco, pero desde el 22 de marzo de 2000, día de su inauguración, es el mayor atractivo del Museo Etnográfico de Orozko donde se exhibe, en la misma posición en la que fue encontrado, protegido por una urna de metacrilato en la segunda planta, la dedicada a oficios antiguos como el pastoreo, leñadores, carboneros y ferrones.