Había que gozar de “una buena vista” para manipular la tricotosa que confeccionaba la base de las boinas salidas de La Encartada de Balmaseda. Casi treinta años después, María Pérez la conserva para volver a encenderla y repetir una técnica centenaria ante el público que presenció la primera del ciclo de demostraciones en la maquinaria del museo a lo largo de los sábados del mes de noviembre. Trabajadora de la fábrica desde que entró en 1965 a los 16 años y hasta su cierre en 1992, colabora con el restaurador Joaquín Marco en la recuperación funcional y mecánica del actual museo, un lugar considerado punto de referencia del patrimonio industrial europeo por su valor.En las instalaciones de El Peñueco “deshacían las piezas de lana que llegaban, en las cardas salía el hilo que después pasaba por la mula”, el apodo que adjudicaban a la selfactina por su descomunal tamaño, que “las retorcía antes de enviarlas a la canillera donde se elaboraban las bobinas y de allí venían a las tricotosas”, el área dedicada exclusivamente a las boinas en la que se especializó María, quien de niña asistió a la escuela del barrio, íntimamente relacionada con la fábrica.

Todo se preserva “tal y como quedó con el cese de la actividad”, indica Joaquín Marco. De cara a la apertura del museo en 2007 se llevó a cabo una recuperación “mínima, pero aspiramos a que sirvan para lo que se instalaron”, señaló Asier Madarieta, director gerente de Bizkaikoa. Puso como ejemplo “el eje, que, aunque podía dar vueltas, no tiraba de las máquinas” para lo que había sido concebido. Tras intervenir también en el batuar, los batanes y la centrifugadora “damos un paso más con la tricotosa”. Joaquín Marco ha desempeñado “un gran trabajo mecánico, pero hay que conocer las manías de la propia máquina para ajustar y eso se lo debemos a María”.

“El mecánico de Balmaseda Pepe Cirión realizó a mano dos, el resto se trajeron de Catalunya”, recordó ella junto con la también extrabajadora María José González. Cuenta con pequeñas agujas a modo de ganchillo que la propia máquina va sacando “según la necesidad que se precisa en cada momento” para dar forma a “una malla semicircular a base de triángulos”. Una línea roja separa las dos boinas que se pueden crear simultáneamente “y luego se une cada malla con la que le corresponde en el lado opuesto”. Las “dos boinas que salían cada más o menos veinte minutos” no habían adquirido en ese punto todavía las medidas definitivas porque “más tarde tiene que encoger cuando se meten las hormas”, describió el restaurador. Cualquier fallo de costura “se corregía a mano”.

Cuando María se incorporó a La Encartada “existían telares de diez cabezales” que se reemplazaron por los de dos unidades, más fáciles de manipular. No obstante, a lo complicado de la técnica se sumaba la obligación de estar pendiente de varias máquinas a la vez en una sala en la que hay 16. Le exigían “un número mínimo de boinas y a partir de ahí se otorgaban primas”, pero nadie les abonaba “el tiempo perdido cuando se malograba alguna”. Un técnico de mantenimiento andaba siempre cerca para solventar posibles averías y a veces ella solicitaba en oficinas repuestos cuando se rompían las frágiles agujas.

Anécdotas de una rutina que de alguna forma pervivirá con más demostraciones guiadas. El próximo sábado la artesana Olatz Pujana enseñará las características del hilado de fibras naturales. El 20 de noviembre el artesano leonés Laurentino de Cabo reproducirá la técnica del tejido a doble cara con el telar Jacquard de 1906. Y el 27 de noviembre Miguel Ángel Martínez Vítores y Joaquín Marco utilizarán la maquinaria del taller mecánico.

“Cuando yo entré a los 16 años en 1965 había telares de diez cabezales, luego trajeron de dos”

“Exigían elaborar un mínimo de boinas y a partir de ahí daban primas”

Extrabajadora de La Encartada