Zaloa Unda ha asistido a los preparativos e inauguraciones de todas las exposiciones temporales desde 1994. La trabajadora más veterana del Museo de las Encartaciones entró en Abellaneda aquel año que marcó el inicio de la etapa más reciente de uno de los centros culturales de Enkarterri. Sin embargo, ninguna le había emocionado tanto como la que se puede contemplar hasta finales de noviembre sobre la obra de la pionera de las fotógrafas vascas, Eulalia Abaitua. Dentro del programa de las Jornadas Europeas del Patrimonio, Zaloa ejerció de guía por primera vez en una visita a la que acudieron usuarios de la residencia de Gorabide en Güeñes, componentes de la Fundación Síndrome de Down del País Vasco, a la que ella pertenece, además de otras personas que se interesaron a título particular por las imágenes que retratan la vida en entornos rurales vizcainos a principios del siglo XX.

Cuando llegó a Abellaneda a los 20 años, “en el espacio donde ahora se organizan las exposiciones temporales estaban los talleres de Prehistoria, que después de la última reforma han pasado al piso inferior, soy muy del Athletic y me encantó la que trataba sobre los cien años de relación de Enkarterri con el club”, describió. A mediados de los años noventa “sin Internet, las reservas se gestionaban por teléfono y había ordenadores solo en la zona de oficinas”. Eso también ha cambiado en las casi tres décadas que Zaloa lleva en el museo.

Ayer comprobó si se había producido alguna cancelación entre quienes reservaron plaza con antelación, recibió a los asistentes en la puerta del museo, se sacó una foto sonriente con varios de ellos y aún le dio tiempo a realizar un perfecto ensayo general de última hora mientras compartía sus recuerdos, como cuando instalaron el “precioso” viejo botamen donado por la familia de farmacéuticos De la Colina de Sopuerta o se celebraban plenos de las Juntas Generales de Bizkaia en Abellaneda.

Enseguida se concentró para comenzar el recorrido por las setenta imágenes tomadas por “la primera fotógrafa de Euskadi”. Nacida “en 1853, hace más de 150 años”, Eulalia Abaitua “provenía de una familia con mucho dinero que se trasladó a Inglaterra”. Allí la joven de 18 años conocería a dos figuras femeninas de referencia para ella alejadas de los roles de cuidadora y ama de casa que la sociedad cargaba sobre las mujeres: Anna Atkins, “la primera en publicar un libro con fotografías” y Julia Margaret Cameron, “la primera en exponer en un museo, en concreto, en el Victoria and Albert de Londres”, indicó Janire Rojo, también trabajadora del Museo de las Encartaciones. Eulalia se casó en 1871 en Liverpool. Su padre había acogido como tutor a los dos hijos de unos amigos suyos que habían quedado huérfanos. Adelantándose al argumento de alguna que otra película, esos niños, chico y chica, contrajeron matrimonio con Eulalia y su hermano, respectivamente. Los dos matrimonios retornaron en 1876 tras el fallecimiento del patriarca, instalándose en Begoña. De él heredó una amplia finca en la que construyó un palacete de inspiración inglesa en el que acondicionó un laboratorio de fotografía. Actualmente en el edifico se encuentra la Clínica Ginecológica Bilbao.

Hacia la basílica y sus alrededores apuntó a menudo el objetivo de Eulalia Abaitua. Dos veces al año se celebraban ferias de venta de productos del caserío a las que las mujeres se desplazaban “caminando desde Derio, Zamudio o Lezama o en burros”, apuntó Zaloa. Aquellas que vestían pañuelo en la cabeza “estaban casadas”. La ropa de color negro “de luto” significaba que una de las representadas posiblemente habría enviudado. En otra instantánea un grupo de mujeres cocina para servir en una txosna a las personas que se dan cita en la romería. ¿Nos suena de algo?

Al regresar al caserío no acababan los quehaceres. En una imagen de tres agricultoras que “preparan el terreno para la siembra utilizando layas” se aprecia una sombra: “el paraguas que empleaba para proteger la cámara del sol”. En la instantánea de sonrientes lavanderas que portan ropa, una de ellas sostiene la sombrilla de la fotógrafa. En cambio, la expresión de otros rostros surcados de arrugas, como el de una anciana que fuma pipa en la puerta del caserío, desprenden tristeza y agotamiento. En aquella época “asumían las tareas domésticas ya de niñas, con 9 o 10 años iban a los lavaderos o transportaban cántaros que podían contener entre doce y quince litros de agua porque no existían nuestros grifos” con extremo cuidado de no romperlos. Al crecer, por ejemplo, las sardineras andaban descalzas desde Santurtzi a Bilbao “por toda la orilla, como dice la canción” basada en las mujeres de Eulalia Abaitua.