“El sitio me enamoró desde que lo conocí por un tema laboral, cuando traje unos muebles a arreglar”. El suave sonido del río se convirtió en un remanso de paz para Rubén Escudero, que se prendó al instante de este rincón de Galdames, en el barrio Molino del Valle. Muchos años después, “me ofrecieron trabajar para la familia Urioste de Las Carreras, los dueños” del molino del siglo XVII que Rubén terminó adquiriendo. Prácticamente quedaban en pie solo las paredes del primitivo edificio que, junto con su mujer, Itziar Aramburu, está rehabilitando. Una parte del mismo ya terminada se ofrece como alojamiento turístico desde la temporada estival con un éxito que les ha sobrepasado. “En un día y medio después de publicar el anuncio” en una conocida plataforma on line “ya habíamos llenado las plazas para todo el verano”. “Italianos, belgas u holandeses” han disfrutado de sus vacaciones en Enkarterri junto con huéspedes de otros puntos del Estado, como Granada o Madrid, que han dejado atrás las olas de calor y han descubierto los encantos de la comarca. La colección de coches clásicos y Rolls Royce de la Torre Loizaga, por ejemplo, se encuentra a diez minutos.

Rubén realizó “un trato de palabra” en 2013, compró el molino en 2017 y en 2019 “nos pusimos con los permisos”. Rubén e Itziar recibieron también la documentación que detalla la trayectoria del lugar. Y es que las obras debían ceñirse a la supervisión de las instituciones al tratarse de un enclave de relevancia histórica. Por este motivo, descartaron abrir un ventanal que ampliara la panorámica desde una de las habitaciones. Han tramitado “permisos de URA, patrimonio histórico y Ayuntamiento; hemos invertido dos años tan solo en ocuparnos de esos trámites burocráticos”.

La fuerza del Barbadun se ha aprovechado desde siglos atrás en molinos y ferrerías declarados por el Gobierno vasco como Bien Cultural en julio de 2017. En el entorno “de gran valor patrimonial puede observarse la convivencia y superposición de elementos productivos de la Edad Media y la Edad Moderna, con elementos de la Edad Contemporánea, vinculados directamente con la actividad minera”, explicaba en el texto que fundamentaba la protección. El Pobal representa el ejemplo más significativo como una infraestructura viva y en uso, pero hay otras muchas más construcciones diseminadas por las inmediaciones del cauce, que el Museo de las Encartaciones recorre todos los años en otoño en su ya consolidada ruta de las ferrerías.

Un zarzal

Cuando se presentaron dispuestos a devolver al molino su aspecto primitivo, “esto era un zarzal en el que apenas se veía la casa”. Están llevando el peso de las obras, y aprovecharon el confinamiento para avanzar, porque “cuando empezó el coronavirus ya habíamos comprado el material”. La familia Urioste,” anterior propietaria, nos ha regalado muchos muebles”, desde un armario a un arcón.

Trajeron desde Muskiz la piedra donde reposa la fuente de la entrada. Gran parte de la madera “es castaño procedente de Galicia y también hay nogal”, describe. En el apartamento que ya se puede reservar se aprecia “la turbina que recogía el agua del río a través de una pantalla de cristal” en la que los niños enseguida se lanzan a curiosear. La estancia dispone de cocina de vitrocerámica y chapa para invierno en un ambiente “rústico, acogedor y cálido, que encaja con el entorno” con objetos antiguos como pesos o un molino de café que han integrado en la decoración.

Están reformando otro apartamento que dispondrá de dos habitaciones, cuartos de baño, cocina, salón y comedor, donde viven actualmente y esperará a los visitantes la joya de la corona: un baño cuya ducha será “una cascada de agua de tres metros de altura que manará del techo”. Les dieron la idea “piedras que se conservan de los cimientos del molino” en las que recrearán el paisaje exterior.

Los anteriores dueños “se alegran inmensamente de la transformación” de una propiedad “muy complicada de mantener”. “Metimos un caballo para que ayudara con la hierba y segamos una vez a la semana” además de cultivar un huerto del que regalan productos de temporada a los huéspedes. Muchos de ellos “vienen con el ordenador y teletrabajan desde aquí” y al finalizar la jornada en verano se dan un chapuzón en el río, ya que la parte del cauce situada junto a la casa “es como una piscina natural”.

El modelo de agroturismo “funcionaba antes de la pandemia y pienso que se quedará”, interviene Itziar. Ambos destacan la cercana relación con quienes alquilan el apartamento al completo de Haraneko Errota por cien euros al día y una estancia de un mínimo de dos. “Los primeros huéspedes fueron italianos y nos seguimos llamando para preguntarnos mutuamente qué tal van las cosas”, dice Rubén. Varias familias con niños “nos aseguran que repetirán”. “No conocen Enkarterri” y les encanta el recorrido que les recomiendan por la torre Loizaga, el museo La Encartada, el de las Encartaciones o Sopuerta Abentura para los pequeños. “Nos sentimos privilegiados por vivir aquí, a media hora de la capital, pero como si entráramos en otro mundo”, define Itziar.