Desde la zona alta de La Herrera se atisban los vaivenes del poder a lo largo de los siglos. De la torre medieval de Terreros a los dominios de la familia Urrutia, que desembarcó en la hondonada de La Mella en el XVI y fue ganado peso hasta decantar la supremacía de su lado. Erigieron un palacio a un lado del camino y una capilla funeraria en el otro, cuya cubierta provisional no concuerda con la antigüedad del edificio. Una salida durante las Jornadas Europeas del Patrimonio, justo antes de que se decretaran las restricciones de movilidad que restringen los desplazamientos entre municipios, abrió la puerta conocer los pormenores de la restauración in situ de la mano de un arquitecto y un ingeniero.

La Herrera está plagado de “elementos de comunicación” que atestiguan su situación estratégica desde la primitiva calzada real por la que circulaba el comercio “hasta el ferrocarril que se introdujo en 1890”, la carretera moderna que une Zalla y Balmaseda o el Camino de Santiago llamado Olvidado que está cobrando auge, indicó Ainara Martínez, historiadora del arte y parte de la empresa especializada en patrimonio Ikusmira Ondarea, también involucrada en el proyecto junto con el Ayuntamiento. Por eso, “linajes poderosos” buscaron establecerse aquí. Los Terreros lo hicieron primero. Controlaron “su casa torre, además de ferrería, molino y puente en el que se cobraba el paso”, de tal forma que aunaban bajo su influencia “movilidad, economía y supremacía militar”. En siglo XVI los Urrutia, con raíces en Abellaneda, vinieron a disputarles la hegemonía. “Mandaron construir un palacio” y con “tres molinos, una ferrería y un puente” que “cambiaron el equilibrio entre familias”. Su bisnieto, Antonio de Urrutia y Salazar, contrajo matrimonio con Jerónima Achuriaga Murga, que, al ser hija única, heredó un importante patrimonio. Cuando falleció su padre, Juan Martínez Achuriaga, éste estipuló en su testamento que deseaba que se fundara una capellanía “para rezar a perpetuidad por su alma, la de sus antecesores y la de sus sucesores, en cien misas al año”. Su yerno, Antonio de Urrutia, erigió la capilla prometida en 1673, otorgándole las advocaciones de San Antonio de Padua y la Asunción. “Caballero de Santiago y alcalde de Zalla”, los rasgos de Antonio se volvieron inmortales en una escultura funeraria en actitud orante del mismo periodo que se conserva en el Museo de las Encartaciones. “Es una de las joyas del patrimonio vizcaino” por su calidad y la singularidad de que el propio protagonista quisiera retratarse para la posteridad.

“Ya se ha solicitado subvención al departamento de Cultura del Gobierno vasco para la puesta en valor del espacio interior” que recupere la apariencia y el espíritu de su época de esplendor, recreando la escultura del orante y un retablo desaparecido. Pero queda un largo trabajo, que estiman en tres años. Cuando los expertos pusieron un pie en la capilla, se toparon con una situación deplorable “producto de múltiples factores: el abandono, la intemperie, el clima o la vegetación”, según enumeró el arquitecto Aníbal González. Y es que “varias vigas habían colapsado, había agua y entraban animales, la verdad es que casi daba miedo meterse”.

Consolidar la cúpula

En primer lugar, un dron sobrevoló la capilla para obtener una perspectiva global, ya que, por otra parte, “el tejado sufre las acciones exteriores e intenta desplazar las paredes de una manera que a veces la piedra no puede soportar”. Los esfuerzos del equipo se centraron entonces en consolidar la cúpula. Para ello, “se instalaron andamios y se mapeó el interior con puntales de once metros con el objetivo de sujetar la cúpula”, ahondó el ingeniero José Luis Ruiz. Se procedió a retirar “por completo el tejado y la madera y a limpiarlo”. Tras reforzar con hormigón armado, “se introdujo un gran angular con el fin de que las paredes no se abrieran y se dio forma a “una cúpula paralela” preparada para resistir hasta 64 toneladas. ¿Por qué la levantaron si no se observa desde el exterior?: “Es de adorno. Hay que entender que para ellos se asemejaba al cielo”.

En las fases posteriores se va a reparar la cubierta de la sacristía, así como los nervios de la cúpula que perviven y limpiar la reja de entrada. Para posibilitar la rehabilitación, “estamos tirando de muchas disciplinas, desde la geometría a las matemáticas”, así que, parafraseando a Pitágoras, “cultivad asiduamente la ciencia de los números porque nuestros crímenes no son más que errores de cálculo”, aleccionó José Luis Ruiz.