Ortuella - Este pasado sábado Tomás Queirós Monteiro, un vecino del barrio ortuellarra de Cadegal cumplió 49 años aunque lo celebró con antelación tomando parte en el encendido de la haizeola o ferrería de monte ubicada en el Museo minero de Abanto-Zierbena en el marco de la reciente Burdin jaia. “Ha sido una gran experiencia aunque no hayamos logrado llegar al 100% de lo que queríamos. Llegamos a medir con un pirómetro hasta 1.272 grados en el interior de la haizeola aunque solo hemos podido certificar gráficamente 1.251 ya que la medición dura apenas unos segundos y no nos dio tiempo a capturar esa cifra”, señala este joven aficionado a la minería que sobrevivió a la explosión del colegio Marcelino Ugalde ocurrida en 1980, dos días antes de su cumpleaños, y que causó 53 fallecidos, de ellos 50 niños. “¿Quieres creer que nadie nos acordamos, ni siquiera yo, de nuestros cumpleaños en esos días?, apostilla Tomás, a quien esta trágica experiencia le pilló siendo un alumno más de 5º de EGB en el centro escolar golpeado por la tragedia y completó el curso en un aula en el grupo Ganguren -mientras se hicieron las aulas prefabricadas- y ya en el nuevo colegio Marcelino Ugalde ubicado en el barrio de La Chava en dirección a Urioste donde acabó 8º de EGB.

Hechos que sin duda han dejado una importante huella en su vida, aunque ello no le impide rememorar experiencias más gratas de su niñez en su querido pueblo minero. “Algunas veces nos colábamos con alguna antorcha hecha con papeles en el túnel del horno de Golifar (hoy restaurado). Claro que cuando se apagaba la antorcha no veas cómo corríamos hacia la salida”, recuerda Tomás, penúltimo de los 7 hijos de una familia de origen portugués que en 1953 llegó al barrio de Loredo al calor del trabajo que había en las minas. “Aquí ya vivía un familiar de mis padres y se vinieron con lo puesto y los dos hijos mayores y se instalaron en Loredo aunque al poco alquilaron una vivienda en Cadegal. Los demás hermanos nacimos ya aquí”, apunta este joven que ha pasado la mayor parte de su vida laboral trabajando como carpintero; primero en una metalistería y después durante más de 20 años como entarimador de madera.

De la madera al hierro Un material que contrasta vivamente con el rojizo mineral de hierro por el que este aficionado ocasional a la pesca siente auténtica devoción. “Ya de pequeño me empezó a picar la curiosidad porque pasé mi infancia entre Golifar, Bañales o la Ralera donde había todo tipo de piedras de diferentes colores y pesos que usábamos para ir a por pájaros y a mí me llamaban mucho la atención. De ahí empecé con los años a buscar información sobre el horno de calcinación, su funcionamiento, los materiales que se empleaban y cosas así”, apunta este hombre tranquilo que sigue soltero a pesar de que tiene pareja estable desde hace más de 20 años. De carácter extrovertido y afable, Tomás dio un paso más en su interés por el hierro y su historia en 2010 cuando, en un viaje estival a Galicia, llegó al Parque arqueológico de Neixón (Pontevedra) donde participó en una jornada sobre el fuego prehistórico. “Hice el cursillo y aunque no fui capaz de hacer el fuego con el arco contactamos con el director, Víctor Barbeito, que al saber que éramos de la zona minera nos animó a colaborar para hacer allí una ferrería de monte. Ellos pondrán todos los materiales: barro, carbón vegetal... y nosotros llevábamos hierro de aquí. Así lo hicimos al año siguiente aunque no logramos hacer nada porque es un trabajo muy difícil y más si tu base son vídeos de Youtube”, reseña Tomás, que desde entonces colabora asiduamente con este parque arqueológico gallego.

Una experiencia que le llevó a involucrarse en el equipo de arqueología del Museo de la Minería del País Vasco que dirige Javier Franco, doctor en Arqueología del Hierro por la Universidad del País Vasco. “En este equipo aprendí mucho especialmente de los 5 o 6 ensayos que se han realizado desde entonces aunque en ninguno logramos sacar algo consistente porque salía una masa esponjosa pero nos quedábamos por el camino”, señala Queirós, a quien su curiosidad innata le llevó a plantear un haizeola “mediante una hipótesis de trabajo basada en el estudio de las ferrerías hidráulicas de las que tuve oportunidad de ver algunos ensayos y algo de intuición”. Tomás fue quien la puso en marcha en la Burdin jaia con el apoyo de un grupo de voluntarios del Museo Minero. El acto tuvo de espectador destacado al fotógrafo gallego Jose M. Salgado, autor del libro As Idades do Ferro, algunas de cuyas imágenes pueden verse hasta finales de este mes en el Museo Minero. “Creo que hemos dado con una tecla interesante y logrado un calor endemoniado”, se felicita Tomás.