Muskiz - Pobeña 1890 es una actividad historiográfica que empezó a larvarse hace doce años de la mano del Centro Trueba Zentroa con el objetivo de divulgar la secular actividad de la “venaquería”: un pasaje olvidado de la historia de las Encartaciones -a pesar de que estuvo vigente durante cinco siglos- y recordar el pasado minero de la localidad. Para ello, se logró la implicación del Ayuntamiento de Muskiz y de gran parte de los vecinos de Pobeña. Desde hace nueve ediciones llevan a cabo una jornada festivo-reinvindicativa del legado minero que convirtió a esta pequeña rada de la costa vizcaina a orillas del río Mayor o Barbadun en el pueblo señero que es hoy día.

Para ello, pusieron en marcha diversos escenarios, algunos de los cuales se van renovando, pero que evocan la vida a finales del siglo XIX. En aquel momento histórico se cercenaron los fueros con el triunfo liberal en las guerras Carlistas que acabaron con la explotación libre de los montes comunales preñados de hierro y sentó las bases de la minería industrial que tan hondo rastro ha dejado en estas tierras.

Un período convulso del que fue testigo directo Antonio de Trueba y de la Quintana, natural del barrio de Montellano en Galdames quien llegó pedir a la Casa Real que no se llevara a cabo el atropello al fuero. Una actitud valiente que ayer salió a luz en el transcurso del homenaje que Trueba Zentroa quiso rendir al autor de obras como El libro de los cantares, Cuentos de color de rosa, Cuentos campesinos, La paloma y los halcones, El libro de las montañas o El Bosquejo de la organización social de Vizcaya, por citar algunos ejemplos de su amplia obra literaria y periodística. “Él siempre se sintió muy vasco. Amaba esta tierra y aunque vivió buena parte de su vida en Madrid nunca se olvidó de su paisajes natales, de su tierra”, señalaba Carlos Irurozqui, biznieto del escritor que junto a su mujer, Teresa Vargas, se acercó a Pobeña donde recibió un busto de su ancestro, un hombre del que se destacaba su bonhomía.

Placa en Madrid “Cuando se casó se fue a vivir al número 32 de la calle Lope de Vega a un piso en el que no tenía ni sillas. Pero pronto un gran número de amigos se juntó y le facilitaron todo tipo de mobiliario para que pudieran ir adelante”, rememoró Carlos. Junto con otros miembros de la familia y personas de la cultura madrileña están realizando gestiones “para que pongan una placa en esa calle donde vivió tantos años”.

La jornada dio también para homenajear a Clotilde Gorbea, una vecina de Pobeña “de toda la vida”, que no dudo en agradecer a sus vecinos este homenaje. “En Pobeña no es que seamos vecinos y amigos es que más bien somos como una gran familia”, apuntaba a DEIA esta lúcida nonagenaria que ha visto la evolución del barrio y recuerda como si fuera hoy cuando el agua llegó a sus casas. “Empecé a dar gritos como una loca”, rememora esta mujer que a tenido a su cargo a varias generaciones. “Por fin hora tengo una biznieta, todo lo demás han sido hombres”, bromea. - E. Z.