Iñaki Aguinaga Pascual posee esa capacidad casi mágica de visualizar arte en los residuos. Él no ve una soga vieja, ve una cobra; él no ve una cafetera antigua, ve un elefante; él no ve un alzador de coche para niños, ve una araña. Él no ve un bidón, ve una cara. Y ¡qué decir cuando observa los árboles! En este caso, primero los siente desnudos y luego ya se los imagina con un simpático rostro con ojos de corcho y sonrisa de plástico. Quizás alguno está más enfadado, otro tiene el pelo de paja alborotado o un poco tieso por el alambre... Eso es lo que hace este vecino de Barrika en la zona de Musurieta: creaciones con basura que se encuentra y que recoge, sobre todo, del mar. Están en su jardín y en el camino de este bello sitio y también en Instagram (Landako txo)Es arte reciclado. Es dar otra vida a lo que fue rechazado -y tantas veces, depositado donde no debía-. Es la expresividad máxima con lo mínimo: palos, garrafas, boyas, bidones, ruedas de juguete, sillín de bici, piezas de vete a saber qué, trozos de yo qué sé... Iñaki, el chico de la campa, Landako txo, los coge y hace diseños inverosímiles que asombran y encantan. “A mí me gusta mucho ir a la playa de Barrika, a la de las escaleras. Desde txiki he ido con mi aita, que él ya cogía boyas, cuerdas y ese tipo de cosas para la huerta y al final yo he salido igual y cuando voy a la playa me gusta limpiar: vengo con la mochila cargada de 20.000 cosas. ¿Qué pasa? Que parece que tengo síndrome de Diógenes”, bromea este vecino de Barrika, que nació y creció en Lutxana-Erandio. Es cierto, acumula multitud de material apilado al que va dando salida de forma creativa. Fue al inicio de la pandemia cuando empezó a exhibir sus peculiares obras. A partir de ese momento en el que se podía salir un poco del aislamiento, con el cronómetro activado, esta zona de Musurieta se llenó de caminantes. Hoy en día, los fines de semana, sigue siendo un recorrido muy apetecible para muchos y desde que es un itinerario animado, mucho más. “Empecé para alegrar un poco a los críos que pasaban. Con la primera figura que puse pretendía protestar por la cantidad de dinero que se dejan en esculturas, monumentos, etc. para rotondas... Encontré una bola de un seto que habían podado, me bajé con la carretilla e hice una araña, mi propia tarántula. Los niños me preguntaban: ¿Vas a poner algo más?”, sonríe. Después, su mujer le insufló más motivación y hasta le sugirió que se pusiera un nombre, que colocara algún cartel... “Y ella creó la página de Instagram”, reconoce Iñaki.

Así que la campa que está junto a su baserri es el jardín de la alegría y el antiguo camino -ahora lo sustituye una carretera para coches- es una nueva versión del bosque de Oma, es el lugar donde los árboles tienen identidad, gracias a este artista que está abierto a colaboraciones, a vender sus obras, a exponerlas, a confeccionar encargos para jardines...

Escenarios para Hortzmuga

Esta visión tan imaginativa de Iñaki se refleja también en su trabajo con la compañía de teatro Hortzmuga. Realiza escenografías y, a veces, también actúa. Pero, desde pequeño, como él cuenta, ha tenido inquietud y vocación por su municipio y sus vecinos. “Yo soy de barrio, de Lutxana-Erandio, y allí nos juntábamos pequeños con mayores... Hemos jugado mucho y siempre hemos organizado cosas para los críos, a medida que íbamos creciendo. Cinco o seis creamos un grupo y empezamos a preparar actividades en las escuelas que estaban abandonadas: teatro, talleres, conciertos... Todo gratis. Creamos los noviembres culturales en los que dejábamos el espacio a compañías de teatro para que pudieran ensayar, a cambio de una obra, y por eso, luego en noviembre tenían que venir y hacer una representación. Así, encadenábamos todo un mes de festival. Todo para el barrio. Ayudábamos también a los vecinos en lo que podíamos: igual venía una señora y nos decía que se le había roto la cama, a otra el colgador...”, rememora Iñaki.

También se acuerda de sus primeros pasos decorativos, también allí, en Lutxana. “Cuando construyeron el metro, dejaron toda la explanada de cemento. Así que empezamos a dibujar mosaicos. También hice cosillas en las farolas. Y cuando llegaban las navidades, cogíamos cajas de cartón y comprábamos papel de regalo y las poníamos en un árbol por la noche. A la mañana siguiente todos los niños alucinaban. Siempre hemos querido sorprender al barrio. Lo que pasa es que ahora cada uno vivimos en un sitio”, asegura Iñaki, que ha trasladado esa filosofía a Musurieta con su bosque feliz.