Berango - Siempre ha tenido una firme voluntad de trabajar para ayudar a los demás. Al principio no sabía cómo pero, poco a poco, ha ido descubriendo el camino. Pese a que la vida, en primera instancia, le llevó por un sendero profesional alejado de sus principales inquietudes, aceptó el desafío y se autoinculcó la cultura del esfuerzo para poder cambiarlo. El berangotarra Aitor Arri compaginó durante cuatro años su trabajo nocturno en una pastelería con sus estudios de Integración Social para optar a un desempeño profesional que le llena y le satisface. "Siempre había tenido la curiosidad de poder ayudar a los demás", señala. Trabajar por la noche, dormir lo justo por la mañana y estudiar por la tarde fue su rutina durante cuatro años. "Se hizo duro, pero valió la pena", recuerda.

Mientras hincaba los codos se dio cuenta de que podía empezar a dar los primeros pasos hacia esta nueva etapa fusionándola con su auténtica pasión: el rugby. De este modo, cuando colgó las botas como jugador fundó un equipo de rugby inclusivo en Getxo para personas con discapacidad intelectual. "Impulsé este proyecto como un trabajo para la carrera y al final se pudo hacer realidad", relata. Al principio, apenas contaba con cinco jugadores, pero con el paso del tiempo el proyecto ha ido creciendo. Ahora ya dispone de trece jugadores. "Es un proyecto que ha evolucionado mucho. Incluso, algunos de los jugadores se han involucrado en el club como monitores, delegados, etc.", señala. Un equipo donde se cumple la máxima de que "lo importante no es ser iguales, sino hacer un buen equipo". Y es que, aunque lleva el nombre de inclusivo, la verdadera inclusión es cuando simplemente se queda en "equipo de rugby", subraya. Una integración social que es especialmente valorada por las familias de los jugadores, para quienes resulta "fundamental" los lazos de amistad que estrechan entre sus integrantes. "Vienen encantados a entrenar y a jugar, y eso resulta muy gratificante", expone Arri.

Sobre esta línea, hace apenas un año y medio comenzó una nueva etapa profesional en el servicio de infancia de la Diputación Foral de Bizkaia trabajando con menores extranjeros no acompañados. "Ves las historias que hay detrás de cada persona y... son terribles", afirma. Un cambio de registro completo que le ha permitido evolucionar profesional y personalmente. "La experiencia con personas con discapacidad intelectual es una cosa, pero estos chavales tan jóvenes vienen con una mochila repleta de duras experiencias. Son unos supervivientes", expone. En este caso, su labor consiste en tratar de ayudarles a llevar una vida lo más organizada posible en cuanto a hábitos de estudio, higiene, etc. "El objetivo es que lleguen a la edad adulta con una formación, una base para acudir al mercado laboral", apunta. A nivel educativo, considera clave mantener una figura que no sea exclusivamente autoritaria. "En vez de ser un padre tienes que ser un hermano mayor", indica.

Además, desde hace un año forma parte de la asociación de integradores sociales de Bizkaia, Bigite Elkartea, y uno de sus sueños es poder desarrollar un proyecto para implantar un albergue nocturno para jóvenes tutelados con un seguimiento personalizado. "En muchos casos, el regalo de cumpleaños de estos jóvenes cuando cumplen la mayoría de edad es quedarse en la calle", incide. Considera insuficiente la oferta de albergues que limitan el periodo de estancia a "tres días" y cree necesario garantizarles una opción para dormir, cenar algo caliente y estudiar. "Me gustaría darles una salida, otra oportunidad. Quedarse en la calle es muy duro", indica. Una integración plena y profunda porque tal y como dijo el político y científico estadounidense Benjamin Franklin: "Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo".