Marta Hernández

leioa - Quizás no muchos sepan que detrás de las máscaras de Lamiako Maskarada hay un investigador apasionado, con ímpetu y con capacidades envidiables. Arkaitz Correa, uno de los organizadores del espectáculo mitológico del barrio de Leioa, ha recibido este año dos premios por su trabajo profesional en el área de química de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Además, en 2020 permanecerá tres meses en el prestigioso MIT (Massachusetts Institute of Technology) de Boston para formarse en una técnica que "aquí no tenemos instalada para luego poderla implantarla en mi grupo de investigación", indica.

La editorial alemana Thieme elabora anualmente un ranking con el personal investigador en el campo de la química orgánica que despunta a nivel mundial y que empieza a tener un liderazgo. "Casi siempre hay gente de Estados Unidos, Japón, China, Alemania, Suiza.. Suelen entrar dos o tres de España, y este año hay dos de Euskadi porque estamos Uxue Uría y yo", explica este leioaztarra, doctorado en 2006 en Química Orgánica en la Facultad de Ciencia y Tecnología de la UPV/EHU. El otro reconocimiento que ha recibido es uno de los tres que concede cada año el Grupo Especializado en Química Organometálica (GEQO). Correa se ha llevado el del terreno de jóvenes investigadores. "Imagínate el revuelo que hay en mi cuadrilla con que yo reciba un premio para jóvenes (risas). Pero es que en ciencias, se considera que lo eres hasta los 40 años, porque entre que haces la licenciatura, el doctorado y demás... Pasa mucho tiempo hasta que puedas liderar tu grupo de investigación, así que tienen que darte un poco de margen? Y a mí este premio me ha pillado en mi último año, porque justo he cumplido los 40", comenta el investigador.

Estas distinciones ponen más en valor el trabajo de Correa, que en los últimos cinco años, se ha centrado en impulsar nuevas metodologías sintéticas que se enmarcan dentro de una química sostenible, la cual aboga por el uso de materias primas económicas y de baja o nula toxicidad, así como metales de transición abundantes en la naturaleza y de bajo coste. "En mi grupo, que estamos en Donostia, desarrollamos metodologías sintéticas: si visualizamos una molécula como un edificio, nosotros seríamos los arquitectos", ilustra de una manera sencilla.

Correa, que también ejerce como docente, vive la química. "Yo, cuando trabajo, no siento que estoy trabajando. Yo disfruto. Y es que la vocación es el motor para que los científicos sigamos adelante porque sin ella, ves el panorama y?", lamenta. Y es que el camino está lleno de dificultades. "La carrera científica es muy lenta. Con 40 años, acabo de conseguir la plaza estable de trabajo. Cuando en otros ámbitos, la gente acaba la carrera, trabaja tres o cuatro años en la misma empresa y tienen un contrato indefinido. Lo nuestro siempre son contratos cortos asociados a proyectos concretos", señala el leioaztarra. Con estas condiciones, precisamente, estuvo él en Alemania, Holanda, Catalunya y Sevilla, hasta que el programa Ramón y Cajal, perteneciente al ministerio español, le dio la opción de trabajar en Euskadi. "Por cierto, este programa cada vez tiene menos plazas, porque en 2012 eran 325 y con el tijeretazo de Rajoy, se quedaron en 175? En ciencia, los recortes han sido muy brutales", denuncia Correa, que en su periplo en Holanda en 2005, formó parte del equipo del profesor Bernard Feringa, Premio Nobel de Química en 2016. "Era la primera vez que salía y llegué allí como Paco Martínez Soria", recuerda. Mucho han cambiado las cosas desde entonces para este investigador constante y luchador, que fue de vocación tardía, porque hasta el instituto no empezó a sentir curiosidad por esas fórmulas, con las que hoy triunfa y disfruta.