Como cada 31 de marzo, el municipio de Durango conmemoró ayer el capítulo más cruel y doloroso de su pasado: el bombardeo de 1937 que asoló y tiñó de miedo la villa. 84 años después del trágico suceso, María Josefa Izacelaya Bilbatua, Josefi, fue la encarga de realizar la ofrenda floral en el pórtico de Santa María en recuerdo de las víctimas del bombardeo. Nacida el 19 de marzo de 1932 en el viejo caserío que había pegado a la iglesia de San Pedro de Tabira, el día del bombardeo tenía cinco años recién cumplidos y entre los recuerdos que ha relatado a sus hijos “recuerda vagamente que estaba en Tabira y cuando sonaron las alarmas corrieron todos hacia el refugio que había junto al río. Era donde normalmente se protegían, salvo cuando el río iba muy crecido; entonces les llevaban a los bajos del actual edificio del Gran Hotel, donde había otro refugio. Recuerda momentos de mucho miedo y tensión, pero como sus padres no le dejaban bajar a Durango, no llegó a ser testigo visual del destrozo causado por el bombardeo”.Cuando Josefi rememora con sus familiares el bombardeo de las tropas de la aviación italiana sus allegados, estos insisten en que “no guarda recuerdos especialmente dramáticos de la niñez. No hubo muertos, ni heridos, ni detenciones en la familia o muy cercanos. Algunas amigas y sus familias fueron a caseríos de familiares alejados de Durango. Ella pasaba todo el tiempo en casa y en Tabira, sin apenas bajar a Durango”.

Otra de las anécdotas que cuenta a menudo a sus seres queridos está relacionada con los milicianos. “La casa vieja en la que vivían pertenecía a la iglesia y apenas estaba separada del pórtico, de modo que los milicianos entraban directamente a la cocina y pedían o cogían leche, pan o se llevaban el puchero de comida que había. María, su madre, se quejaba de que necesitaba esa comida para alimentar a la familia. Un día que los milicianos entraron y no estaba su madre, Josefi les dijo que no podían llevarse la comida. Ellos le respondieron que no se preocupase que a cambio le iban a traer una muñeca muy bonita. Por aquel entonces las niñas del barrio solo tenían muñecas hechas con trapos viejos que les cosía Rosario Urizabarrena, así que la posibilidad de tener una muñeca nueva le hacía una ilusión terrible. Todos los días les repetía la misma cantinela: ¿dónde está mi muñeca? La muñeca nunca llegó. Cuando cumplió 65 años ama, nos pidió que le regalásemos dos muñecas para colocarlas encima del sofá”, recuerdan con cariño sus hijos.

“Nuestra ama nos cuenta que los milicianos entraban directamente en la cocina y se llevaban el puchero de comida ”

Superviviente del bombardeo