“Ha sido muy duro y muy difícil, pero sigo estando aquí y ahora soy más fuerte que nunca”. Jesus Frías sigue emocionándose cada vez que habla de su vida. Y es que hay historias que marcan vidas y vidas que hacen historias como la suya. Llena de contratiempos, aventuras y lecciones de vida que ayudan a comprender y a valorar lo que realmente importa: el hoy y el ahora de cada día.

A sus 54 años, este abadiñarra residente en Gaztelua y dueño de la Carnicería Frías de Durango, explica que su vida ha estado llena de “algunos percances”. Con apenas nueve años una meningitis le tuvo postrado en una cama durante tres meses y fue precisamente en ese momento cuando tuvo su primer contacto con la bicicleta. “Desde pequeño siempre me había gustado el mundo del ciclismo, pero vengo de una familia muy humilde, éramos ocho hermanos y no había dinero para bicicletas. Al enfermar, mi padre me dijo que si me recuperaba me compraría una y así fue”. De esa forma, Jesus empezó a andar en bici y a competir. Solo tenía nueve años, pero sus piernas pedalearían sin parar hasta cumplir la mayoría de edad. “Fueron unos años preciosos. Con carreras y competiciones hasta que a los 18 lo tuve que dejar por tener que ir a la mili”, recuerda.

Tras su regreso, la vida le había cambiado. Aparcó la bicicleta y se centró en el trabajo y en su familia: su mujer, Rosi, y en sus hijos Jon y Cristina. “Durante esos años vendí todas las bicicletas, pero no dejé de hacer deporte. Jugaba a pelota mano y a frontenis, hasta que empecé con dolores en los brazos y lo tuve que dejar”, explica. Entonces, Rosi le dijo que algo de deporte tenía que seguir haciendo y le regaló una bicicleta. “Fue hace tres años y la verdad que no pensaba que después de tanto tiempo podría volver a montarme en una bicicleta. Empecé a andar con mi hermano, a hacer rutas juntos y poco a poco volví a engancharme y a disfrutar como nunca”, asegura.

Sin embargo, en junio de 2019, un desafortunado accidente en bicicleta acabó con la vida de su hermano José Ignacio. “Su pérdida fue un palo muy fuerte, pero me aferré aún más a la bici recordando todos los momentos que vivimos juntos y las rutas que hacíamos. Justo un mes después me noté un bulto en el cuello y en agosto comenzaron a hacerme pruebas”.

En un primer momento todo parecía estar bien hasta que los médicos decidieron hacerle un punzamiento. “Me llamaron y me dijeron que era un tumor. El 8 de octubre me confirmaron que de 25 ganglios el tumor se había extendido a 17 y la cosa no pintaba nada bien”, relata sin poder evitar emocionarse.

A contrarreloj

El resultado de unas nuevas pruebas confirmó que el cáncer estaba localizado por lo que tenían que operarle de forma urgente. Fue el 31 de octubre y seguido comenzó un duro tratamiento de quimioterapia y 30 sesiones de radioterapia.

En todo ese proceso, Jesus reconoce que el apoyo de sus amigos, también de sus clientes y sobre todo el de su familia, en especial, su mujer e hijos ha sido fundamental. “Yo he dado el 20%, ella ha sido el 80. Estuvo los ocho días de la operación sin irse del hospital, al lado de la cama, en todas las sesiones de quimio y radio. Se hizo cargo de la carnicería que sólo se cerró diez días”, apunta.

Finalmente, el pasado 28 de enero Jesus terminó el tratamiento y comenzó a recuperarse mucho antes de lo esperado. “Los médicos me decían que mi caso era digno de estudio. Una semana después de la primera quimio de nueve horas volví a andar en bici. Luego lo tuve que dejar, porque no tenía fuerzas, pero ahora he vuelto a subirme a la bici y estoy casi como antes de la operación”, reconoce. De hecho, el último escáner no podía tener mejores resultados. “Estoy bien y seguiré con controles cada tres meses, pero vuelvo a disfrutar de lo que me hace feliz y me da vida. El trabajo, los amigos, mi familia y la bicicleta”, apunta.

Sin duda, su pasión por el ciclismo y el apoyo de su fiel pelotón le han ayudado a escalar su particular Tourmalet.