Lejano en el tiempo queda el pantalón milrayas. Seriote y poco dado a la juerga. Y del color gris cochambroso y marrón mugriento de Bilbao, ni rastro. La lluvia impenitente es la única aguafiestas de una ciudad abierta, friendly y cosmopolita; de un botxo postindustrial que ahora quiere ser también postpandémico.

Y nada mejor para alcanzar ese nuevo decorado que disimular las penas y enmascarar la nueva normalidad. Lo importante es recuperar el ánimo y el calendario festivo. La primera cita, Carnavales. Dentro de unos días las calles y plazas respirarán con otro color.

DISFRAZA BILBAO

Tales son las ganas de recuperar la vida callejera que edificios emblemáticos e iconos botxeros se suman a la fiesta de la mano de la Fundación Bilbao Historiko, que lleva una década organizando el Certamen de Ocurrencias 'Disfraza Bilbao'.

El objetivo de esta actividad "es aportar otra visión al patrimonio arquitectónico, artístico o a los iconos de nuestro botxo desde un planteamiento tan divertido e incluso irreverente como son los Carnavales", ha expresado Unai Aizpuru, presidente de esta entidad.

La pandemia no ha podido con el entusiasmo de esta iniciativa tan txirene y que, año tras año, suma propuestas.

Ahí van algunas de las presentadas durante estos años para despertar el apetito y comprobar cómo es posible que la chimenea del parque Etxebarria sea la narizota de Pinocho, que el Bilbao Arena parezca un piano de cola, camuflar a Puppy, transformar la Biblioteca Foral en un acuario o hacer que un fosterito apetezca tanto como una cigala; o que la dramática escultura de la musa 'armada' con una lira en el exterior del Bellas Artes (dedicada al compositor Juan Crisóstomo de Arriaga) evolucione a una guitarrista heavy. Y todo, con un don Diego loco de remate, atormentado por los oscuros tiempos que Bilbao parece ir dejando atrás€