De la base de roca kásrtica que actúa como robusto cimiento de un austero, pero funcional baserri tradicional, al lujo, la ostentación y la innovación de la belle epoque belle epoquebilbaina. El caserío musealizado Antzasti-Euskaldunon Etxea, ubicado a 350 metros de altitud en el tranquilo barrio Artaun de la localidad de Dima, supone un didáctico recorrido antropológico, etnográfico e histórico a través de dos mundos muy diferentes en una época y un contexto muy concretos: el rural y el urbano de finales del siglo XIX y principios del XX de una Bizkaia que, al igual que el resto de Europa, estaba experimentando una gran evolución social y económica motivada por la emergente revolución industrial y avances científicos.

La arraigada tradición del momento frente a una pujante modernidad es lo que muestran Cristina y Elena Amezaga -mujeres, hermanas, madres y emprendedoras- a través de un proyecto personal al que se han dedicado, en cuerpo y alma, durante la última década y que se sustenta en una casa familiar. "Entendemos que a través de este concepto, el de las viviendas que ocupaban nuestros antepasados, en las que convivían y donde crecían, es en el que se refleja con una dimensión más amplia el ambiente de la época, sus usos y costumbres, en definitiva su historia", explican. Al mismo tiempo, las cuidadas y detallistas colecciones montadas en diferentes salas del inmueble, permiten al visitante "realizar un viaje simbólico por Arratia, desde Zeanuri hasta el corazón de Bilbao".

Traspasar el umbral de la puerta de la planta baja del caserío Antzasti, de típica estética arratiana, es retroceder un siglo en el tiempo y adentrarse, en primer lugar, en la cuadra "donde se guardaban los aperos y los animales, que a su vez proporcionaban calor al piso superior en donde se encontraba la vivienda". En este caso, las piezas etnográficas que allí se exponen corresponden, en gran parte, al mundo del pastoreo "porque tanto el diseño como los elementos del día a día de la casa se asociaban al oficio del baserritarra, y como esta era una zona de pastores, es un caserío de pastores", precisa Elena.

En un recinto de esta misma estancia, las hermanas Amezaga han recreado, también, una cocina en la que ya se aprecia la llegada de los primeros signos de modernidad al mundo rural "con elementos de producción industrial que son baratos y duraderos como los azulejos de 15x15 o los cazos, cacerolas y ollas de hierro esmaltadas de porcelana". Pero lo que supuso una verdadera revolución dentro de un hogar de estas características fue "la chapa que, enseguida, pasa a la vida tradicional porque el baserritarra dispone de dinero para comprarla y que facilitó el trabajo de las mujeres, las puso de pie".

Vivienda rural y urbana

De nuevo en el exterior, el acceso a la primera planta, la vivienda familiar, se realiza a través de unas escaleras bajo las que se encuentra la pocilga para los cerdos. El primer piso, de decoración austera y tenue iluminación, muestra al visitante una sala tradicional "que era concebida como un lugar de trabajo donde se limpiaban los puerros, se ensartaban los pimientos... y en la que, entre los muebles, destaca la artesa donde se guardaba la harina para hacer talo o pan", pero que también acogía celebraciones "en las que la mujer aprovechaba para sacar y lucir bienes del arreo como el mantel para vestir la mesa".

El corazón del caserío era, sin lugar a dudas, la cocina de fuego bajo que reúne a la familia, momentos que sirven "para la transmisión oral de valores e, incluso, de leyendas, mitos y cuentos propios de la zona". El paseo por el hogar rural se adentra también en la alcoba de los niños con su mobiliario y juegos de entonces como "la trompa, las tabas, la alboka o el fútbol del momento, es decir, los bolos" y por la típica habitación matrimonial con el kakaleku o letrina "siempre en el balcón que da al sur". Una última sala de la primera planta está dedicada a la representación de una botica con remedios medicinales caseros y prácticos que hoy en día se siguen utilizando y que, en aquella época, "a través del boticario, un hombre de ciencia, incidían especialmente en la importancia de la higiene para la salud de las personas".

Y una simple escalera interior que une la primera planta con la superior es, en el caso del caserío musealizado Antzasti, el corto y drástico tránsito hacia la vivienda moderna urbana bilbaina representada por una amplia colección de piezas y enseres "procedente de una familia burguesa que vivió en la zona del Arriaga", precisa Elena. Es un espacio reflejo "de otra forma de vida que surge a raíz de la modernidad, la economía de mercado y los negocios" donde los principales referentes, tanto decorativos como en la moda, son "Inglaterra en el caso de los hombres y Francia, sobre todo París, en el de las mujeres". En este contexto surgen, además, nuevos oficios "como metalistas, joyeros o carpinteros que se convierten en ebanistas". Y las hermanas Amezola han recreado en esta estancia una habitación matrimonial, un moderno cuarto de baño "que suponía una gran inversión" o el despacho del hombre. También dedican colecciones al euskera, la pasión de la sociedad pudiente por los viajes o la labor de las modistas o sombrereras, un oficio protagonizado por mujeres "y que se debería estudiar a fondo ya que fue muy importante, pero aún existe un gran vacío sobre ellas", reivindica Elena.