Es la vecina oriunda de Ugao-Miraballes más longeva de la villa. Nació un 31 de mayo de 1920 en un ya desaparecido caserío de la céntrica calle Udiarraga tras un complicado parto de mellizos en el que no sobrevivió su hermano. “A mí me llevaron a bautizar corriendo porque pensaban que me iba a morir, y aquí estoy aún”, comenta con una sonrisa recién cumplidos los 101 años. Mertxe Ibirika puede presumir, además, de tener una salud de hierro. “Solo tomo una pastilla para la tensión y media para el ácido úrico. Y nunca me han dolido ni las rodillas ni las caderas”, asegura. Y su mente es tan lúcida que tanto desde el Ayuntamiento como desde la revista Ecos de Ugaocada vez que necesitan identificar a una persona en una fotografía antigua. “Me las traen y enseñan para ver si reconozco a la gente y la mayor parte de las veces sé quiénes son”, cuenta.

Como muchos miembros de su generación, Mertxe comenzó a trabajar a muy temprana edad. Era la mayor de ocho hermanos “y con 12 años, cuando ya vivíamos en el caserío de Iturrigorrialde, repartía leche por las casas, ayudaba en las tareas domésticas o en la huerta”. Con solo 14 años, dejó la escuela y los estudios para “entrar a trabajar en la empresa Hilados del Yute, en Arrigorriaga, donde un tío mío era encargado” y se trasladaba hasta allí y regresaba a casa “siempre andando, acompañada de otras empleadas de Ugao”.

Lo que a Mertxe Ibirika menos le gusta recordar es todo lo relacionado con la contienda civil. “Me tocó en la que debería haber sido la etapa más bonita de mi vida, de los 16 a los 19 años”, lamenta. Al principio, le afectó incluso en el terreno laboral “ya que llegamos a estar parados”, pero la actividad de la empresa se retomó “y nos pusieron a coser sacos terreros para las trincheras del Cinturón de Hierro de Ugao y otros municipios”.

A pesar de su humilde aportación a la defensa de la villa y de otras poblaciones, es un tema del que “no me gusta hablar, porque la gente lo pasó muy mal”. Aún así, se siente afortunada porque “al vivir en un caserío no nos faltó comida y no perdí a nadie de mi familia”, aunque vivió un episodio muy angustioso. “Un día mi madre y yo preparamos unas tortillas para llevar al refugio. Justo al salir hacia allí, escuchamos los aviones y mi madre me dijo: Vamos a ponernos cerca de la puerta por si nos pasa algo que nos encuentren pronto”. A ellas, no les ocurrió nada, pero fue el bombardeo del 14 de junio de 1937 en el que fallecieron dos convecinos: Félix Urrutikoetxea Intxaurraga y Simón Aguirre.

Esposa y ama de casa

Mertxe trabajó durante 27 años en Hilados del Yute, se casó “con un buen hombre con el que tuve una vida maravillosa” y se ha dedicado en cuerpo y alma a las tareas de ama de casa “y a cuidar de la familia, porque siempre hemos sido una piña”. Y el caserío de Iturrigorrialde donde sigue residiendo “con unos sobrinos” ha sido su refugio frente a un covid-19 que, a su juicio, ha llegado “porque alguien ha echado algo, no ha salido de la naturaleza”. Desde la pandemia, pero sigue dispuesta a sumar años y a mantener su vitalidad y simpatía.