Boga Garagardoa es, desde hace más de una década, mucho más que una cervecería artesanal: es una manera de entender el territorio y la cultura. La historia de la marca arranca en 2014, aunque en realidad se venía gestando mucho antes, en vivencias, viajes y encuentros que acabarían moldeando lo que hoy es su esencia. 

Una de esas historias es la de Alba Donadeu, catalana de nacimiento, que durante una etapa de su vida residió en Irlanda. Allí no solo descubrió un país donde la tradición cervecera forma parte del ritmo cotidiano, sino que también conoció a Beñat, apasionado de las raíces propias y con experiencia en estas lides, que más tarde se convertiría tanto en su compañero de vida como en parte del proyecto de Boga Garagardoa junto con otros cinco socios que como ellos creyeron en el proyecto.

Irlanda, donde todo comenzó

En Irlanda, entre sabores y fermentaciones ambos comenzaron a empaparse del espíritu cervecero más auténtico. Descubrieron que la cerveza podía ser algo más que una bebida: podía contar historias, unir a la gente, hablar del paisaje y del carácter de un lugar. Y, con esa idea muy presente, cuando regresaron a Euskadi nació la semilla definitiva de Boga Garagardoa junto con el resto de los socios fundadores. Ella como única mujer del grupo promotor. 

Hoy, desde su sede en Mungia, el trabajo diario de Alba como directora de esta firma refleja perfectamente esa mezcla de aprendizaje, pasión y constancia. Su día a día (la única mujer directora en una cervecería en Euskadi) es supervisar procesos, catar, ajustar recetas, pensar nuevas propuestas de gestión y comunicación y, sobre todo, cuidar cada detalle para que se mantenga esa identidad innata. 

Y todo esto es tiempo, dedicación, conocimiento y respeto por un producto vivo. Alba lo vive con naturalidad, desde una cercanía que hace que cada cerveza salga con una parte de ella misma en este espacio que tiene una capacidad de producción de 160.000 litros al año.

“Apostamos por la economía y la gastronomía local, colaborando con productores y proveedores cercanos para mantener nuestras raíces y fortalecer la comunidad. Así es como se da vida a nuestra cerveza 100% natural, sin aditivos ni conservantes artificiales y con la que contribuimos a una revolución cervecera desde Euskal Herria”, nos cuenta una orgullosa Alba, convencida del valor que tiene su trabajo. Ese trabajo conectado con la tierra misma… y con el agua.  

Hasta aquí llega la esencia del mar

En Boga, el mar ha sido siempre una inspiración profunda: frescura, fuerza, movimiento y conexión. Ese mismo simbolismo impregna sus cervezas, su imagen y su manera de entender la cultura de origen. Esto da buena cuenta, además, de que el compromiso (como demuestra Alba) con lo local es firme y auténtico. “Trabajamos con malta alavesa y lúpulo vasco, apostando por ingredientes de proximidad y por una cerveza KM0 que respeta el entorno y genera impacto positivo en la comunidad con una mirada sostenible”, defiende esta mujer que no querría estar en otro sitio que no fuese este donde se respira a tradición. 

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Pero, más allá de la técnica, de las materias primas y de los procesos, hay algo que define especialmente el trabajo de Alba y a Boga y este no es otro que su deseo de crear una cerveza que la gente disfrute en sus mejores momentos. Esas cenas con amigos, un atardecer después de un día intenso, una celebración improvisada o simplemente una pausa que te conecta contigo mismo. Quieren que quien la beba sienta que está probando algo auténtico, con raíces, con alma.

Y también aspiran a que, poco a poco, cada vez más personas descubran lo especial de este tipo de cerveza: más arraigada en la tierra, más honesta, diferente a lo industrial, hecha para saborear con calma. Y es que, como recuerda Alba, las mejores cosas se construyen poco a poco y sin mirar demasiado lejos.