La cuidadosa y vigilante mirada a la realidad que comparte Ana Sofi Telletxea –responsable del Departamento de Análisis y Desarrollo en Cáritas Bizkaia– contribuye a echar algo más de luz al complejo fenómeno de la exclusión social y, sobre todo, a reflexionar sobre la urgencia para responder ante la amenaza al itinerario vital de miles de personas, menores incluidos.
¿Están observando en Bizkaia esa cronificación de la exclusión social y de la precariedad que refleja el informe FOESSA para Euskadi?
—Hay elementos que son comunes. La exclusión social como tal sí. En Cáritas vamos atendiendo a unas 11.000 o 12.000 personas al año y esa es una realidad que se mantiene en el tiempo. Un fenómeno que nos preocupa es el de las personas sin hogar. Y no solo lo que vemos en calle, sino también aquellas familias que pueden estar en entornos de vivienda precaria o de alojamientos institucionales o de pensiones.
O sea que sí.
—Pero insisto, no solamente es lo que vemos en calle sino también aquellas personas que han entrado en dispositivos para personas sin hogar. En ese campo, por ejemplo, atendemos anualmente en torno a 1.500 personas, sobre todo en Bilbao.
Pintan bastos entonces.
—Otra de las situaciones que nos está preocupando también es la de las familias con hijos e hijas. El informe a nivel de Euskadi dice que el 20% de los niños y niñas viven en situación de exclusión. Sus familias, vamos. Y es una realidad que observamos mucho. Son un porcentaje importante de las personas que acompañamos en Cáritas. Unas 5.000 que pertenecen a esos hogares donde hay niños y niñas. Y ahí, además, la mayoría son mujeres. Porque la otra realidad que estamos viendo son las mujeres solas con hijos e hijas. Son otro de los grandes rostros de la exclusión.
Y de la precariedad.
—También. Hay mucha. Mujer sola con hijos que criar, trabajos precarios, la brecha salarial… Y eso hace que en los hogares donde la cabeza de familia es la mujer pues la exclusión llegue al 15% cuando en el caso del hombre es del 10%.
Se aprecian cambios entonces.
—Notamos que la demanda tiene más que ver con vivienda, empleo y con tener un lugar de referencia... Eso está creciendo. Tenemos un programa de promoción social y personal que son como centros de barrio donde la gente puede ir a hacer talleres, algo de formación, alfabetización… Pero el taller casi es una excusa para hacer la promoción social. La demanda del servicio psicológico está subiendo también, el jurídico para las cuestiones de extranjería..
Vamos, que están surgiendo otras dimensiones en la exclusión social.
—La RGI está haciendo su papel, pero necesitamos de otras políticas sociales de vivienda, de extranjería o de salud que puedan complementarla.
De hecho el informe lanza un aviso a navegantes, léase clase política y empresarial: Oigan, ustedes, el sistema ha fallado y hay que revisarlo.
—Pedimos fijar la atención en esos otros elementos que están haciendo que esas mejoras no estén sacando del todo a la gente hacia el bienestar. Por eso la precariedad. Y eso es lo que ha crecido. El problema de la exclusión es la precariedad. Si nos conformamos con eso pues vamos a generar una inclusión precaria.
De alguna forma temen que se pueda dignificar la precariedad.
—Eso es. Si entendemos la pobreza en términos sólo de ingresos, bien. Pero cuidado, porque cuando miramos a los gastos, la gente no levanta cabeza. Si uno hiciera la encuesta de pobreza a primeros de mes, por ingresos solo, habría 122.000 hogares en Euskadi que no saldrían en esa foto. Pero si tuviéramos en cuenta cómo quedan esos hogares a final de mes, cuando han pagado sobre todo vivienda y suministros, estarían en pobreza severa… Hay 122.000 hogares que después de pagar se quedan a dos velas.
Pues vaya panorama que dibuja.
—Otro dato llamativo. Los sueldos han subido un 17%, pero si lo comparamos con lo que ha subido la vivienda, 18%, y lo que ha subido la inflación, es como si en realidad hubieran subido un 0,6%... Las mujeres, las personas migrantes y los jóvenes están entrando en los trabajos más precarios. Con lo cual, las posibilidades que van a tener para mejorar vienen ya tocadas desde el principio. Lo que decimos es: no nos conformemos.
Y ustedes llegan hasta donde llegan.
—Desde las entidades que trabajamos con voluntariado generamos vínculos, lugares de encuentro. Y por el otro lado pedimos que no cejen en seguir haciendo políticas sociales. Incluso pediría al mundo económico que entienda que la economía tiene que estar al servicio de la comunidad que sustenta el crecimiento económico.
Hay claroscuros.
—Tenemos que ser realistas y no estar pensando que Euskadi es un oasis, que sí lo es pero hay un caldo de cultivo sobre el que tenemos que estar atentos. Con datos. Porque hay mucho relato sin sustentarse en la realidad. Por eso pedimos un abordaje de la realidad sin frases hechas, sin estereotipos, sin imaginarios sociales.
¿Cuál es la forma más idónea para abordar estas situaciones?
—La política social sobre todo no debe dar pasos atrás; al revés, ser valientes y dar pasos adelante. Y hacerlo en materia de inmigración, de vivienda y de empleo.
Hablaba antes de talleres y programas. ¿Han tenido que adaptarlos a estas nuevas realidades?
—Sí, el de juventud no teníamos. Y ahora estamos pensando en cómo seguir avanzando en los centros comunitarios. No tanto en talleres para que la persona aprenda cocina o electricidad o algo más instrumental, sino cómo poder generar con las propias personas espacios de participación, de convivencia,... Abrir el centro al barrio y que sea un lugar de encuentro y de convivencia, donde haya vida, donde se puedan generar lazos comunitarios.
¿Y las ayudas económicas?
—Pues la RGI va cogiendo más espacio y tendremos que reflexionar sobre si tenemos que ayudar durante más tiempo porque igual haya menos personas… O si vamos a tener que hacer apoyos especiales a familias con niños o niñas... Y que sigue habiendo gente fuera del sistema. Igual hay que ayudarles durante más tiempo porque también va a ser más difícil que encuentren un trabajo y en vez de seis meses hay que extender la cobertura un año…
O sea, que ya tienen definidos los retos sobre la mesa.
—Y luego está el tema del bienestar emocional. No tanto la atención psicológica, que también, sino cómo podemos generar espacios seguros, espacios de confianza también con los niños, con las niñas, y con los padres y madres. Que Cáritas sea un lugar donde todo ese estrés de la vida se alivie un poco.
Y tanta crisis y tantos vaivenes ¿están erosionando la solidaridad de la ciudadanía?
—Cada año tenemos unas doscientas personas que se incorporan como voluntarias. Dicen que reciben más que lo que dan... Y en lo económico, cuando ha habido crisis, hemos recibido esa solidaridad en forma de donativos. Cierto es que cuando las aguas vuelven a su cauce parece que ya no hay crisis... Pero Cáritas no cierra y la solidaridad tampoco. Seguimos trabajando por una Bizkaia más próspera para todas las personas, para que nadie se quede en los márgenes.