La cara joven del rugby vizcaino que crece en la élite
La iurretarra June Larrañaga, rugbilari de División de Honor en Getxo, consolida su progresión tras debutar con la selección española sub-18 y vivir un Europeo, lo que confirma su crecimiento y el impulso del rugby femenino vasco
Desde Iurreta hasta el campo de Fadura, June Larrañaga ha recorrido un camino trazado a base de esfuerzo, constancia y pasión. Fue su padre quien la animó a acercarse por primera vez a los entrenamientos del Durango Rugby Taldea, y aquel gesto, casi casual, acabaría marcando su vida. Con el paso del tiempo, el balón ovalado se convirtió en parte de su rutina y también de su identidad. Hoy, instalada en Getxo mientras compagina el rugby con sus estudios de Creación y Diseño en Leioa, Larrañaga compite en División de Honor, en la Liga Iberdrola, y ha vestido la camiseta de la selección española sub-18; una trayectoria que, como tantas otras, comenzó en un campo de hierba artificial del Duranguesado.
Comenzó a jugar a los 12 años, en un Durango (DRT) al que recuerda con un cariño especial. Allí descubrió un ambiente que mezclaba aprendizaje, diversión y sentimiento de pertenencia. “La eskola fue una época muy bonita. Me lo pasaba muy bien con mis compañeros, las topaketas, los viajes… disfrutaba muchísimo”, recuerda. Aquellas primeras experiencias no solo le enseñaron a jugar, sino también a convivir y a apoyarse en los demás. Como tantas jugadoras jóvenes, encontró en el rugby un espacio donde desconectar, reír y sentirse parte de un grupo.
Años después, el rumbo familiar cambió y se trasladaron a Gautegiz Arteaga. Ese movimiento trajo un nuevo club: elGernika Rugby Taldea, donde jugó su segundo año de categoría sub-16. La experiencia fue positiva, pero breve: la ausencia de un equipo femenino la obligó a replantearse su futuro inmediato. Fue entonces cuando recibió la llamada del Getxo, interesado en incorporarla a su proyecto. Sin embargo, la normativa de División de Honor era clara: para competir en la categoría debía tener 17 años, y Larrañaga contaba solo 16. Ante esa traba, regresó al Durango Rugby Taldea, donde ya conocía al grupo y podía seguir formándose sin perder ritmo.Tras completar allí su primer año como senior, se produjo el salto definitivo: fichó por el Getxo Rugby Taldea, donde continúa creciendo actualmente y donde el equipo marcha en segunda posición de la Liga Iberdrola.
Un juego más exigente
En el campo ocupa la posición de tercera línea, un rol que la define tanto como jugadora como por su manera de entender el juego. “Me gusta porque puedo hacer un poco de todo. Me involucro en el contacto, pero también participo en las jugadas con las tres cuartos”, explica. Esa versatilidad, unida a su compromiso y a su capacidad para adaptarse a distintos ritmos, ha hecho que encaje rápidamente en el proyecto getxotarra, uno de los clubes referentes del rugby femenino vasco. El salto al equipo fue, además, un impulso personal. “Llegué un poco desilusionada por cómo había ido el año anterior, pero en Getxo me han acogido genial. Desde el principio me llevé muy bien con la gente y noté muchísimo la calidad de los entrenamientos y el cambio de ritmo de juego”, cuenta.
Las diferencias con respecto a las categorías base son evidentes. La exigencia aumenta, la intensidad crece y la lectura del juego se vuelve más colectiva. “En las categorías base el juego es más individual. En División de Honor tienes que confiar en tus compañeras, aprender a jugar en equipo de verdad, y competir contra gente con nivel, algo que te obliga a crecer”, reflexiona. A esa evolución se suma el ambiente del vestuario, al que describe como “muy agradable y familiar”. Tanto compañeras como entrenadores, dice, han contribuido a su madurez dentro y fuera del campo.
Su proyección llamó la atención temprano. A los 15 años recibió su primera convocatoria con Euskadi, tanto en rugby 15 como en 7s. Incluso jugó un año en un combinado mixto sub-16, compartiendo campo con chicos, una experiencia que le ayudó, asegura, a ganar confianza y a asumir nuevos ritmos. Esa etapa la preparó para el salto a la selección española sub-18, con la que este año ha completado cuatro concentraciones en Valladolid y Madrid. Allí ha encontrado un grupo sólido, unido y muy joven. “Hemos hecho un grupo muy bonito. Hasta nos hemos ido de vacaciones juntas”, cuenta entre risas, consciente de que esas relaciones forman parte esencial del camino.
Una experiencia internacional
El capítulo más reciente llegó este verano, en julio: el Europeo sub-18 celebrado en Lyon (Francia). Una cita que marcó un antes y un después en su trayectoria, tanto por el nivel competitivo como por la experiencia humana que supuso. Larrañaga recuerda que fue “una experiencia increíble”, no solo por el juego, sino también por la oportunidad de trabajar con “recursos muy profesionales” que le permitieron dar un salto en confianza y rendimiento. Explica que pudo disputar más de la mitad de los minutos del torneo, algo que le ayudó a soltarse y sentirse realmente dentro del grupo. Añade que jugar fuera, en un entorno exigente y rodeada de compañeras con las que había construido una relación muy cercana, “te da mucha confianza y hace que disfrutes todavía más del rugby”. Tras las concentraciones, el Europeo fue la culminación de ese proceso: un torneo que le permitió medirse a un nivel alto, consolidar su crecimiento y, sobre todo, crear amistades que se han convertido en uno de los tesoros más valiosos de la experiencia.
Entre entrenamientos, viajes y clases, Larrañaga compagina su vida deportiva con los estudios universitarios. Lo hace como puede, con honestidad y sentido del humor. “Soy bastante desastre organizándome, tiendo a procrastinar, pero lo llevo bien. En los viajes intento estudiar en el bus o aprovechar los tiempos muertos”, explica. La vida entre campos de rugby y trabajos de diseño es un equilibrio a veces complejo, pero asumido con naturalidad.
El rugby femenino vive un momento de crecimiento que Larrañaga percibe de cerca. “En Euskadi hay más chicas que nunca en categorías inferiores, y el Mundial femenino ha dado mucha visibilidad al equipo nacional”, señala. Aun así, identifica carencias que frenan el avance: más recursos, más competiciones, más esfuerzos para llevar el rugby a las escuelas. “Como en todo, falta dinero”, resume con claridad.
Un futuro sin prisas
Con los pies en el suelo y una madurez serena, Larrañaga no se marca grandes objetivos a medio plazo. Se siente cómoda en el Getxo y, por ahora, no entra en sus planes cambiar de equipo dentro de la Liga Iberdrola (DH). Aun así, no cierra la puerta a otras experiencias en el futuro: le gustaría cursar un Erasmus y, si ese momento llega, no descarta aprovecharlo también para conocer otro rugby y unirse a algún equipo de la ciudad donde viva.
En lo deportivo, sus metas siguen siendo sencillas y sinceras: avanzar poco a poco, mejorar individualmente y mantener intacto el disfrute. “Quiero mejorar y pasarlo bien. Eso es lo más importante”, resume. En lo personal, aspira a terminar la carrera y tomarse un tiempo para ordenar su futuro, construyendo ese equilibrio entre estudios, deporte y vida cotidiana que, poco a poco, va encontrando.
Desde aquella niña de Iurreta que se acercó por primera vez al campo hasta la jugadora que hoy compite en División de Honor y ha vestido la camiseta de España, hay muchas etapas, cambios y desafíos. Pero una constante se mantiene intacta: su pasión por el rugby y la forma colectiva, generosa y alegre en la que lo vive.