Esta es una historia de balas y supervivencia. De caídas y huidas injustas. De sangre, derrotas y derechos. El relato lo escribe con la tinta de su vida, de una parte de ella, Federico González Santiago. Empieza en 1937 y termina en 1979. Y discurre, sufre y resiste a lo largo de la Guerra Civil, donde luchó y cayó herido, y de La Roseraie, un hotel habilitado como hospital en Iparralde. Erandioztarra de naturaleza y corazón, ahora sus vecinos pueden saber más sobre él, gracias a la exposición que permanecerá en Merkatu Zaharra hasta el próximo día 28. Esta fue su odisea –es el título de la muestra–.

El director del Museo Memorial del Cinturón de Hierro de Berango, Aitor Miñambres; y el fotógrafo Mauro Saravia, son los comisarios de este proyecto visual distribuido en 24 fotos y otros documentos, pues 24 son los cantares de la Odisea de Homero. Pero, además, ambos fueron quienes tomaron la voz de Federico para contar, en una conferencia, su experiencia asombrosa y dolorosa. Los otros protagonistas de esta crónica de guerra son los hijos de Federico. Son la pieza fundamental, más bien. Ellos encontraron en el camarote todo el material que su padre conservaba de aquella época, un tesoro meticuloso y ordenado, el retrato de una contienda y sus feroces consecuencias, y decidieron cederlo para la memoria. “El día que Rusia invade Ucrania, Federico hijo se acerca al museo y dona estos fondos”, comentó Mauro en la charla, a la que asistieron familiares de este combatiente. “Ni siquiera nosotros mismos conocíamos bien todo lo que él pasó”, reconoció, con los ojos encharcados, Federico hijo.

Se encargó Aitor, con su precisión histórica y sus rebosantes conocimientos apasionados, de dar sentido y rigor a esas fotos, a esas cartas y a esos legados que hacían frente al paso del tiempo en un desván. El director del museo tejió el periplo de este erandioztarra en 24 capítulos engrasados con su contexto. “Federico, de profesión tipógrafo, acaba de cumplir 20 años cuando es llamado a filas. El 15 de mayo de 1937 es alistado”, apuntó Aitor. Este erandioztarra forma parte del batallón 48 Jean Jaurés y es enviado al monte Artxanda. “Es herido el 15 de junio; un disparo le entra por la muñeca izquierda y le sale por el codo y es trasladado al hospital de Basurto”, señaló el narrador de esta odisea. En efecto, son los primeros episodios de un recorrido angustioso, bajo el estruendo de las bombas. “Bilbao va a caer y todo Basurto intenta salir como puede. Federico es evacuado a Santander”, indica Aitor. Sin embargo, el avance de las tropas franquistas tomó esa misma dirección... Tocó escapar a Asturias y el bando sublevado... hacia allí también. Todo sucede muy rápido. Gijón es polvo el 21 de octubre del 37. “La hecatombe de Asturias provoca el éxodo de Federico”, matizó Aitor. Magullado en el brazo y en el alma, se lanza a la mar, junto a otros hombres, en una lancha diminuta, sin sistema de propulsión, sin apenas víveres... “La embarcación se pierde y cuando están a punto de fallecer, les rescata un pesquero francés, que los remuelca hasta Argançon”, describió el comisario de la exposición. Federico va a parar al conocido vapor Habana, pero poco tiempo: se va a La Roseraie, hotel de lujo venido a menos, alquilado por el Gobierno vasco en el exilio de Bidart, para la rehabilitación de heridos o mutilados de guerra. Federico, después, se topa con la odisea de la Segunda Guerra Mundial. “Se presta voluntario para trabajar en las fábricas de armas francesas, en una de explosivos”, incidió Aitor. Pero Francia sucumbe en un tris ante la Alemania nazi. “Entonces, él pide a su familia avales para volver a casa y consiguen que dos fascistas de Erandio declaren que ha tenido buen comportamiento en el pueblo”, señala el director del museo. Al entrar por Irun, se entrega y es encerrado en el calabozo, hasta que lo llevan a “un lugar terrorífico”, admitió Aitor, el campo de concentración de Miranda de Ebro. Es 2 de julio de 1940. Por suerte, solo está quince días y es puesto en libertad... condicional. Al menos, regresa a Erandio, donde vuelve a trabajar en una imprenta pese a su discapacidad. Por delante: un vacío. No es hasta 1979 cuando Federico ve reconocidos sus derechos y recibe una pensión hasta su muerte en 2006.