Gorliz atrapa la memoria de ‘4 mujeres’ en un documental
Karlos Gómez firma un documental con los recuerdos de Margaret Garrido, Bego Gaubeka, Mari Feli Arrate y Elena Basabe
Bajo el sencillo nombre de 4 emakume/mujeres palpita una joya audiovisual de unos 40 minutos que recoge los testimonios vitales de Margaret Garrido, Bego Gaubeka, Mari Feli Arrate y Elena Basabe, quienes han visto las primaveras de siete u ocho décadas. Una retrospectiva a su querido Gorliz. Al de su infancia, cuando los padres, surcando los siete mares, conocían a sus hijos a saber cuándo; al del euskera crucificado. “Alguien vino a decirle a mi abuelo que no podía hablar euskera y dejó de hablar euskera, castellano e inglés durante mucho tiempo”, asegura Margaret; al de los otros golpes del franquismo. “Los flechas, los pelayos solían desfilar por el pueblo”, recuerdan. Al Gorliz que acogió el “maravilloso” sanatorio, el de aquel pinar “oscuro y frondoso”, al lado del cual se tiraban por los “aremunes” y daba igual si se manchaban las bragas... Karlos Gómez, realizador del programa de ETB-2 A bocados y residente en el municipio, está tras la cámara de este documental que es memoria inmortal.
“Yo soy de Erandio, pero llevo 23 años viviendo en Gorliz y siempre he tenido curiosidad por conocer todo ese previo del pueblo. Solía ver a una mujer mayor pasar por delante de casa. Un día la paré y hablé con ella. Entablamos amistad y me contó que su aitite era el dueño del caserío en el que yo vivo. Me fue contando muchas cosas, como que ella nació en Nueva York... Al final llegó un momento en el que le solté: Mira, me gustaría grabarte porque hay que guardar de alguna manera todo esto que me cuentas. Hicimos una sentada de dos horas y me contó cosas maravillosas”, rebobina el autor del proyecto, un hombre, en efecto, inquieto por el Gorliz pretérito, ávido de relatos íntimos que son el retrato de una época. “Siempre había oído que Gorliz había sido un pueblo de marinos. Por lo que está claro que el peso en casa lo llevaban las mujeres: ¿Quién cuidaba a los hijos?, ¿quién les educaba?, ¿quién se encargaba de los caseríos?, ¿quién labraba la huerta? Pensé que había una historia que contar de estas mujeres, que eran heroínas. Entonces, Margaret me llevó a otra mujer, y la otra a otra... Fue fantástico. No me conocían de nada y se ofrecieron con cariño, me dedicaron su tiempo y se abrieron totalmente. Era una charla de café, no una entrevista. Son un tesoro”, subraya Karlos. Y así, ante su objetivo y ante sus preguntas y dudas, Margaret, Bego, Mari Feli y Elena retrocedieron en el tiempo para destapar unos frescos recuerdos de una forma envidiable. “Son un libro abierto”, sostiene el realizador.
“Mi padre me conoció con año y medio”, desvela Margaret, neoyorquina que se trasladó a vivir a Gorliz, el que fue el hogar de su madre y de su abuelo. “Mi marido no vio a su hijo el mayor hasta que tuvo casi siete meses. Hoy parece un disparate, pero antes era así porque los hombres estaban navegando”, corrobora Mari Feli. Los aitas, a la faena en la mar, y los niños y niñas a jugar en esas “montañas de arena enormes junto al pinar”, como dice Bego. “Bajabas por ellas a culo pelado”, sonríe Margaret. Y a crecer en un pueblo con tiendas como La de Diliz o Sinfo. “Había dos carnicerías, pescadería no, pero solían venir las mujeres de los pescadores de Armintza que traían directamente lo que habían pescado los maridos”, señala Mari Feli. “Las goitiak, que toda la vida han vendido pescado en el pueblo”, constata Bego. “También estaba Juanito, el zapatero”, apunta, de igual modo, Bego en el documental. “La leche se mandaba en tren por medio de las recadistas, como las llamaban”, añade Mari Feli.
Son 4 mujeres de valía, cercanas y encantadoras, con palabras que pesan toda una era. “Una señora, que encima era de derechas, le puso a su hija Lutxi y la cogieron presa en Bilbao. Estuvo desde la mañana a la noche en la cárcel”, cuenta Bego. “Era una sociedad del silencio. Yo le preguntaba a mi madre: ¿Por qué Don Daniel baja la voz cuando habla en euskera? Y ella nunca me aclaraba nada”, sostiene esta gorliztarra. “Empezó a extenderse la idea de que el euskera era de paletos”, incide Elena. “Quienes lo hablábamos parecíamos de un rango inferior. A mí me importaba un pimiento”, confiesa Mari Feli. Son las muchachas que soportaron una dictadura. “Había un campamento de La Falange. Nos daban miedo”, rememora Bego.
Otro fragmento del recorrido de Gorliz es el que tiene que ver con el sanatorio. “Cuando estaban los niños no podías ir a esa parte de la playa”, apunta Margaret. “El sanatorio se ocupaba de todo el pueblo. Mi abuela se quedó viuda con cinco hijos y trabajaba allí limpiando. Las monjas le ponían comida”, recupera Elena. “Había una monja que dejaba pequeños a los hombres: se remangaba el hábito, se ponía a segar hierba... Tenía un arranque...”, afirma Mari Feli.
Todas estas gorliztarras son también testigos o partícipes de las protestas por la central nuclear de Lemoiz. “Fueron momentos durísimos”, reconoce Bego. “Había unos tiragomas de hierro y cogían las piedras del tren y las tiraban”, evoca Margaret. “Mucha gente hizo un dineral, ¡qué sueldos! Aquello era el maná”, destaca Mari Feli. Son capítulos del ayer. Vividos. Sentidos. Y ahora, mejor conservados de la mano de Karlos.