Iñigo Sáenz y su compañera Julia han sembrado la semilla de Enkar Natura, su asociación de la que brota el proyecto Zallako Hazi Biziak, ganador del concurso municipal de emprendizaje juvenil en la que cuentan con la colaboración de la Red de Semillas de Euskal Herria. El ciclo de actividades, en principio mensuales, arrancó con un taller que ha constado de una charla sobre la huerta de Zalla y la plantación de frutales. La localidad atesora “más de cuarenta variedades tradicionales”, señala él, que pretenden divulgar, apostando así por una filosofía vital y alimentaria el kilómetro cero.

Para ello, han establecido su base en un terreno de Ibarra cercano a las vías del tren que antes cultivó la familia de Iñigo, encarnando el relevo generacional. “Nos encanta la zona porque culturalmente es un lugar agrícola de peso al lado de la Estación de Fruticultura de la Diputación, que antes albergó la Granja Modelo, donde trabajó mi bisabuelo”, explica Iñigo, zallarra de 29 años estudiante en la Escuela Agraria de Derio que conoció a Julia cuando residía en Barcelona. De forma triangular, la parcela “mide 900 metros cuadrados y nos parece perfecta para sentar las bases de una iniciativa un poco experimental”, detalla con el agradecimiento a su aita y ama por facilitarles el acceso, ya que “de lo contrario, nos habría resultado francamente difícil encontrar una tierra fértil”.

“Desde infancia a personas en situación de vulnerabilidad”, invita Julia, la participación en el ciclo de talleres está abierta “para que puedan acercarse a conocer la tierra, recolectar sus propios alimentos o traer los de sus allegados” al mismo tiempo que la biodiversidad y educación agroecológica entendidas como “un cambio de chip que nos ayude a reconectar con la naturaleza que nos rodea en nuestro entorno”, apunta Iñigo.

Y es que Zalla se ha erigido en puntal a nivel de la comarca y eso está desapareciendo”. Además de la afamada cebolla morada, “aquí podemos encontrar el calabacín rastrero de Zalla, la acelga de Zalla, pimiento choricero, pimentón, varios tomates, guindillón, manzanos…”

Las primeras plantaciones les sirven para testar las condiciones del suelo, comenzando por “bancales elevados, ajos, lechugas, cebolletas y escarolas” y abono verde en formato de majuelo “tradicional de Zalla, como si de un semillero se tratara; a menudo la gente lo confunde con cebolla: dos meses antes de poner la huerta de primavera se corta y se incorpora a la tierra como abono orgánico muy bueno que, a la vez, mientras crece trabaja el suelo en profundidad”.

Semillas propias

Esta técnica “representa uno de los claros ejemplos del bagaje agrícola que ha existido aquí, cómo producíamos nuestro propio plantel y cómo hemos mantenido tantas semillas propias”. El conocimiento ancestral “forma parte de lo que la agroecología aspira a asimilar y mantener”. De lo contrario, pese a que “hay gente que se dedica a recoger todo ese conocimiento, ponerlo en valor y preservarlo, se va a perder”. Iñigo y Julia tratan de que esa biodiversidad “no se quede en el banco de la Red de Semillas de Euskal Herria, sino que pueda gozar de continuidad de una forma viva”.

“Es muy importante” que la semilla autóctona de variedades se aclimate “a nuestras condiciones: lluvia, heladas, niebla y el viento que penetra a través del fondo del valle”. La orilla del río Cadagua en la que se asienta la huerta de Enkar Natura “dispone de un mayor contenido de arena en el suelo que contribuye a que filtre mejor y no se produzca tanto encharcamiento, mientras que la parte de arcilla que contiene retiene agua”. Por todo ello, las áreas agrícolas al lado de los ríos suelen presentar un elevado nivel de fertilidad, “siempre y cuando no se haya hecho un mal uso de ellas”.

Se puede considerar variedad tradicional “aquella que se ha adaptado al clima y el suelo a lo largo de al menos treinta años mediante la selección manual y el mantenimiento de los propios baserritarras”. Cantidad de las que crecen en Zalla “son centenarias” transmitidas de generación en generación. Gracias a eso “y al intercambio de semillas se han podido conservar, aunque otras muchas se han perdido”, lamenta Julia, a causa en parte de la falta de relevo generacional. ¿Cómo revertir la situación? “Apoyando a los productores, acudiendo al mercado semanal, cultivando y consumiendo producto local…”, propone.

Soberanía alimentaria

Más a largo plazo, se han fijado la meta de fomentar la soberanía alimentaria y los grupos de consumo. Es decir, “desterrar la idea de que para preservar la huerta hay que producir en cantidad”. Apuestan por que “vuelva a ser lo que era, se plante y se cultive”. Incluso a nivel particular se muestran dispuestos a “echar una mano para enseñar ciertas prácticas agrícolas que rompen con lo que la industria ha impuesto”, se ofrece Iñigo. Desechando fertilizantes químicos o plaguicidas en favor de “otras técnicas de agricultura regenerativa que respetan más la tierra, cuidando la microbiología del suelo, que favorece un correcto crecimiento valorando cada variedad en sí; vamos al supermercado y buscamos tomates estéticamente perfectos, todos iguales”, incide Julia porque “a veces se entiende la tierra como algo extractivista de lo que sacar sin devolver”, añade Iñigo.

“Recuerdo cuando hacíamos viajes largos en coche y la luna se llenaba de mosquitos aplastados. Hoy no ocurre, síntoma de que hemos perdido tomofauna sumamente relevante, ya que sin ecosistemas complejos en los que todos los nichos estén ocupados, se registra un desequilibrio que conlleva la aparición de hongos y plagas. En los últimos cincuenta años hemos ido intentando controlar la huerta como si de un césped se tratara”, reflexiona.

Desde “un tejido social concienciado que demanda conocer el origen de sus alimentos, quién y cómo se cultivan para asegurarse que aquello de lo que se está nutriendo está libre de peligros” surgen los grupos de consumo que también se preocupan por que “las personas que los cultivan disfruten de unas condiciones dignas y no figuren tantos intermediarios”. Ahí reside “una de las claves del relevo generacional, es desalentador a lo que hemos ido llegando por tender a un modelo que no toma en cuenta a la agricultura como fuente de alimentación, sino como un bien de mercado más con el que se puede especular”. “Poder consumir a esfera local, favorece tanto al productor como al medio ambiente”, expone Julia.

Trasladarán estos mensajes en sus próximas convocatorias con carácter mensual: un taller sobre setos vivos el 22 de febrero y después, la proyección de un documental sobre agricultoras de Zalla, plantación de hortícolas, semilleros de variedades locales y banda floral y construcción de casas para insectos. Como colofón, en septiembre celebrarán una fiesta de la cosecha, seguramente con una comida a base de productos locales. Por que “la huerta, ni en creciente ni en menguante: en pudiente”, bromean.