Síguenos en redes sociales:

Dos hermanos que han vivido en su hogar la violencia de género: “Aprendimos a querer mal en casa y ahora no sabemos”

“Te voy a quitar lo que más quieres”. Esta amenaza de su padre a su madre se le quedó grabada a esta joven vizcaina, que relata, junto a su hermano, el trauma que les ha supuesto crecer en un hogar donde se ejercía la violencia de género

Dos hermanos que han vivido en su hogar la violencia de género: “Aprendimos a querer mal en casa y ahora no sabemos”Borja Guerrero

"Te vas a quedar en la puta calle y te voy a quitar lo que más quieres”. La amenaza con la que su padre amordazaba a su madre traspasó la pared que separaba la cocina del baño. “Yo estaba lavándome los dientes. Como él gritaba, lo escuché y se me quedó grabado”, dice. Apenas era una preadolescente, pero una década después lo recuerda como si fuera ayer. Recuerda aquella amenaza y también aquel día en que su hermano pequeño jugaba con un globo mientras su madre hacía la cena a su marido. “El globo entró en la cocina, él se enfadó y fue a pegarle. Mi madre se puso en medio”.

A sus 24 años, esta vizcaina, hija de un hombre “maltratador y alcohólico”, apenas guarda unos retazos de su niñez en la memoria. “Recuerdo poco y todo malo. La psicóloga dice que es una forma que tiene mi cerebro de protegerme”, explica, sentada a una mesa junto a su hermano, de 20 años. Ambos muy “reservados”, alzan la voz para visibilizar a los hijos e hijas de las víctimas de violencia de género y denunciar lo que muchas de ellas callan. “Nuestra madre intentaba evitar que se enterase la gente por vergüenza, por miedo...”, dice él.

“Como era el que trabajaba y tenía dinero, creemos que no lo denunció antes porque veía muy posible que nosotros nos fuésemos con él y no con ella, que es el mayor miedo de toda madre”, añade su hermana. Precisamente por “miedo a la repercusión, a que haga algo si lo lee, y por la paz familiar” relatan su historia refugiados en el anonimato.

Agresiones verbales y empujones

“Pensábamos que era lo normal en una casa”

Ninguno sabría decir cuándo empezaron los malos tratos de su padre hacia su madre porque crecieron con ellos. “Fueron muchos años. Pensábamos que era lo normal en una casa”. Pero nunca olvidarán cómo terminaron. “Al final eran constantes discusiones y amenazas, agresiones verbales día sí, día también. Hubo agresiones físicas, sobre todo empujones. Hacia nosotros era todo verbal, aunque las agresiones verbales igual son peores porque no se te olvidan”, afirma esta joven.

Tenían 14 y 10 años. Su madre intentaba que estuvieran dormidos antes de que su marido llegara de trabajar. Cuando no era posible, “cerraba la puerta de la cocina y nosotros estábamos en la sala viendo la tele”, cuenta su hermano. “Pero a él le daba igual y, si no se quedaba muy conforme, abría la puerta y el chaparrón iba para nosotros. Estábamos acostumbrados. Le intentábamos ignorar o venía nuestra madre por detrás a tratar de sacarle: Deja a los niños en paz”, dice ella.

“Nos obligaban a hablar y jugar con él en el punto de encuentro y no queríamos, fue un mazazo psicológico”

HIJA DE VÍCTIMA . Estudiante universitaria

A pesar de que un vecino, con el que la madre se desahogaba, la animaba a denunciar, no terminaba de dar el paso. “El matrimonio ya estaba roto. Convivían en la misma casa por la situación económica. Ella no tenía acceso al dinero. Si quería comprarse un par de bragas tenía que pedírselo a él y, depende del humor que tuviese, se lo daba o le montaba una bronca”, aseguran. Además, apunta el joven, “yo iba a hacer la comunión y decidieron esperar”. Hasta que un día todo saltó por los aires. “Empezó una bronca, vino el vecino, se empezó a calentar la cosa, llamaron a unos familiares y se desmadró. Les amenazó a todos y dieron un golpe en la mesa: Esto tiene que parar. Llamaron a la Ertzaintza y decidieron sacarnos de casa por nuestra seguridad”, relatan.

Su padre, que estaba “borracho”, les contó a los agentes que “él era el agredido”. De poco le sirvió. La justicia determinó que “la custodia y el piso eran para nuestra madre y que hubo violencia de género, pero solo verbal. La física, como no había pruebas, no se consideró. A él le pusieron una orden de alejamiento y a mi madre, escolta, pero acabó pidiendo que se la quitaran porque lo pasábamos mal teniendo a alguien detrás. La Ertzaintza patrullaba a menudo por la zona del domicilio”, explican estos hermanos, que finalmente se mudaron con su madre a otro municipio.

No se sintieron “escuchados”

“Yo quería testificar y no me dejaban”

“Esto no es un tema tuyo”. Es la respuesta que solía recibir esta joven cuando tenía 15 años y se sucedían los juicios en los que se iba a decidir, entre otras cosas, su futuro. “Yo insistía una y otra vez en que quería testificar y no me dejaban. La abogada decía que era muy duro, pero el resto también fue duro y lo aguanté. De los juicios nos contaban lo mínimo posible. Nos sentíamos apartados”, denuncia.

Tampoco se sintieron “escuchados” cuando manifestaron reiteradamente su rechazo a reunirse con su padre en un punto de encuentro, al que tenían que acudir dos horas por semana. “Se le daba más prioridad a lo que querían los padres que a los niños. Nos obligaban a hablar y a jugar con él para ver cómo actuábamos cuando no estaba nuestra madre delante y nosotros no queríamos, fue un mazazo psicológico enorme”, aseguran estos hermanos, que intentaban pasar el trago “sentados en la esquina de un sofá, lo más apartados posible de él, o viendo la tele”.

Durante las visitas, en las que estaban acompañados por algún profesional, les “intentaban sacar conversación”. “Había veces en las que mi padre reprochaba cosas y nosotros saltábamos. Queríamos salir de ahí lo antes posible para intentar seguir con nuestras vidas”, señalan. Ella tuvo que acudir al punto de encuentro durante “un año más o menos” y su hermano, “dos o por ahí”.

Al psicólogo diez años después

“Tienes baja autoestima y te haces más desconfiado”

En su casa nunca se ha hablado de los malos tratos que sufrieron. “Es un tema tabú que se intenta no tocar. Yo igual trato de sonsacar algo, pero mi madre no quiere”, dice esta joven. Por más que la envuelvan en silencio, la violencia que respiraron les dejó una profunda huella y las secuelas afloran. “Aunque creas que no ha pasado nada, que puedes seguir con tu vida adelante, no es así. Tarde o temprano explota todo”, reconoce esta joven, que ha empezado a recibir ayuda psicológica recientemente gracias a la asociación Clara Campoamor. “Tienes baja autoestima e inseguridad y te haces más desconfiado tanto en las relaciones amorosas como de amistad. Cuando hay algún problema o una discusión, la gente suele intentar resolverlo. Yo huyo directamente”, confiesa.

“Decir un ‘te quiero’ o dar un abrazo, cosas que no he visto ni recibido, no me salen y he roto con mi pareja”

HIJO DE VÍCTIMA . Estudiante de un grado superior

La ruptura sentimental de su hermano con su pareja, hace apenas un par de meses, ha marcado un antes y un después en la vida de estos dos jóvenes, que cursan una carrera universitaria y un grado superior. “Yo siempre he sido muy callado, a mi bola, sin contar nada a nadie, pero este último año me he dado cuenta de que arrastro un montón de cosas”, avanza él.

Cosas como un déficit de cariño que le impide expresárselo a otras personas. “Mi pareja me lo decía y yo intentaba cambiarlo, pero no podía. Decir un te quiero, estar más amoroso o dar un abrazo, cosas que igual yo desde pequeño no he visto ni he recibido, no me salen. Eso acaba quemando y he roto con mi pareja”, se sincera con tristeza.

El paso de acabar con la relación, sorprendentemente, lo dio él. “Me estaba dando cuenta de que no me hacía bien a mí, que eso me daba igual, pero tampoco a la otra persona. La estaba apagando poco a poco, consumiendo”, admite. Su novia no se sentía querida y tampoco él se podía querer a sí mismo. “El amor propio que tienes, a raíz de lo que nos pasó en casa, es distinto”, dice.

Su hermana coincide con él en que haber crecido en ese entorno “te condiciona todo”. “Se supone que es ahí donde te enseñan a cómo querer a la gente. Nosotros aprendimos a querer mal en casa y ahora no sabemos cómo hacerlo”, reconoce ella. “Y luego a las personas que más quieres es a las que peor tratas y eso te acaba comiendo por dentro”, se duele él. Si algo bueno le ha traído el fin de su relación, que cuenta apesadumbrado, es que también va a comenzar a ir en un par de semanas al psicólogo.

Olvidar los fantasmas del pasado

“Nos han denegado quitarnos sus apellidos”

De su padre no tienen noticias ni las esperan. “Nos lo cruzamos una vez en la calle. Intentó venir a hablar y ufff”, se queda sin palabras ella. “Después, poco más”, resume él. “Por suerte para nosotros”, apostilla su hermana. Ambos han intentado hacer borrón y cuenta nueva quitándose sus apellidos, “pero desde el juzgado nos lo han denegado porque consideran que, como no aparecen nuestros nombres en la sentencia, no somos víctimas. Es una pescadilla que se muerde la cola”.

Con su madre la relación que tienen es “normal”, aunque no hayan compartido hasta hace bien poco sus sentimientos con ella ni entre ellos mismos. “Lo que pasó también nos condicionó a ser reservados y a no expresarnos. Nuestra madre no sabía la magnitud de las cosas, le hemos mostrado lo que nosotros queríamos enseñarle”, dice la joven. “Como ella hacía”, musita él.

Aunque no lo verbalicen –sus amigos apenas conocen su historia– el trauma les acompaña. “No hay que dar por hecho que lo que no se ve no está. Está ahí, pero no quieres hacerle frente o que la gente se preocupe. Llega un punto en que no puedes más y nosotros hemos decidido pedir ayuda, pero podía haber acabado de mil formas”, advierte ella. Aunque “abrirse” les cuesta, confían en la terapia. “Esperamos quedarnos en paz y olvidar los fantasmas del pasado”, anhela. “Y aprender lo que debimos aprender en su momento”, remata él.