La llamaron “basura”, le pisaron el abrigo, le rompieron las hojas del cuaderno, además de su autoestima. Pero lo que más le dolía era la exclusión. “Me dejaban apartada y no solo los niños. Una vez las madres cogieron a los niños e hicieron un círculo en el cole. Me intenté meter y las madres me echaron. Cogí mi mochila y me puse a llorar contra la pared. No les dije nada a mis padres”, cuenta esta preadolescente, que sufrió acoso de los 3 a los 7 años en un municipio costero vizcaino, del que se tuvieron que mudar a Galdakao para reavivar su sonrisa, apagada a jarros de agua fría y desprecios.

“Me decían que era la oveja negra, que yo se lo hacía pasar mal a ellos y que me tenía que ir. Con tanto insulto: Eres mala, eres mala, me acabé creyendo que lo era”, confiesa. De hecho, le llegó a preguntar a su madre si se merecía estar sola.

También recuerda cuando le quitaban el estuche y a algunas profesoras “les daba igual porque éramos muy pequeños y pensaban: Cosas de niños. Al final se quedaban con mis lápices, mis borragomas, mis bolis y siempre me acababa comprando nuevos”.

“Es una historia dura, pero también esperanzadora; del ‘bullying’ se sale y con el tiempo la herida ya no duele”

Susana Martínez - Autora de 'Señaladas'

Reponía el material escolar y su mochila, episodio tras episodio, cada vez pesaba más. “Con 4 o 5 años ya somatizaba, decía que le dolía la tripa, la cabeza... Me alarmé cuando, tras hacer un dibujo de tres niños en grande y de ella en pequeñito, la psiquiatra infantil me dijo que su autoestima estaba por los suelos, que si la situación no cambiaba o me marchaba, iba a arrastrar secuelas hasta la edad adulta”, explica Susana Martínez, su madre, que ha plasmado en el libro Señaladas, que presentará el próximo 12 de septiembre en Fnac Bilbao, su historia de lucha y superación.

Quería poner voz a mi hija y ayudar a otras familias. Para mí fue una liberación. Empecé a sanar, a perder el sentimiento de culpa. Es una historia dura, pero también esperanzadora, porque del bullying se sale y con el tiempo la herida ya no duele”, asegura.

"Si te quedas callada, te comen"

Su hija, a la que llamaban Chucky, a la que no invitaban a los cumpleaños, a la que no avisaban de con qué disfraz o juguete iban a bajar al parque, a la que dejaban sola en los recreos, es la mejor prueba de que se puede “salir reforzada” de una experiencia tan traumática.

De mayor quiere ser profesora y, sin duda, se implicará en defender al más débil porque, a sus 12 años, ya lo hace. “Tengo un amigo que siempre está con mi grupo de chicas porque no le gusta estar con los chicos. La gente un año mayor le suele llamar gay. Me sienta muy mal porque no se sabe defender y hay veces que acaba llorando y se va a casa. Yo no me puedo quedar callada porque he sufrido bullying, nadie me defendía y lo pasaba mal. Si te quedas callada, te van comiendo”, relata, ante la mirada orgullosa de su madre. “Lo que ha pasado le ha ayudado a crear esa conciencia y me parece muy importante que la tenga y defienda a niños que lo pueden sufrir”, valora.

"Siempre que hacen 'bullying' pienso que ha sido cosa de los padres porque los niños no aprenden solos. Que eduquen bien a sus hijos"

Víctima de 'bullying'

Su hija, que ahora está “muy feliz”, cuenta con el apoyo de sus amigas en su cruzada, pero apela a los progenitores, a los que considera responsables. “Siempre que hacen bullying a alguien o le insultan pienso que ha sido cosa de los padres porque los niños no aprenden solos. Que eduquen bien a sus hijos porque la gente lo pasa muy mal”, pide.

Un bulo que les pasó por encima

Cuenta Susana, que se crió en Basauri, trabaja como publicista y tiene 51 años, que fue a parar con su pareja a un “pueblo vizcaino costero muy pequeñito” porque les tocó un piso de protección oficial. Lo que les pareció “una lotería” se empezó a tornar en pesadilla cuando, tras un embarazo “muy costoso”, nació su hija y con tres años “se juntó con dos amiguitas de clase”, con cuyas madres no congenió.

“Casi desde el principio me dejaron claro, sin decírmelo, que las amigas eran sus hijas y que la mía era la niña que venía después y a la que se le permitía jugar”, relata. Como era “muy dicharachera y extrovertida, se empezó a convertir un poco en el corazón de esas crías, contaban con ella para todo y ahí empezaron las primeras exclusiones. La frase que escuché durante años es: Juntaos vosotras, que sois las amigas. Iban a comprar chuches y mi hija, en el parque, esperando”.

"Fue la primera vez que la vi llorar y dije: 'Hasta aquí', sin saber que en ese momento cavé mi tumba y la de mi hija"

Susana Martínez - Autora de 'Señaladas'

Una tarde una de estas madres le dijo a la hija de Susana que no se montaran más en un coche de juguete porque lo iban a estropear. “Al ver que otra niña lo usaba, se lo fue a decir y la señora le chilló: Como seas tan chivata, te vas a quedar sola. Fue la primera vez que la vi llorar y dije: Hasta aquí, sin saber que en ese momento cavé mi tumba y la de mi hija”, lamenta Susana, que considera que “utilizaron” a la menor “por la rabia” que le tenían a ella.

La niña no solo perdió a sus dos amigas, a las que ya no les dejaban jugar con ella, sino que se difundió “el bulo de que trataba mal” a sus compañeros y cada vez más familias les daban la espalda. “Juntaban a los niños cuando estaban en la fila para hacerles una foto y la dejaban fuera, madres que ni conocía separaban a sus hijas si la mía se acercaba, decían que las niñas tenían pesadillas por su culpa, la insultaban...”, denuncia Susana, que se sintió “traicionada” por personas a las que consideraba amigas. “Yo me desahogaba contándoles las cosas que vivía y me apoyaban, pero poco a poco se fueron pasando al otro bando”.

"La ley del silencio"

Susana tocó muchas puertas. En el colegio, que “no podían intervenir porque son situaciones que ocurren fuera”. Cuando el acoso se coló en el aula, “que son muy pequeños y ya se les pasará”. Finalmente activaron el protocolo. “Recibí varios whatsapps, Eres una hija de puta, por tu culpa mi hija está en un protocolo”, recuerda Susana, que aconseja acudir a "un perito educacional, que media entre el centro y tú y obtiene pruebas”.

De las instituciones salió con “una palmadita en la espalda”. En la comisaría y el despacho de abogados, que necesitaba “testigos” para denunciar. Encontrarlos era misión imposible porque imperaba, dice, “la ley del silencio”.

Para entonces, relata, las insultaban por la calle, imitaban a la niña cuando paseaba con su perrito e incluso un señor las empujó al pasar entre ellas con unas bolsas de basura. “La impotencia que tenía era brutal. Mi depresión era cada vez mayor y veía a mi hija devastada. Dejé de trabajar. No me enfrenté a nadie porque creí que la iba a perjudicar más”, se justifica Susana, para quien la situación “se les fue de las manos”. “Una cosilla en el parque se enmaraña y llega a algo tan atroz que una familia se tiene que mudar de pueblo”, advierte.

Debido a sus “miedos”, le costó volver a relacionarse en Galdakao. Su hija, al principio, también temía ir al colegio. “¿Y si estoy sola otra vez?”. “Hizo amigos y la quieren mucho”, destaca su madre, que no olvidará el día que se marcharon. “Cuando cerré la puerta, dije: Vamos a empezar a vivir”. Y lo cumplieron a rajatabla.