La vida de Horacio Echevarrieta, con vertientes fascinantes como empresario y político, será recreada en unas visitas teatralizadas en Punta Begoña, su querida guarida en Getxo, su dulce hogar frente al salado mar. “Me podré desprender de cualquier propiedad, menos de Punta Begoña”, defendió siempre. Ahora, cada tercer domingo de mes, y hasta final de año, el público podrá asistir a una escenificación en la que el propio Horacio Echevarrieta contará episodios de su trepidante trayectoria, que despegó con Iberia, creció como la Gran Vía de Madrid, se escuchó por la radio, permaneció entre rejas, y hasta fue traicionada tanto por el rey como por el gobierno. Las visitas en julio y agosto serán a las 18.30 horas y el precio de las entradas es de 3 euros. El estreno será este próximo domingo 21.
Echevarrieta (Bilbao, 15-IX-1870, Barakaldo, 20-V-1963) es considerado como el empresario más importante de la historia en el Estado, y uno de los más importantes de Europa, aunque su nombre no tenga el eco que realmente debería producir. Estuvo tras la creación de empresas como Saltos del Duero –actual Iberdrola–, Iberia, Cementos Portland, aparte de astilleros, navieras, negocios mineros o prospecciones petrolíferas. Diputado republicano-socialista durante varias legislaturas, su defensa del Concierto Económico le valió el homenaje de las tres diputaciones forales. Urbanizó la Gran Vía de Madrid, parte del ensanche de Bilbao, construyó la línea 2 del metro de Barcelona y promovió el transbordador del Niágara. Además, fue propietario de medios de comunicación como El Liberal y pionero en la llegada de la radio a España. Llevó a cabo acciones humanitarias como el rescate de los prisioneros de la Guerra de África, y fue conocido como el empresario esquirol por su compromiso con las condiciones de trabajo de los mineros.
Inmerso en intrigas a nivel estatal e internacional, su apuesta por desarrollar el submarino más avanzado del mundo, y la traición tanto del rey como del gobierno de Azaña, le sumieron en una crisis económica. Con la Guerra Civil, las galerías de Punta Begoña le fueron incautadas y años después restituidas, pero cuentan que nunca quiso volver a pisarlas. Su alma sí quedó allí, en la impresionante construcción que actualmente se reconstruye.