"Casi me ha dado más quebraderos de cabeza el atuendo para la graduación que la selectividad”. Lo dice Noelia, madre de Lucía, una alumna del Instituto Miguel de Unamuno de Bilbao que acaba de pasar el trance de examinarse. En su hogar no ha cundido el pánico, aunque la joven, con “muy buena media en Bachiller”, salió de la prueba de Física algo apurada. “Se equivocó en no sé qué y, como es la que más le puntúa, empezó: Ama, ¿y si no me dan esos puntos y no llego? Digo: Hija, tranquilidad, hay otras opciones”.
Aunque a Noelia la evaluación de Lucía para acceder a la universidad no le ha supuesto “un problema”, sabe que en otras familias ni siquiera después de la selectividad llega la calma. “Algunos padres están muy encima de ellos, qué has sacado en esto o en lo otro, te van a dar las medias o no... Hay quien está con el agua al cuello porque quiere que su hijo entre en no sé dónde. Nos ha tocado estar más encima de nuestros hijos que lo que estaban nuestros padres”, dice.
Y en esas estaba ella el pasado jueves, preguntando a Lucía si llevaba el carné para poder examinarse. “Ama, claro, ¿cómo se me va a olvidar?”, le dijo y Noelia, recordando su propia selectividad, confesó. “Pues hija, yo, que era una pachorra, llegué allí y se me había olvidado el carné. Cogí la moto de mi hermano, que no había conducido más que alguna vez a escondidas, volví a casa, cogí el carné, tuve una hora menos de tiempo para examinarme y la hice fenomenal. Y se reía: ¿Cómo es posible, ama?”.
Noelia, como muchos padres y madres hoy en día, ha acompañado a su hija a las jornadas de puertas abiertas de las universidades, han hablado con profesores, la ha puesto en contacto con “gente de aquí y allá” por si toca estudiar otra cosa o irse fuera. “Le hemos dado herramientas para decir: si no es esto, es lo otro”.
En sus tiempos, sin embargo, los progenitores apenas se involucraban en todo ese proceso y la selectividad pasaba por su casas sin pena ni gloria. “Mi madre me llevó la comida, un bocadillo. Es todo lo que recuerdo”, comenta y se echa a reír. También es verdad, reconoce, que “nosotros no teníamos tanta presión, era sota, caballo y rey. La sensación es que todo se ha complicado, pero igual en nuestra época el que quería estudiar Medicina estaba igual de presionado”.
Partidaria de la educación pública, a Noelia le llama la atención que haya quien la descarte antes de saber siquiera las notas. “Hay mogollón de chavales y padres que se han quitado esa presión porque van a ir a la privada y me sorprende. Luego están los de si no puedo en la pública, mis padres harán el esfuerzo, y los de me tengo que buscar la vida porque la privada, en principio, no es una opción”.
Ayudaría a templar los nervios, plantea, una mayor orientación en los institutos sobre las posibilidades de “saltar de un grado a la universidad, dónde se puede estudiar cada carrera, ese tipo de cosas. Al darles opciones, se descarga un poco esa responsabilidad de no tengo otra salida más que dejarme aquí las pestañas y sacar esto”.
De esa forma, cree, todos transitarían por el final de esta etapa educativa con “un poco más de naturalidad”. “Me dijo Lucía que en el examen de Lengua el texto era sobre cómo los padres proyectan sus miedos en sus hijos. Al final somos un reflejo, en la medida en la que les traslademos cierta tranquilidad, algo les empapará”, propone para aliviar tensiones.
La “presión” de padres a hijos
“Mi padre me está rayando muchísimo con que si no apruebo, qué va pasar con la prematrícula, que no voy a poder estudiar esto en la universidad...”. Se lo contó un alumno, en las semanas de repaso previas a los exámenes, a Iñaki Valencia, profesor de Economía del instituto Botikazar, de Bilbao, y refleja a la perfección el “nerviosismo” que se ha vivido y se vive en muchas casas. “Hay padres que han hecho ya prematrículas en la universidad privada y están pendientes de que aprueben la selectividad y otros que saben que tienen que conseguir x nota para entrar en la pública. Tienen esa presión y se la transmiten a los hijos”, señala. Cualquier intento de calmar a estos desde el profesorado parece caer en saco roto. “Por mucho que les decimos que en la CAV en los últimos años estamos en torno a un 97% de aprobados y que se relajen, no logramos tranquilizarlos. Eso de no vas a poder, no vas a conseguirlo les estresa bastante”, se hace eco.
Algunos progenitores también “presionan” en los institutos para subir la media del Bachillerato. “Es que mi hija tuvo un 9,2 y le habéis puesto un 9 y necesitaría un 10 para poder entrar en Medicina”, aporta Iñaki como ejemplo. A veces, dice, son “los chavales los que van medio llorando: Tengo un 9,3, esto no me puedes poner”.
Aprobado el Bachillerato, en el tiempo que resta hasta la selectividad no es obligatorio ir a clase y sin horarios “hay muchos chavales que se pierden, los padres se ponen nerviosos, les ponen nerviosos a ellos y se genera una olla exprés”, dice este docente, quien destaca la implicación de los progenitores actuales. “Saben de qué se examinan cada día, a qué se presentan para subir nota... En mi generación eso era impensable”, asegura. Si alguna prueba resulta polémica por su dificultad, “los padres también presionan para que se repita ese examen porque no hay derecho a que les pongan esas preguntas, con lo cual están supermetidos a nivel de qué contenidos han trabajado y qué les han puesto. Comparado con mi época, ha cambiado radicalmente”, reitera.
Cuando el acompañamiento se convierte en sobreprotección, el resultado, dice, es que “pierden autonomía”. “Hay chavales que están con el padre o la madre en el último momento rellenando el formulario de prematrícula. Con 17 o 18 años deberían hacerlo solos”, considera. Una bilbaina que trabajó en su día en la campaña de acceso de la UPV corrobora sus palabras. “Algunos estudiantes llegan a la uni sin saber cumplimentar ni el formulario más sencillo”, afirma. En ventanilla o por teléfono, muchas madres siguen llevando las riendas de estos trámites. “No se fían de que los hijos vayan a hacer bien el papeleo o prefieren hacerlo ellas porque si lo hacen los hijos, luego no se lo iban a contar y no se iban a enterar. No se dan cuenta o no se quieren dar cuenta de que ya son mayores de edad y les siguen tratando como a chavales”.