A juzgar por los nervios, en algunas familias apenas se distinguía si quien se examinaba de selectividad era el hijo o los padres. La psicóloga Conchi Torre analiza cómo se suele afrontar esta prueba.

¿Hay padres que se han puesto más nerviosos que los hijos cuando han hecho la selectividad?

—Yo creo que hay de todo. Hay padres que se ponen muy nerviosos. Hay padres que simplemente acompañan a los hijos en un momento que para ellos es duro, son buenos acompañantes y gestionan bien la emoción de los chavales. Y también hay padres muy despreocupados. Yo te puedo contar anécdotas de padres que no llegan a formalizar la matrícula y llega el día del examen y se encuentran con que no pueden presentarse.

De esos tres grupos, ¿cuáles son los que más abundan?

—En términos generales, los padres, sobre todo porque hoy en día ya muchos han pasado por el proceso de selectividad, son buenos acompañantes y muy tolerantes, entendiendo que son días muy comprometidos. Que los chavales están desquiciados, angustiados y de alguna manera pagarán en casa esa situación estresante y los padres lo toleran y los acompañan. Yo creo que, en general, esta es la tónica. Luego, como con todo, hay excepciones.

Hace unas décadas los padres ni se preocupaban de la selectividad. ¿Se tiende a sobreproteger a los hijos e hijas? ¿Con 17 o 18 años no deberían poder rellenar la prematrícula solos?

—Hay una sobreprotección no solo en estas edades, empieza desde atrás y aquí sigue. Antes los padres no acompañaban, entre otras cosas porque no tendrían seguramente ni conocimiento de cómo acompañar ni se habían visto en otra. A día de hoy a lo mejor el problema es ese, que como creemos que tenemos mucha experiencia y lo sabemos todo, para evitar que caigan en determinados errores, nos adelantamos. Yo sí creo que hay una sobreprotección, pero no en estas edades. Empieza desde mucho más atrás.

¿Recuerda alguna anécdota en torno a la selectividad?

—Tienes padres que se frustran mucho, por ejemplo, si los chavales no consiguen una nota determinada porque la selectividad tampoco es un examen que, en general, se suspenda. Yo creo que lo que más puede pasar es que no alcancen la nota que necesitan y los padres se frustren porque no es tanto el interés de que mi hijo consiga ese aprobado, esa nota, sino el que yo consiga recrearme en mis propias expectativas. Y sí que es verdad que ha habido padres que se han frustrado mucho en ese sentido.

Por más que los expertos recomiendan enfrentarse a las pruebas con calma y tener un plan B, ¿se sigue perpetuando la sensación de que la selectividad es un examen a vida o muerte?

—Yo creo que sí, tristemente es así, porque creo que hay que desmitificar todo esto, pero no hay manera. De todas formas hay una presión desde prácticamente primero de Bachiller por parte también de los propios docentes, que les dicen: “Hay que prepararse...”. Yo creo que hay que bajar un poco esa guardia y dejarles que vayan más tranquilos. No es buena esta presión.